“No es una ilusión la utopía,
sino el creer que los ideales se realizan sin esfuerzo y sin sacrificio.
Hay que trabajar.
Nuestro ideal no será la obra de uno, dos o tres hombres de genio,
sino de la cooperación sostenida, llena de fe de muchos,
de innumerables hombres modestos”
Pedro Henríquez Ureña
“A los idealistas se nos usa,
pero nunca se confía del todo en nosotros”
Draco en “El Muro de Adriano” William Dietrich
Nuestra América y la 2da. Independencia son dos categorías que envuelven una noción de futuro necesaria para enfrentar los grandes retos que los pueblos de nuestro continente se proponen para el Siglo XXI. Me voy a permitir, intentar exponer un debate sobre estos dos conceptos, para que nos ayude después a formular algunas conclusiones al respecto. La idea de Nuestra América esbozada por José Martí en un artículo con ese nombre publicado la Revista Ilustrada de Nueva York el 10 de enero de 18911, encara por primera vez la noción de una identidad única para aquellos pueblos al sur del Río Bravo.
Mucho antes, diferentes pensadores habían planteado propuestas referentes a tal idea en esta parte del planeta. Pero, hablar de identidades encara un debate conflictivo y no resuelto en el mundo del siglo XXI, sobre todo cuando pretendemos construir una de carácter supranacional como sería la “nuestramericana”.
En un texto escrito en el año 20032 en el marco de una discusión referido a la construcción de instancias supranacionales señalé que “En el proceso de creación de estructuras supranacionales de integración se debe avanzar hacia un mecanismo jurídico en el cual se acoplen las instancias nacionales con las internacionales. Estas se configurarán necesariamente sobre el marco político-jurídico del Estado-nación, sobre la base de que ésta es la única instancia capaz de resolver los problemas de los ciudadanos, toda vez que si bien es cierto que los procesos se globalizan, las gestiones se localizan y la lealtad política de los ciudadanos debe recorrer un camino para ser transferido del Estado-nación a instancias supranacionales3. Siendo el Estado-nación una unidad en el interior de la cual todos los individuos son ciudadanos, se puede afirmar que en el caso de América Latina “la nación aún no se completó”4. Al respecto, Ortiz expone que “Debemos considerar que si es el nacionalismo el que crea la nación y no a la inversa, la identidad nacional antecede a la consolidación de la nación y por tanto la construcción nacional es anterior al proyecto nacional5.
Si aceptamos que no hemos resuelto estas definiciones aún en nuestros tiempos, ni siquiera referidas a la nacionalidad, imaginemos lo complejo que esto significa cuando esbozamos la idea de una identidad supranacional como las que nos convoca hoy, y por tanto de un proyecto de unidad supranacional después de más de 500 años de desplazamiento, marginación y exterminio de los pueblos originarios en ésta, su Abya Yala, de 300 años de colonialismo, de 200 años de explotación neocolonial y finalmente de más de 100 años de dominio imperialista por una potencia que –a su vez- se asienta en nuestro propio continente.
Los intereses presentes en cada momento de nuestra historia hacían surgir procesos identitarios que siempre fueron exógenos a los de nuestros pueblos. Así, a la idea de Hispanoamérica, que incorporaba a los territorios colonizados por España, se adosó la un poco más amplia de Iberoamérica que juntaba en una sola a aquellas naciones colonizadas por los imperios establecidos en la península ibérica, España y Portugal, con lo que se agregaba a Brasil en ese todo de naciones. La Doctrina Monroe primero y el papel protagónico que comenzó a jugar Estados Unidos como potencia dominante a finales del siglo XIX introdujo la noción de lo “panamericano”. Francia,6 diseñó la noción de América Latina por oposición a la idea panamericana de Monroe esbozada en la frase “América para los americanos” y que dejaba a Europa fuera de la posibilidad de intervenir en los asuntos de “esta parte” del Océano Atlántico. Vale decir que para Estados Unidos, “americanos” son sólo ellos, asumiendo unilateralmente lo que pertenece a muchos más y excluyendo por tanto, al resto de los pueblos del continente.
