Torno a mirar el camino andado
mi marcha, fue una marcha de soldado
con paso vencedor, a todo estruendo”
y
“volví la frente hacia el mas bello ocaso,
mil bravos se rindieron al fracaso
mas yo fui vencedor del mal tremendo”
Andrés Eloy Blanco
Tengo en mis manos las 397 paginas del libro “UN Tal Tirso Pinto” obra amena y auto biográfica del camarada Tirso José Pinto Santeliz “Tirso Pinto” y aunque sin intenciones historicista, recoge una seria semblanza de las luchas populares que cabalgan en dos tiempos que él denomina “Del Perzejimenismo al Betancuorismo”.
Tirso, sin rebuscamientos ni exaltación jactanciosa de la propia personalidad, nos va adentrando en los tiempos de las luchas clandestinas, de las que el formó parte desde muy temprana edad, en 1.949 estaba ingresando a la Juventud Comunista y participando en las protestas estudiantiles contra la dictadura perezjimenista. Lucha contra el sistema de horror y de terror de los esbirros de Pedro Estrada que no cesó hasta el derrocamiento del tirano el 23 de enero de 1.958.
Cumplió los 20 de edad años edad en una cárcel de Maracaibo a las órdenes de Miguel Silvio Sanz de la Seguridad Nacional, donde por ironías del destino tuvo como compañero de prisión al adeco Hugo Soto Socorro, ambos en esos momentos enfrentando a quienes entregaban la patria a los intereses extranjeros. Años después ese mismo Hugo Soto Socorro sería el tristemente celebre fundador de las “bandas armadas de AD” conocidas como la “SOTOPOL que sustituyeron a la Seguridad Nacional de Pedro Estrada en el triste papel de perseguir a los hombres y mujeres venezolanos que se opusieran a la venta de la patria al imperio norteamericano.
El reencuentro con Tirso en los salones de la CORPOINDUSTRIA Zuliana el pasado mes de junio, fue por demás evocador, rodeado de quienes fueron viejos camaradas del Partido Comunista de Venezuela en el que todos militamos en los tiempos de la lucha armada. Especialmente conmovedor fue el abrazo de Tirso con mi madre la “camarada Natacha”, luchadora comunista de toda la vida y quien lo asistiera en la Cárcel de Sabaneta, cuando regresó como preso político de la “democracia liberal burguesa”, ahora “cosido” a balazos por los esbirros de unos gobiernos que cumplían la orden a cabalidad del sátrapa mayor “Disparen primero y averigüen después” y que comprometieron seriamente la movilidad de sus piernas, solo que Tirso es de esos hombres que “luchan toda la vida” y que ni siquiera una andanada de balas asesinas pueden doblegarlos.
La lectura ligera y emotiva de “Un tal Tirso Pinto” nos coloca de nuevo frente a esa gloriosa era de hombres y mujeres ejemplares que lo dieron todo por Venezuela y la revolución socialista y que regaron los caminos de la patria con su sangre en una lucha desigual, sin pedir ni dar tregua ni cuartel. De nuevo emergen las figuras amadas como la de mi camarada Iván Daza, aquel gigante que una tarde nos salvó de la muerte cuando los esbirros de Acción Democrática venían en un Jepp disparando contra tres compañeros y mi persona, atrapados desarmados en una balacera en el centro de Barquisimeto, de la nada surgió la imponente figura de Iván quien desenfunda su arma y dispara contra nuestros atacantes cruzándose frente a nosotros y el vehículo haciéndolos estrellar contra un poste de luz en la esquina donde estaba la sede del PCV. Iván Daza ofrendó su vida en las montañas de Lara, defendiendo sus principios y la integridad de la patria. De “Medinita” a quien conocí en una heladería frente al Liceo Lisandro Alvarado y que fue asesinado vilmente por los lacayos del imperio, ante quienes demostró una gallardía y una hombría desconocida por sus asesinos. De las infinitas personalidades de Fabricio Ojeda, de Argimiro Gabaldon gigantes en la lucha por la vida.
Fue de un gusto enorme este encuentro con este “tal” Tirso Pinto, quien hoy erguido por encima de todas las visicitudes, sigue siendo un joven revolucionario con más de 60 años en la lucha política por la liberación de la patria
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