Chávez y el combate contra el odio

Una vez que se anunció la victoria de Hugo Chávez, en las elecciones
presidenciales de 1998, Carlos Andrés Pérez exclamó: “ha ganado el
candidato del odio”. Desde entonces, el ataque en esa dirección no ha
cesado un segundo.

A través de sus medios de comunicación, quienes por décadas
usufructuaron el poder en Venezuela, han intentado (con relativo éxito)
posicionar en la mente de los venezolanos la idea de que el Comandante es
un hombre que siembra divisiones y odios.

La realidad, sin embargo, es que cuando se le dedica tiempo al estudio de
la realidad política de Venezuela, se termina por concluir que el odio no
está arraigado precisamente en el alma de quienes siguen al Presidente.
Por el contrario, es en la conducta del colectivo opositor donde se
encuentran abundantes rasgos que mucho tienen que ver con ese dañino
sentimiento.

No podía ser de otra manera, si se toma en cuenta que es a ese sector al
que está dirigida la terrible campaña mediática ya mencionada.
Allí esta en la historia, como prueba de lo que afirmamos, el accionar de
ese colectivo el 11 y el 12 de abril de 2002. En esos días afloró todo el
caudal de odio que los medios opositores han venido sembrando. Del alma
de miles de venezolanos brotaron los sentimientos más oscuros.

Ahora, resulta increíble que a seis años de esos sucesos sean pocos los
que han ido en su análisis más allá de las consideraciones políticas y
jurídicas. Conscientes o no, la mayoría ha evitado abordar el tema de una
reacción colectiva que evidenció una fuerte carga de odio y fascismo. Los
más osados no pasaron de cuestionar esas posiciones en los dirigentes de
la oposición, pero nunca se han atrevido a exponer que esa conducta forma
parte del ser de una muy buena parte de la militancia opositora.

La abolición de la democracia, la autojuramentación de Carmona, la
represión contra el pueblo y la violación de los derechos humanos fueron
acciones que dejaron muy en claro el carácter antidemocrático de la
oposición venezolana… pero no sólo de sus dirigentes. Con franqueza hay
que abordar el tema del comportamiento de millones de personas que
militan en la oposición.

No puede seguirse manoseando la tesis hipócrita de que una cosa son los
dirigentes de la oposición y otra el pueblo que lo sigue.
Por millones se cuentan los venezolanos que andan con una fuerte carga de
odios encima, gracias al trabajo criminal de unos medios que continúan
actuando impunemente.

¿O es que acaso no hay que estar enfermo del alma para celebrar que en
cadena nacional de radio y televisión, un imbécil como Pedro Carmona
Estanga se autoproclame dictador y decrete el fin de la democracia?
No conocemos a nadie que haya tenido la valentía de reconocer sus
acciones en aquel abril, pero vaya que hubo gente que celebró el hecho.
¿No es un enfermo, por ejemplo, el que avale el asalto a una embajada?
¿No es un rasgo de fascismo intentar linchar a un diputado, a un
ministro, a un gobernador o a un simple ciudadano por diferencias
políticas?

Es hora de llamar las cosas por su nombre. Que nadie se crea el cuento
que esos fueron hechos aislados: En la dirigencia y en una buena parte de
la militancia de la oposición ha tomado cuerpo el fascismo y éste es
sinónimo inequívoco de odio.

La muerte de Danilo, de Doria, de cientos de campesinos y de tantos otros
no significa absolutamente nada para quienes forman parte de esa
oposición enferma. Lo único que les interesa es barrer (literalmente) a
los chavistas de la faz de la tierra.

Seguramente, a estas alturas, usted estará preguntándose a donde queremos
llegar en esta reflexión. Pues lo que pretendemos es llamar la atención
de quienes forman parte de la militancia chavista, de quienes trabajan en
las empresas del estado, de quienes laboran y forman parte de las
misiones, de quienes reciben algún beneficio de la revolución, de quienes
están abrazados a sueños de libertad y justicia; para que entiendan que
ni rastro de los chavistas quedaría en el país si la oposición llegara al
poder.

Se equivocan quienes piensan que podríamos vivir en paz en un hipotético
gobierno de la oposición. La tesis de esa gente es que ellos y nosotros
no cabemos en el mismo espacio. De allí la expresión de Capriles
Radonski, según la cual los chavistas y los opositores somos como el agua
y el aceite.

Un ejemplo reciente de lo que aquí hemos expuesto, se ha vivido en los
días posteriores a las elecciones regionales. Donde ganó la oposición se
ha desatado la furia contra las misiones, se han producido desalojos y
hasta atentados. Imagínense lo que ocurriría si en Miraflores estuviese
un hombre como Manuel Rosales o Antonio Ledesma.

No es cualquier cosa lo que nos jugamos; es la patria, es nuestro
trabajo, es nuestra vida, es la vida de nuestros hijos.

Vamos a defender la única garantía que tenemos para salvarnos de tanto
odio, vamos a defender a quien es garantía de paz y progreso, vamos a
luchar por la reelección del comandante Hugo Rafael Chávez Frías... UHH,
AHH CHÁVEZ NO SE VA


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Alexis Arellano


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