En ese contexto de comienzos del siglo XIX es que Bolívar esboza una idea distinta de lo que debía ser nuestra identidad. En diferentes documentos propone un nuevo concepto de unión para nuestros países. Pensaba que la victoria de Ayacucho y la derrota definitiva de España creaban condiciones óptimas para comenzar a construir la soñada unidad. En la convocatoria al Congreso de Panamá de 7 de diciembre de 1824, dos días antes de Ayacucho y apenas un año después de la enunciación de la Doctrina Monroe, el Libertador delineaba el futuro desde su perspectiva. Pero, no era la primera vez que Bolívar se refería a los mismos.
El Libertador inició su transitar en el pensamiento de unión bajo la influencia de Francisco de Miranda, Juan Picornell, Manuel Gual y José María España. Como señala Vitale,7 los expresó por primera vez por escrito en el Morning Chronicle, el 15 de septiembre de 1810” los venezolanos no descuidarán de invitar a todos los pueblos de América a que se unan en Confederación". El 4 de julio de 1811 en un discurso pronunciado en la Sociedad Patriótica de Caracas dijo, "Unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una tradición. Se discute en el Congreso lo que debiera estar decidido (...) Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas (...) Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. ¡Vacilar es perdernos!"8.
Posteriormente, y en momentos en que España había recuperado el control sobre Venezuela, al hacer un análisis de las causas de la caída de la Primera República para proponer medidas conducentes a su restauración expone que,”Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas…"9 El 12 de noviembre de 1814, al arengar a los soldados de la División del General Rafael Urdaneta dejó condensada en una frase todo su pensamiento y todo su sentimiento respecto a lo que deberíamos ser " Para nosotros la patria es la América".10
En la Carta de Jamaica, obra suprema de análisis de la particularidad y la diversidad del todo americano, de las bondades y dificultades de nuestros países escrita en su segundo exilio en 1815 expuso11 “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, y más adelante " Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea regido por una gran república; como es posible, no me atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal de América". Continuaba, “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar de discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada; semejante a la del abate St. Pierre que concibió al laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.”
Mucho antes de consolidar la Independencia, El Libertador visualizaba el futuro de unidad. Así escribía a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata12 " Una sola debe ser la patria de todos los americanos (...) cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de la independencia (...) nos apresuraremos en el más vivo interés a entablar, por nuestra parte, el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con su aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas A este respecto, Luis Vitale13 señala que “ El proyecto de Bolívar era constituir una Confederación de Repúblicas, en la que se respetara la igualdad la autonomía de los Estados y el "uti possidetis juris", es decir, garantizar las nuevas naciones los límites de los antiguos virreinatos, capitanías generales y gobernaciones14, Bolívar era tan cuidadoso y respetuoso de la autodeterminación de las naciones que cuando Sucre liberó al Ecuador aconsejaba insistir en "que no es una sujeción lo que se intenta, sino la formación de un gran todo, compuesto por partes completamente iguales"15
La idea de Bolívar era crear una confederación de repúblicas americanas “antes españolas” y no una sola nación como erróneamente se cree. Aunque en la Carta de Jamaica esboza esa idea, en realidad exponía que la diversidad, las diferencias en el origen político de la lucha que los pueblos de cada colonia desarrollaron en el camino de la independencia, así como la correlación de fuerzas en cada territorio colonial, la ubicación geográfica y la composición étnica de nuestros pueblos hacía imposible en la práctica construir un solo Estado-Nación. Así, su pensamiento va evolucionando hacia la idea de la construcción de una Confederación de Repúblicas. Era su proyecto estratégico, no era una unidad espuria hecha a la fuerza, sino basada –precisamente- en todos aquellos aspectos comunes entre nuestros pueblos, unidos por un “pacto implícito” -como gustaba decir- de todos los americanos que luchaban contra