Desde muy chamo me produjo curiosidad el significado de la palabra Moján. El difunto Eleazar Añez, dilecto profesor de generaciones y amigo de farras y conversas, nos repetía la leyenda que él oyó de las ancianas “paraujanas”, según la cual Moján viene de Mohán, quien era un piache famoso que habitó nuestros caños y manglares.
Interesante versión que ya en años mozos nos motivó a conocer la originaria cultura del lar natal. Luego fuimos a Nazaret, el barrio palafítico donde resisten los añú, sobrevivientes del genocidio colonizador hispano y la pobreza atroz que aún persiste. Allí conocimos a Tomasa y a Lina, madre de mi comadre Leyda Rodríguez, a las que apenas pudimos sacarles algunas palabritas en añú; una muy bonita que en particular me gusta es payawïï tein, alegría. El idioma del cacique Nigale había muerto definitivamente. Lo que logró salvarse del holocausto lo acabó la vergüenza étnica. Todavía me parece ver a la viejita Lina tapándose la cara con sus trenzas cenizas, para decirme luego de mil ruegos que casa se dice wapiña, nuestra casa.
Aunque sería muy difícil hoy día establecer con exactitud el origen etimológico de la palabra Mohán, podemos, sin embargo, atrevernos a dilucidar su significación. El sonido mmo quiere decir tierra en añú. Palabras que podrían constituir el sufijo del sustantivo compuesto podrían ser: anaa, bueno; nnawa, negación; hontï, mojado. Tendríamos así, mmoanaa, tierra buena; mmonnawa, sin tierra; o, mmohontï, tierra mojada. De hecho el término mmogor, ha sido utilizado indistintamente como tierra. Similares a los monemas wayúu mmá y woumain, que traducen tierra y nuestra tierra, respectivamente.
Es oportuno recordar que los idiomas añú y wayúu tienen el mismo tronco lingüístico arawuak, amén de ser etnias vecinas cuyas culturas es normal que se mezclaran. De hecho, el añú de la Laguna de Sinamaica, lleva impregnado mucho del wayúu. El añú desaparece por haber sido esta etnia la que recibe directamente el impacto criminal de la invasión europea que llega en barcos y necesita controlar el Lago para usarlo como puerto y pista de sus negocios. Mientras el añú es esclavizado y diezmado, el wayúu vive en sus áridas sabanas que no son prioridad de La Corona de Castilla. Por eso permanece como cultura fuerte y hermosa que nos permite viajar a lo ancestral a través de su mirada.
Todos los significados citados guardan relación cosmogónica con El Moján, ya que las traducciones “tierra buena”, “sin tierra” (o “no tierra”, no lugar, que implicaría una forma de utopía) y “tierra mojada”, entendiendo tierra como lugar donde se habita, hábitat o patria, tendríamos entonces que Mohán es un sitio bueno para vivir, que no se refiere a tierra firme si no, más bien, a un hábitat acuático. Efectivamente la nación añú ha tenido por hábitat raigal el estuario del Lago de Maracaibo, donde siembra vivienda, canoa y toma la proteína natural por su innata condición de ictiófago ancestral.
Pero si esta aproximación etnolingüística pudiese pecar de meramente especulativa, tenemos a mano una prueba documental viviente. Aquí al lado, en las poblaciones ribereñas del Magdalena, existe la leyenda del Mohán (o los Mohanes, en plural castellanizado). Se trata de un personaje mitológico de extravagante apariencia, mezcla de humano y bestia, que suele raptar mujeres para satisfacer su insaciable apetito sexual. Una especie de seretón endemoniado. Subyace aquí la impronta de la Inquisición.
Siendo que la original versión indígena los señala -a los Mohanes- como sabios curanderos o shamanes capaces de interpretar los sueños y comunicarse con los entes inmateriales del cosmos (autï en añú y autch en wayúu), merecedores de la confianza espiritual de los caciques y guerreros, a quienes se consulta toda decisión que implique riesgos insospechados como la guerra o las previsiones climáticas, toma fuerza la idea de que, efectivamente, como lo explicaran las abuelas añú de El Moján, el verdadero significado de Mohán es el espíritu de las aguas.
Moján, mi pueblo natal, es el espíritu de las aguas.
Simón Bolívar, El Libertador.