Seguramente más de uno de los pacientes lectores de este espacio conocieron los tiempos en que en los locales de los partidos políticos eran usados para dictar cursos de reparación. Los estudiantes que habían sido reprobados en los liceos durante los exámenes ordinarios, acudían a las sedes de las organizaciones políticas a recibir clases, al mismo tiempo que los dirigentes de éstas aprovechaban para intentar adoctrinarlos.
Quizás para los más jóvenes resulte increíble que un adeco pudiese dictar clases de algo, pero es que no siempre un militante de esa organización tenía que exhibir su ignorancia, la falta de preparación académica y su anticultura para escalar posiciones. Tiempos aquellos.
Eso se acabó, no sé si fue porque los resultados no valieron de mucho o fue a raíz de la mercantilización de la educación. Pues si bien varios educadores honestos continuaron esta tarea por su cuenta y riesgo, con el firme propósito de ayudar a los muchachos; son más conocidos y palpables los casos de los docentes que han hecho de esta práctica un negocio redondo: reprueban al alumno y, luego, les cobran un dineral en los cursos de reparación.
Pero tanto en esos tiempos en que un muchacho aprendía en el mes de agosto los secretos de las matemáticas, a la par que memorizaba el himno de los adecos o se ejercitaba para pintar un gallo rojo en un cartelón, o en esta época donde se aprende si se paga, han existido los muchachos malcriados, aunque malos estudiantes, que se empeñan en que sus padres resuelvan el asunto de otra manera. Lloriquean de la forma más terrible porque no quieren ir a reparación; y tan tétrico y escandaloso es el lloriqueo que sus representantes se ven obligados a buscar mecanismos nada decentes para conseguir que al niño bien lo aprueben sin necesidad de reparar.
Ver a Leopoldo López en la televisión haciendo pucheros porque el CNE no le aprobaba el revocatorio sin chistar, casi que pidiendo a su papito (suponemos, y disculpen lo mal pensado, que se dirigía a Bush) que hiciera posible el referendo porque él (pucheros) no iba a ninguna reparación de nada (puchero casi lloriqueo), y que no reparaba nada (pucheros).
Otros compañeros del niño bien optaron por otra vía, también conocida en otros tiempos. Es la de armar líos porque fueron reprobados y no aceptar ir a reparación. Nada de cursos, nada de que sus padres paguen a un profesor particular para que les enseñe lo que no aprendieron en largo tiempo. No quieren reparar, sino que les aprueben la materia de una vez.
Tipos como Carlos Melo acuden a alborotar la calle. Con el mismo nivel de malcriadez “si yo no apruebo, entonces se acaba esta vaina. Nadie aprueba”. Y pistola en mano pretende resolver su capricho.
Particularmente opino que para colocar las cosas en su sitio los adecos pueden aportar mucho. Siendo ellos especialistas en mañas electorales, maestros de la trampa (algo parecido le dijo Longart en alguna oportunidad a Morel Rodríguez) y expertos en trucos para parir votos deberían retornar a sus tiempos de abrir los locales a fin de dictar cursos de reparación.
Quizás ya sea muy tarde para que Leopoldo López (ya sin pucheros), Enrique Mendoza, Ledezma y los otros aprueben en esta oportunidad, pero les queda el 2006. De aquí a allá deben aprender, total Alfaro Ucero con menos estudios se hizo maestro en trampas en corto tiempo.
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