el colonialismo español Era un "pacto americano", que superaba cualquier vaivén coyuntural de la política. En carta a Pueyrredón16, el 4 de febrero de 1821 le dice,"Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra España por el pacto implícito y virtual de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma". En ese decursar conceptual que Bolívar iba creando en medio de la confrontación con el imperio español y la construcción de nuevos estados iba puliendo su idea de la unidad. En el llamamiento al Congreso Anfictiónico de Panamá deja ver su ansiedad en la necesidad de consumar esta idea, “…es tiempo ya que de que los intereses y las relaciones que unen entre si a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan un base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos”17
Mucho antes de la convocatoria al Congreso, Bolívar daba pasos para la unidad de las repúblicas que se habían liberado e iniciaban su camino independiente. En octubre de 1821, pocos meses después de Carabobo, definitiva derrota realista en Venezuela Bolívar despachó misiones diplomáticas hacia Perú, Chile, las Provincias Unidas del Río de la Plata y a México. En las instrucciones que les dio Pedro Gual, Secretario de Relaciones Exteriores de Colombia –por disposición de Bolívar- a los diplomáticos encargados de esas misiones se verificaba que “...nada interesa tanto en estos momentos como la formación de una liga verdaderamente americana. Pero esta confederación no debe formarse simplemente sobre los principios de una alianza ordinaria para ofensa y defensa: debe ser mucho más estrecha que la que se ha formado últimamente en Europa contra las libertades de los pueblos. Es necesario que la nuestra sea una sociedad de naciones hermanas, separadas por ahora y en el ejercicio de su soberanía por el curso de los acontecimientos humanos, pero unidas, fuertes y poderosas para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero. Es indispensable que usted encarezca incesantemente la necesidad que hay de poner desde ahora los cimientos de un cuerpo anfictiónico o asamblea de plenipotenciarios que dé impulso a los intereses comunes de los Estados americanos, que dirima las discordias que pueden suscitarse en lo futuro entre pueblos que tienen unas mismas costumbres y unas mismas habitudes y que por falta de una institución tan santa pueden quizá encender las guerras funestas que han desolado otras regiones menos afortunadas”18
Entonces, si aceptamos lo que se dijo anteriormente en el sentido de que “…, la identidad nacional antecede a la consolidación de la nación y por tanto la construcción nacional es anterior al proyecto nacional”19 y lo extrapolamos a la idea bolivariana de la construcción de una confederación de repúblicas, podríamos afirmar entonces que la identidad supra-republicana de una América que es la Patria para nosotros -según Bolívar- y Nuestra América para Martí, antecede a la consolidación de la misma como entidad política, por lo que parafraseando a Ortiz podríamos decir que la construcción de Nuestra América debería ser anterior al proyecto en si mismo. Visto de otra manera la idea de que la Patria es América antecede a la consolidación del proyecto que la concrete.
La solución de este debate es la que expone Martí al escribir su extraordinario artículo “Nuestra América” publicado primero en la Revista Ilustrada de Nueva York el 10 de enero de 1891 y después en el Partido Liberal de México el 30 de enero del mismo año. Algunos años antes durante un discurso pronunciado en la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 19 de diciembre de 1889, en una velada artístico-literaria ante delegados a la Conferencia Internacional Americana20 enunció la idea de “nuestra América” todavía así con el pronombre posesivo en minúscula.
Cabe mencionar que esta Primera Conferencia de Estados Americanos inició sus deliberaciones en Washington el día 2 de octubre se 1889 y sesionó hasta el 19 de abril de 1990. Asistieron 17 países incluyendo el anfitrión y con ella se venía a concretar en una organización la antigua ambición de control y hegemonía continental expuesta en la Doctrina Monroe. Desde 1880 Estados Unidos había comenzado a hacer esfuerzos porque esta idea se hiciera realidad. A los delegados se les trató de impresionar haciéndole visitas guiadas para mostrar el naciente poderío industrial estadounidense. Aunque la Conferencia no tuvo muchos resultados prácticos que mostrar, la idea panamericana se había hecho realidad y el proyecto bolivariano se sumió en el olvido por los gobiernos del continente.
