A veces nos detenemos en los recuerdos porque fluye una fuerza intangible
que nos ata a momentos vividos. A pesar de los múltiples factores en la
escena política de junio del 2009 que inspira al análisis para el debate, la
motivación por escribir desahogos es obligante en el instante que aparece el
deseo de manifestar la sensibilidad del espíritu.
En agosto de 1980, siendo oficial del Curso de Estado Mayor Aéreo en la
Escuela Superior de la FAV, inicié mis estudios doctorales en la Facultad de
Ciencia Jurídicas de la UCV. Ese año también se intensificaron las tareas
del plan político dentro de las FAN como parte del proceso de captación de
militares patriotas. Mis actividades en el curso aéreo durante el día y el
doctorado por la noche copaban todo mi tiempo disponible. Pero aún así,
tenía la meta de organizar una estructura para la de toma del poder y el
cambio revolucionario. La fuerza de voluntad para desarrollar este proyecto
superaba todas las adversidades. Mientras más actividades se cumplían,
mientras mayor era la exigencia intelectual y mientras más compleja se hacía
la distribución equitativa del tiempo más capacidad productiva se generaba.
Esa es una de las facultades innatas del ser humano: mayor rendimiento
efectivo a mayor exigencia creadora.
En ese mes conocí a Tirso Meléndez, de quien guardo buenos recuerdos de
solidaridad. Particularmente por el viaje que hicimos juntos al exterior en
busca de respaldo político internacional. Pero, aquí es donde surge la
fuerza interior de energía espiritual que se desvía de lo político. Tirso
tuvo un encuentro con mi papá en su casa de Caracas. Me cuenta Tirso que
platicaron largo rato. Cosa no muy frecuente en él. Hablaron de muchos
asuntos. Posiblemente las características de la personalidad de Tirso lo
indujeron a soltarle cuentos y realidades que nunca llegó a hacer conmigo.
Sin embargo. lo que destaca de este episodio es la deducción de Tirso: mi
papá se encerró en su casa a esperar la muerte. Su vida carecía de sentido
después de su retiro de la fuerza aérea. La espera del final de una vida que
no tuvo una conclusión. Una vida que despertó ilusiones que se diluyeron
dentro de un mundo al que él no pertenecía.
Es muy probable que lo percibido por Tirso haya sido verdad. Jamás se lo
pregunté y no lo hice porque entre nosotros no había la comunicación que
tiene que existir entre padre e hijo. Conservaré perpetuamente esa deuda con
él. Nunca la terminé de resolver y ya no es posible hacerlo. Permanecerá en
mí ese sentimiento de culpa por no hablarle cuando más lo requería.
Reconozco que lo necesité pero no lo busqué. A él le debe haber sucedido
algo parecido. Ya hoy no se puede reparar nada. Sólo el dolor queda por
haber esperado algo que siempre se posponía. Me lo planteaba, pero lo dejaba
para después. Ahora, ese después jamás llegará. Murió de un infarto hace 12
años y aún no desaparece la necesidad de haberle hablado.
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