Cierto código humano tácito, asociado sobre todo a las conductas públicas, recomienda serle fiel a una idea, proyecto o postura política en la medida en que éstos tengan algo de edificantes o al menos de defendibles. Por mucho que uno nunca le haya prendido velas a un Betancourt, cualquiera le otorga una alta puntuación en el rubro tenacidad y firmeza para llevar a cabo sus anhelos, incluso los que son recordados por su perversidad. Del otro lado de la acera despunta una virtud opuesta, pero también digna de aplauso: esa que esgrime un hombre cuando es capaz de torcer el rumbo, corregirlo de buena fe, reconociendo que estaba mal defender o profesar una línea de acción equivocada, y asumiendo la responsabilidad por los daños ocasionados. En este último caso parecería poder insertarse el dramático caso de Julio Borges, cuya sensacional transformación discursiva -tan sólo discursiva por el momento, y esperemos que en eso se quede- tiene, sin embargo, más señales de intento de estrategia para no seguir perdiendo puntos, que de sincera contrición. Según es fácil deducir de su confesión a la periodista Celina Carquez (de Ultimas Noticias), Borges se arrepiente de lo que su partido hizo durante el paro-sabotaje de diciembre 2002-enero 2003, pero no por el daño que el partido le causó al pueblo sino por el tamaño de la factura que el pueblo le está pasando al partido. Dígalo, Borges: "Me arrepiento profundamente de nuestra posición durante el paro, de no habernos deslindado y convocado una rueda de prensa a la semana de haberse iniciado. A lo mejor nadie nos hubiese escuchado porque esa huelga fue un espejismo colectivo". Por supuesto que con la última frase, que tiene tanto de excusa, el diputado desbarata a patadas lo del arrepentimiento. Pero es que luego se le ocurre una mejor: "Igual sucede con los sucesos de abril. No quiero que por no llamar las cosas por su nombre a tiempo vuelva a repetirse la historia". El problema con el mea culpa de Borges es que, definitivamente, un arrepentido genuino no se puede andar con tantas timideces a la hora de proceder a flagelarse: para el abogado está muy mal "no llamar a las cosas por su nombre", pero insiste en decir "sucesos de abril" cuando la lengua le picaba por llamar golpe de Estado al golpe de Estado. cosa que no hizo. Llevando su caso a un extremo un poquito bastante fatalista, Julio Borges se parece al suicida que se pone anestesia local en el cuello antes de colgarse.
Capítulo II: Liliana al desnudo
La mañana del martes 20 de enero fui testigo auditivo de un acto insólito, incluso más que el de Borges y su declaración bomba en Ultimas Noticias. Escuché, a través de una emisora que posiblemente era 91.1 FM (perdonen la imprecisión) la parte final de una entrevista que María Isabel Párraga le hacía a Liliana Hernández. La descripción más cercana que he encontrado para lo que estaba ocurriendo allí es la que remite a la idea del streep tease. ¿Desagradable? Nunca: mejor Liliana desnuda que el gordo Marín con todo y ropa. Pues allí estaba Liliana desnudándose, Liliana haciendo confesiones, Liliana hipercrítica con sus compañeros de aventura opositora, Liliana reconociéndole méritos al plan Barrio Adentro, y la periodista, muy complaciente, sosteniéndole las prendas para ayudarla en su desnudamiento. Creo que lo más rudo que dijo la diputada contra Chávez fue algo como: "es hora de que los líderes de la oposición le digan en su cara lo que está mal y con qué alternativas piensan oponérsele". Volvemos a un punto anterior: ¿está mal verlos en ese plan de reconocer la realidad, así sea con tanto retraso y después de jugar al oponente implacable durante tanto tiempo? ¿No los reivindica acaso el hecho de enderezar el rumbo cuando todavía hay infelices empeñados en librar un singular certamen de torpezas y despropósitos contra la democracia? La respuesta es un condicional. Depende: si uno cree que la cosa es de buena fe, puede que merezcan algún aplauso. Pero como ya pasó el tiempo de los pendejos digamos entonces que menos mal que sus bocas digan A, aunque en el fondo de sus cerebros siga resonando la B. O la G de golpe, que sigue siendo el sueño de muchos. Así que Julio Borges, y tras él toda su secta Primero Justicia, y tras ésta Liliana Hernández y todo el que ha querido pegarse a la cola de antichavistas redescubridores de los méritos del gobierno chavista, tienen encima una tarea extra, aparte de la que ya parecen haber iniciado tratando de acercarse al pueblo pobre que los desprecia, y ante el cual quieren subir unos cuantos puntos de simpatía: muchachos, no basta con parecer arrepentido, hay que arrepentirse. Y aun así les queda otra cuesta por remontar, y ésta sí que es insuperable: para "llegarle" al pueblo no es suficiente con hacerle halagos y carantoñas a ese pueblo, es preciso pertenecerle. Y Borges, Leopoldo, Liliana y compañía tendrían que volver a nacer para lograr ese prodigio.
Esta nota ha sido leída aproximadamente 4614 veces.