Esta organización es el antecedente de ese bodrio creado casi 50 años después, llamado Organización de Estados Americanos (OEA) con el que se apuntaló el ideal monroista y el carácter de colonia de nuestros países respecto de Estados Unidos. Como señalé en un artículo escrito hace un par de años y recientemente publicado, no hay “nada más antibolivariano que la OEA”21
Todo esto resalta la valentía del apóstol, su denuncia en las ”entrañas del monstruo” como el mismo lo llamó. Vale la pena -aunque largo- leer un párrafo hermoso, pletórico de un sentimiento de hidalguía pura, de ese sentimiento nuestramericano que brotaba de su alma y de su corazón en las palabras que Martí le señalaba a los delegados “… ¿Cómo podremos pagar a nuestros huéspedes ilustres esta hora de consuelo? ¿A qué hemos de esconder, con la falsía de la ceremonia, lo que se nos está viendo en los rostros? Pongan otros florones y cascabeles y franjas de oro a sus retóricas; nosotros tenemos esta noche la elocuencia de la Biblia, que es la que mana, inquieta y regocijada como el arroyo natural, de la abundancia del corazón. ¿Quién de nosotros ha de negar, en esta noche en que no se miente, que por muchas raíces que tengan en esta tierra de libre hospedaje nuestra fe, o nuestros afectos, o nuestros hábitos, o nuestros negocios, por tibia que nos haya puesto el alma la magia infiel del hielo, hemos sentido, desde que supimos que estos huéspedes nobles nos venían a ver, como que en nuestras casas había más claridad, como que andábamos a paso más vivo, como que éramos más jóvenes y generosos, como que nuestras ganancias eran mayores y seguras, como que en el vaso seco volvía a nacer flor? Y si nuestras mujeres quieren decirnos la verdad, ¿no nos dicen, no nos están diciendo con sus ojos leales, que nunca pisaron más contentos la nieve ciertos pies de hadas que algo que dormía en el corazón, en la ceguera de la tierra extraña, se ha despertado de repente; que un canario alegre ha andado estos días entrando y saliendo por las ventanas, sin temor al frío, con cintas y lazos en el pico, yendo y viniendo sin cesar, porque para esta fiesta de nuestra América ninguna flor parecía bastante fina y primorosa? Esta es la verdad. A unos nos ha echado aquí la tormenta; a otros, la leyenda; a otros, el comercio; a otros, la determinación de escribir, en una tierra que no es libre todavía, la última estrofa del poema de 1810; a otros les mandan vivir aquí, como su grato imperio, dos ojos azules. Pero por grande que esta tierra sea, por ungida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez”.22
Martí, cual catarata hace descender su hermoso alegato, realza a los Libertadores y diseña su pensamiento identitario, en el que incorpora a indios, a negros, a los pobres de uno y otro rincón del continente, sin los que aquellos no hubieran podido logra su hazaña “…libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. A caballo, la América entera. Y resuenan en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo en brazo, con los choles del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escaparse de triunfo, los escuadrones de gauchos. Cabalgan, suelto el cabello, los pehuenches, resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos, con la lanza de tacuarilla coronada de pluma de colores; y al alba, cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes”23, y finaliza con una pregunta y con una convicción “¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola”24
Vuelve a esa idea cuando en un discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 28 de octubre de 1893, y publicado en "Patria", Nueva York, el 4 de noviembre de 189325 dice, “ La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando, ¡ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma!”
El apóstol cierra esa magnifica pieza de oratoria y de pensamiento patrio con una arenga a quienes lo escuchaban, “Por eso vinimos aquí, orgullosos de nuestra América para servirla y honrarla. No vinimos, no, como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime por sus méritos, y se la respete por sus sacrificios; porque las mismas guerras que de pura ignorancia le echan en cara los que no la conocen, son el timbre de honor de nuestros pueblos, que no han vacilado en acelerar con el abono de su sangre el camino del progreso y pueden ostentar en la frente sus guerras como una corona. En vano, faltos del roce y estímulo diario de nuestras luchas y de nuestras pasiones, que nos llegan de mucha distancia. Del suelo donde no crecen nuestros hijos, nos convida este país con su magnificencia, y la vida con sus tentaciones, y con sus cobardías el corazón, a la tibieza y al olvido. Donde no se olvida, y donde no hay muerte, llevamos a nuestra América, como luz y como hostia; y ni el interés corruptor, ni ciertas modas nuevas de fanatismo, podrán arrancárnosla de allí. Enseñemos el alma como es a estos mensajeros ilustres que han venido de nuestros pueblos, para que vean que la tenemos honrada y leal, y que la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, salvador y santo de lo propio; ni por el bien de nuestra persona, si en la conciencia sin paz hay bien, hemos de ser traidores a lo que nos mandan hacer la naturaleza y la humanidad. Y así, cuando cada uno de ellos vuelva a las playas que acaso nunca volvamos a ver, podrá decir, contento de nuestro decoro, a la que es nuestra dueña, nuestra esperanza y nuestra guía: "¡Madre América, allí encontramos hermanos! ¡Madre América, allí tienes hijos!"26.
