Hoy haremos un alto en nuestro diario transitar. No escribiremos sobre política. Procuraremos no nombrar a Chávez ni a sus adversarios. Menos hablar sobre la intensa campaña internacional diseñada para derrotar el sueño de Bolívar: la Integración Latinoamericana. Quedará tiempo y espacio en otra ocasión. La Revolución Bolivariana apenas está dando sus primeros pasos. Falta mucho camino por recorrer.
Sin embargo, haremos hincapié en un elemento que permea todas las estructuras sociales: el capital y sus perversidades. Y cómo éste deviene en instrumento inmisericorde ante el asombro de la mayoritaria fragilidad humana. Venezuela está en esa lista. Pocos se salvan ante sus designios. Por donde pasa, destroza. Cualquier organismo viviente, llámese persona, planta o animal irracional, acaba derrotado. Los mortales sucumben inconscientemente. Agonizan de muerte lenta. El planeta completo puede desaparecer ante la desaforada carrera del sistema capitalista y su pretendido desarrollo.
El capitalismo aprieta sin consideraciones de ninguna especie. Para derrotarnos puede, y suele, emplear diversos mecanismos: armas convencionales, sofisticadas, biológicas y financieras. Las “grandes” naciones invierten cuantiosos recursos para “defenderse” de las “pequeñas”. Y para impedirles su ataque, aquéllas les venden tanques y misiles a éstas. Corren dólares por montones. Y si no existen guerras, las inventamos. Negocio redondo. Y con tantos millones en juego podrían, más bien, aplacar el hambre de otros tantos millones. O proveerles de agua potable. O detener la mortalidad infantil. O permitirles a muchos niños ingresar a la escuela primaria. O acabar con enfermedades del siglo 19, que diezman a la población más pobre de América, Asia o África.
Como la Tierra está siendo empujada hacia un proceso irreversible de extinción, las naciones “desarrolladas” andan apartando otros planetas para ocuparlos antes del colapso final. Quienes logren sobrevivir al holocausto, y tengan posibilidades económicas, podrán habitarlos. Pero, en el futuro mediato les resultará difícil, o casi imposible, encontrar un paraíso parecido al nuestro. Ni la Luna ni Marte ofrecen garantías para la especie humana. Faltan bastantes años-luz y suficientes avances científico-tecnológicos para descubrir una galaxia como la Vía Láctea.
El capital es un monstruo de mil cabezas. Está en todas partes. Su consumo excesivo hace daño como el alcohol, el cigarrillo o el monóxido de los automóviles. Productos ofrecidos por el capitalismo desbordante como remedio para todos nuestros males. El capital inserta sus tentáculos en los países que presumen riqueza y en aquellos donde no se puede ocultar la miseria. Corroe las entrañas de ricos y pobres. Ha llegado a los lugares más recónditos del planeta. Penetra gobiernos democráticos y regímenes dictatoriales. Se instala en los organismos públicos. Crea sus propias redes de distribución. Circula alegremente; sin trabas ni contemplaciones. Globaliza. Organiza sus mafias. Encubre o desenmascara cuando ve vulnerados sus intereses. Aliena.
El deporte no podía permanecer exento. Los deportistas, tampoco. El “éxito” a nivel deportivo es producto, también, del capitalismo avasallante. Para lograrlo, el sistema ha creado instituciones y métodos que impulsan la competencia “leal” y el “juego limpio”. Por ejemplo, la FIFA y la UCI. Muchos atletas, para alcanzar el triunfo, acuden al uso de sustancias ilícitas (y aparece el doping). ¿Quién las fabrica y quién las distribuye? El sistema ofrece y castiga. Si el atleta alcanza la cima con ellas, corre el riesgo de caer en picada libre cuando se las descubren. Cuando la fama te toca, todos te aplauden. Cuando no ofreces ganancias al capital, éste te desecha.
Marco Pantani llegó a las cumbres del ciclismo mundial. En nuestros tiempos, quien ose permanecer allí no puede limitarse a llenar su cuerpo con alimentos comunes; necesita utilizar otro tipo de energía. Ésta la proporciona el sistema que glorifica y satisface. Cuando el atleta sucumbe, el sistema penaliza a través de sus instituciones. A Marco Pantani lo castigaron porque el capitalismo deportivo no permite monopolios fuera de su control. El Pirata murió joven, solo, triste y abandonado.
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