En este momento, cuando la cara más horrible del voraz sistema capitalista en su forma neoliberal hace aguas y la fiera muerde a sus creadores, cuando la estructura de la ideología capitalista se derrumba arrasada por los embates de sus cachorros neoliberales es tiempo de oponer con firmeza la superioridad ética de los valores socialistas, no hacerlo sería poco menos que suicida y permitiría que las capacidades inmensas del sistema se pusieran en movimiento hasta recuperarse con creces del duro golpe recibido.
El capitalismo global no se ha terminado, conserva mucho poder y está aún muy lejos de morirse. Ha demostrado a lo largo de su corta aunque intensísima historia una gran capacidad de reacción, de asimilación, de adaptación y reacomodo. Hasta el momento todo cuanto está ocurriendo es un proceso de mayor concentración y aprovechamiento de ciertas instituciones del sistema las cuales están acumulando enormes capitales y ganancias. Una crisis cíclica –acaso la más dura- preludio del hundimiento del sistema pero no su muerte inmediata. Se ha derrumbado una forma capitalista, ha fracasado todo el tinglado neoliberal extremo que incluso desafió las doctrinas de Adam Smith o de Keynes. La pretensión de pasar del Estado instrumento a su servicio a la literal eliminación del mismo para dejar todo en manos de las megacorporaciones y los equilibrios que por sí misma proporcionaría la mano invisible del mercado es cuanto se ha derrumbado, no así el capitalismo.
A la contradicción insoluble del capitalismo y su amoralidad connatural las fuerzas de la luz, de la paz, de la verdad, de la igualdad, del humanismo socialista no pueden concederle respiro. Es necesario acelerar el proceso o rematar la faena del mismo modo que lo hace un boxeador que advierte una debilidad en el adversario. No hacerlo podría significar que el tambaleante adversario se reponga y responda con fiereza y contundencia letal.
En todo caso, entre las fuerzas de vanguardia revolucionarias se impone una inmediata reflexión ética. Ahí está la fortaleza intrínseca de la Revolución Socialista y no en otra parte. Podría estarse asumiendo un peligroso "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer y dejar pasar) que terminaría convirtiéndose en nuestra más peligrosa debilidad ante el aún formidable enemigo. No puede olvidarse que la dimensión ética es imprescindible para la dinámica socialista. La Revolución Socialista requiere de unos ciertos criterios que den sentido a la conducta y forma de actuar del revolucionario.
La moral socialista, por ejemplo, sería apenas una morisqueta si se desliga de la preeminencia de la vida humana y el amor. Un socialista no puede vivir para sí mismo. Vivir sin amor al prójimo tanto como a sí mismo lo convertiría en un ser incomprensible, estéril y vacío de contenidos transformadores. Es el amor al prójimo el que anima y plenifica la misión del apóstol socialista. Allí encuentra razón para la certeza de su misión.
En la sociedad actual –donde le corresponde al apóstol revolucionario ejercer su misión- este se encuentra amenazado por la filosofía del sistema capitalista caracterizada por formas de alienación que lo empujan al olvido o arrinconamiento de los principios del deber social que deben orientar su vida. Es fácil caer en los brazos del “dulce encanto de la burguesía” si se descuida la tensión espiritual que evite caer en la tentación. Este parece ser el más grande drama del apóstol socialista en nuestros días y nuestro país rodeado como está siempre por infinitas oportunidades y tentaciones al acceder a posiciones de poder que siempre le fueron esquivas.
El socialismo es fundamentalmente amor a la humanidad. A pesar de la universalidad del concepto el cuadro revolucionario encuentra las formas de violarlo sin que esta violación constante y consecuente lo cuestione. Esta ausencia de pesadumbre moral ante una falla tan grave indica la urgente necesidad de su presencia. La moral socialista condena todo acto de egoísmo por muy justificado en la moda social que pueda estar.
Es la gran batalla que debe librar el apóstol socialista. Todo ser humano, por inclinación natural, se ama a sí mismo, tiene amor propio, y esto hace que utilice cualquier medio para conservar aquello que ama. Esta ofensa contra el amor pleno cuando el atentado tiene como objeto el olvido del otro o la otra es inadmisible. Para un socialista la vida de cada persona es un bien común. Olvidar, apoderarse, quitar o menguar de cualquier forma esta vida del prójimo es una forma brutal y radical de traición y robo.
Debe emprenderse con absoluta urgencia el trabajo de concienciación de los cuadros, apóstoles o misioneros socialistas. El socialismo es amor y el amor se contagia dándolo, se transmite por contacto y no puede contagiarse ni transmitirse aquello que no se tiene. Hay que respirar amor en medio de la comunidades a las cuales se lleva la “buena nueva” socialista. La preocupación ética meramente reducida a la distribución de ciertos bienes materiales es una miseria. Se podría terminar reproduciendo los mismos antivalores que se combaten. ¿Es legítimo centrar o conformarse con el esfuerzo por “cumplir” con ciertos niveles de necesidades satisfechas, olvidando –y muchas veces causando- un estado de vida indigna en los demás? Esta es la pregunta que debería hacerse todo apóstol socialista. ¿La satisfacción de ciertas necesidades mínimas va de acuerdo con el progreso moral y espiritual de una comunidad socialista?
El socialismo es más que redistribución más o menos equitativa de la renta pública. Todo sería inútil si no crece de verdad entre la gente la conciencia de hombre-pueblo, del amor, del delicado respeto y compromiso con el derecho de los demás, del fin de los egoísmos, de la tendencia a dominar a los otros, y en fin, de la conciencia del deber social.
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