Alerta a los delegados acerca del gigante del norte porque puede afectar “…con sus tentaciones, y con sus cobardías el corazón…”, y llevarlo a “…la tibieza y al olvido”. Enseña a amar a esta América Nuestra, a la Pachamama de nuestros pueblos originarios, a esa Abya Yala que existía y prosperaba antes que los europeos llegaran a hoyar su suelo sagrado. La llama Madre, con lo que sublima el más grande de los amores que se pueden sentir por ser alguno. No es retórica pura, no es el verbo fatuo ensalzando sin sentido, no es la exaltación vana de la utopía, es sentimiento profundo y siembra de los ideales de aquello que el mismo dijo, cuando afirmó que aquello que Bolívar no había hecho, aún está por hacer.
En “Nuestra América”, Martí reafirma las ideas expresadas dos años antes Esta vez no es el verbo encendido ante los delegados a la Conferencia de estados americanos, ahora de manera escrita, su prosa reverbera en la prensa de la ciudad más emblemática del imperio, hace un alerta premonitor de lo que se venía, intenta advertir, al igual que Bolívar del gigante que nacía con una ambición irrefrenable mirando hacia el sur, “ Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América” y cierra Nuestra América con la definición suprema de la nueva identidad, no sólo la delimita territorial y geográficamente, descubriendo para la humanidad por primera vez un todo al que pertenecen las grandes naciones del continente colonizados por las potencias ibéricas y las islas del Caribe avasalladas durante siglos por Inglaterra, Francia. Holanda y también por España, “¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”
Esta definición, es el aporte teórico más revolucionario de la historia de nuestro continente en materia identitaria, al hablar “de las naciones románticas del continente” Martí incluía a los pueblos originarios, aquellos que ya había puesto como principales protagonistas de su obra – en particular en “Madre América” y rescata con ellos nuestra maravillosa argamasa surgida también de negros y blancos. El concepto martiano de Nuestra América nos aporta elementos que dan una idea totalizante para construir el espacio de integración y unidad que necesitamos de cara al futuro. Ningún país por si solo podrá vivir el mundo del mañana, ni siquiera Brasil o México con sus territorios gigantescos, su población numerosa, sus importantes recursos naturales y su gran desarrollo tecnológico. La globalización capitalista –además- nos enfrenta a importantes retos si queremos conquistar la segunda independencia.
Hablar de ella nos remonta obligatoriamente a la primera. Se ha debatido hasta el cansancio sobre el carácter de la misma. Inglaterra fue la gran ganadora al finalizar esta gesta, a cambio del apoyo que dio a nuestras luchas en la etapa final de la misma, obtuvo de las oligarquías que se hicieron del poder, importantes concesiones que devinieron en la imposición de un modelo neocolonial caracterizado ya no por la sujeción política a la metrópoli, sino por el control económico que ejerce la misma
El extraordinario historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy27, se ha preguntado si la Independencia latinoamericana debe ser calificada como Revolución, y a continuación recrea el debate que ha habido al respecto. Expone que algunos le niegan el carácter revolucionario, al considerarla exclusivamente como un movimiento de liberación anticolonial, otras interpretaciones la ubican como una guerra civil, conflicto de castas o reacción criolla frente a las reformas liberales de las metrópolis. Guerra Vilaboy dice que ni siquiera la historiografía marxista se ha puesto de acuerdo al respecto. La crítica surge de la evidencia de no haber logrado transformaciones radicales de la sociedad., ni derrocar la formación económica social existente, ni conducir a modificaciones del régimen de propiedad o de las relaciones de producción.
