Roberta había estado varios días en París y retornaba a Venezuela, al igual que nosotros. A Luisana y a mí nos tocó hacer con ella el trayecto hasta el aeropuerto “Charles de Gaulle” en un vehículo de la embajada venezolana. Sólo nos vimos en esa ocasión, pero una frase suya, una vez que tuvo el pase de abordo en las manos, dejó en nosotros una divertida resonancia. Hay frases que son una autobiografía. Creo que la que nos dijo Roberta esa mañana para despedirse rápido, es una de ellas: “Hasta luego, porque voy a hacer el ´shopping´ de mis padres”. Desde luego, la pinta y el bolso “Louis Vuitton” ya la delataban, pero nada como esa frase redonda, perfecta. Era la semiosis verbal en su apogeo. Era, en rigor, la redundancia confirmatoria de una tipología de viajero. La imaginamos enseguida entrando y saliendo de las tiendas uniformes del “Duty Free” para comprar los mismos perfumes que se encuentran en todos los aeropuertos, incluido el de Maiquetía. Como Roberta, legiones de turistas recorren el mundo para toparse con lo consabido, con su mercado de siempre y con la aburrida repetición de los estereotipos.
Contemplada por el turista, una pirámide no es una pirámide. Es una mercancía. Los viajeros amaestrados no son viajeros. Son espectadores. Afirmo lo anterior con más dolor que displicencia, porque sé que para muchas personas la posibilidad de viajar se reduce a aceptar la delimitada oferta de las empresas de turismo. Son muy pocos los que una vez aceptada la oferta, logran salirse del libreto, cosa que recomiendo a todos los que pagan por ser prisioneros temporales de ese circuito. Pareciera que estamos condenados a seguir reforzando la triste y monótona manera de viajar que ha hecho del turismo una peste y no una forma de cultura. Hasta quienes hablan de cambios radicales y hacen cuestionamientos severos al capitalismo, a la hora de afrontar el tema, repiten el esquema elaborado por los supuestos propietarios del mismo: especialistas en turismo, operadores turísticos, etc. Podría repetir ahora un famoso lugar común intercambiable y quedarme ahí: “el turismo es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los turistólogos”, pero pienso que hay posibilidades de autocrítica en el medio y a ella recurro para compartir estas reflexiones.
Acaba de concluir la Feria Internacional de Turismo (Fitven 2008) en Puerto Ordaz. No puedo opinar sobre la misma porque no estuve allí, pero espero que haya servido no sólo para obtener resultados concretos en las llamadas “ruedas de negocio”, sino sobre todo para comprometer aún más al Estado venezolano en una política de turismo basada en lo que el presidente denominó “turismo humanístico”, que debe ser el sustrato de la inversión pública en el sector. En pocas palabras, espero que haya comenzado a repensarse el turismo y a marcarse un deslinde conceptual y práctico con el modo en que hasta ahora hemos venido trabajándolo. Además del importante tema ambiental (tema tratado en la Fitven 2008), quienes laboran en el área deberían recordar una verdad contundente: el turismo no sólo tiene impacto en el ambiente, lo tiene también (y hasta con peores consecuencias) en la cultura. Reducir las tradiciones, las costumbres, la gastronomía, la historia y la vida cotidiana a un parque temático o a una simple escenografía, es incurrir en una depredación cultural, tan nefasta como la depredación de la naturaleza. Continuar formulando políticas de turismo sin tomar en cuenta la rica diversidad de nuestras regiones (y no de las entidades estadales), nos lleva, no sólo a repetir el falaz mapa que inventaron los caudillos del siglo XIX, sino a continuar invisibilizando nuestras culturas. Eso hemos venido haciendo de manera inalterada. Abrigo la esperanza de que en el Ministerio del Poder Popular para el Turismo se haya dado comienzo a un vigoroso cambio de rumbo, cónsono con los principios socialistas de la Revolución Bolivariana y a contracorriente del interés ideologíco de quienes hasta ahora han manejado el negocio turístico, elaborado su discurso banal y pseudotécnico y socavado con su acción el patrimonio natural y cultural de nuestros pueblos.
Enrique Bernardo Núñez, quien sí sabía de estas cosas, escribió alguna vez que “los venezolanos debemos descubrir de nuevo los cielos y la tierra”. Creo que esa frase podría servir para alentar una nueva política del turismo en Venezuela, una política que promueva un genuino acercamiento a nuestros paisajes, como si los estuviéramos mirando por vez primera y no con los empañados e interesados lentes de algún adalid de la “industria turística”; una política, en fin, que articule la labor de todos los sectores con responsabilidades en educación y cultura, y no sólo con quienes pertenecen al impersonal reino del mercado.
*Rector de la UNEY
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