Todos tenemos un conocido o un familiar que habiendo sido militante de la izquierda, luchador social o simplemente un ciudadano crítico de las vagabunderías de la cuarta república; hoy es un furioso antichivista y, por consiguiente, un seguidor de las propuestas de aquellos que antes se les antojaban corruptos y despreciables. No nos referimos a hombres como Teodoro, Pompeyo, Andrés Velázquez, Américo Martí o Pablo Medina; esos nunca estuvieron en la izquierda. Siempre fueron oportunistas que buscaron llenarse los bolsillos, manipulando a jóvenes hambrientos de libertad y justicia. Nos referimos a ciudadanos comunes que sin haber sido protagonistas de las luchas populares, simpatizaron con ellas.
¿Cómo fue que dieron esa voltereta? ¿Por qué si ahora se impulsan las deas con las que una vez comulgaron, no están con los chavistas? ¿Cómo es que ahora les da asco el socialismo y los pobres? ¿Cómo pueden respaldar a hombres de la catadura moral de Manuel Rosales, Ramos Allup, Antonio Ledezma y tantos otros? Sobre este tema hemos reflexionado largas horas y siempre llegamos a la misma conclusión: Esos que tienen más odio que los adecos de siempre; que serían felices con un golpe de estado o con el asesinato del Presidente y
que creen que el gobierno les va a quitar la casa y el carro; forman parte de un grupo social con características muy peculiares.
Como la inmensa mayoría de los venezolanos nacieron pobres, pero lograron hacerse de una profesión, de un negocio o de un puesto de trabajo que les permitió escalar hasta la clase media- media o media-alta. Allí comenzó a resquebrajarse una conciencia social que nunca fue muy clara. La lucha y la preocupación por los pobres fue reemplazada por la eventual caridad; y la pobreza se transformó de un problema social y de estado, a la consecuencia de los vicios de unos vagos. Ellos se convirtieron en su propio ideario, en el mejor ejemplo de que el sistema le brinda las mismas oportunidades a todos los ciudadanos y que existen miserables, sólo porque no las aprovechan. Justo en ese momento, cuando internalizaron que eran superiores, que eran más capaces y que por ello habían “ascendido de clase”; comenzaron a cultivar un desprecio por aquellos que no lo lograron. Las teorías sociales sobre las causas de la pobreza, la prostitución, el hambre, el abandono infantil perdieron credibilidad para ellos, pues en sí mismos vieron su negación.
¿Qué faltaba entonces para convertirlos en reaccionarios de derecha y en racistas?
Realmente, muy poco. Una campaña mediática que les dijera que ellos formaban parte de la
oligarquía o que estaban próximos a serlo, era suficiente para alimentarles el ego y enfrentarlos a un gobierno de corte popular y socialista.
Son en definitiva unos pobres diablos que se valoran por lo que tienen y no por lo que son. El sólo pensar en la posible pérdida de sus propiedades, les produce terror… ¡oh Dios! Serían otra vez pobres. Nada ni nadie puede hacerles entender que no es cierto que les van a
quitar algo. Viven en “shock” pensando en lo que más les aterra… que el gobierno los devuelva a sus orígenes. Es el miedo a ser lo que una vez fueron; es el miedo a perder el
“status”; es el miedo a perder las influencias; es el miedo a perder la capacidad de sobornar; es el miedo a tener los mismos derechos de aquellos que no tienen su mismo “nivel” lo que realmente los ha convertido en furiosos antichivistas. Pobre de ellos y su espíritu.