En esta lógica, y si nos atenemos a que el sistema imperante era feudal y terrateniente, las guerras de independencia se propusieron eliminar la gran propiedad feudal y las “formas precapitalistas de producción”28. Los padres de la patria lucharon por una amplia redistribución agraria y la liquidación del régimen de esclavitud y servidumbre, que alterara la correlación de fuerzas de clase, que cambiara la ideología dominante y la superestructura de la colonia. En este sentido se le puede caracterizar como un gran movimiento social de “envergadura histórica”29
Vista así, la Independencia es un momento importante de la historia de nuestro continente al conseguir su liberación de las potencias europeas e iniciar el proceso nacional revolucionario, entendiendo que en ese momento histórico, tal carácter se manifestaba como transformaciones burguesas.30
Las aristocracias criollas que usurparon la victoria y le dieron un giro conservador a la Independencia anularon las transformaciones propuestas y llevadas adelante por los padres de la patria, pero, a pesar de eso hubo un paso adelante en la lucha por la liberación, que es lo que llamamos Primera Independencia. Debemos destacar en este sentido, el proceso de formación nacional, la eliminación definitiva de formas retrógradas de explotación como la mita, el establecimiento del sistema republicano en todas las ex colonias liberadas menos en Brasil, la eliminación de tributos de carácter feudal y del régimen de castas y el establecimiento del principio de igualdad legal, todo lo cual eran medidas de carácter muy revolucionario para la época.
Plantearse la segunda independencia habla de culminar aquello que se inició hace casi 200 años, estableciendo una sociedad más justa en la que haya una redistribución equitativa del ingreso, un sistema de impartición de justicia igual para todos y un modelo económico que garantice todos los derechos para todos los ciudadanos.
La única manera de lograrlo es estableciendo el socialismo como régimen económico y político que impere en la organización social. En ese camino y en la larga transición que nos llevará a ese punto del desarrollo de la sociedad debemos avanzar hacia la unidad de Nuestra América para que los recursos con que contamos sean un instrumento válido que nos permita superar las asimetrías establecidas en la construcción nacional que nos deparó la primera independencia.
La lucha por una identidad nuestramericana que nos lleve a cimentar un espacio de integración y unidad no es tarea fácil, pero ya empezó con diferentes ritmos y formas de expresión. En nuestro continente es interesante estudiar las manifestaciones que ello tiene en aquellas regiones fronterizas en la que los pueblos interactúan por encima de decisiones superestructurales o acuerdos de Estado31. Allí podemos observar la construcción de una identidad que supera las líneas fronterizas impuestas por las potenciales coloniales, decididas a mucha distancia de nuestro territorio y por personas que nunca estuvieron en él.
Intentando debatir sobre este tema, en un artículo de un libro que tuve el orgullo de coordinar y que se publicó en España en el año 2000, exponía que el concepto de identidad ha tenido múltiples interpretaciones a través de la historia. Para unos, expresa igualdad, también se entiende como uniformidad consigo mismo o con otros, y otra acepción la entiende como desaparición de diferencias. Si partimos de Hegel que mostraba que todo está en permanente movimiento y cambio, podemos concluir que referirse a la identidad es referirse a algo relativo y temporal. Esto nos permite afirmar que al hablar de Nuestra América no se pretende borrar las enormes diferencias entre nuestros pueblos y sus identidades, sino encontrar “un denominador común reconocido a través de la conciencia colectiva y que puede varias según el devenir histórico”32
Se ha dicho también que el camino a una identidad supranacional conduce a la pérdida de soberanía, tampoco debemos obviar que ha habido -a través de la historia- intereses imperiales encaminados a debilitar la identidad nacional y con ella debilitar a los estados nacionales. Pero, en este caso, se trata de una situación en que la pérdida de la identidad nacional y por tanto de soberanía, conduce a la construcción de una supra-identidad y una supra-soberanía, la nuestramericana.
Todo este análisis nos lleva a afirmar sin temor a equivocarnos que la idea de José Martí nos crea condiciones para construir esa supra-identidad que necesitamos y con ello avanzar hacia la supra soberanía que precisamos para actuar en tiempos de globalización y tener relevancia en el mundo del futuro. Sólo así, haremos realidad el proyecto de Bolívar y el sueño de nuestros padres de la patria, así reivindicaremos para siempre la sangre y el sacrificio de todos aquellos que en estos cinco siglos han entregado sus vidas para fundar ésta, Nuestra América.
Ponencia en la Cátedra Bolívar-Martí-Sandino
Santiago de Chile
Junio de 2009
sergioro07@hotmail.com