El último recurso


Los disparates, aventuras y derrotas han dejado a la oposición en una dramática situación de deterioro e inferioridad. Ocuparía mucho espacio examinar con detenimiento cuáles han sido las causas que han conducido al debilitamiento de quienes se oponen al Gobierno del Presidente Chávez, pero sin duda es casi unánime y generalizada la opinión de la influencia determinantemente de los errores de una dirección política que colocó todas sus cartas en una estrategia inmediatista de violencia, golpe de Estado y más recientemente, en el empleo del paramilitarismo colombiano.

De las exhuberancias proclamadas en vísperas del 11 de abril de 2002 a las escuálidas manifestaciones de hace días hay una larga travesía de disparates y aventuras. Es una experiencia comprobada por la historia que ninguna política pueda tener éxito y arraigar profundamente en las masas populares si carece de racionalidad y propósitos viables. La oposición a Chávez se apoya en una desbordada campaña de prensa, radio y televisión que, al final, sólo ofrece como salida hechos de violencia, fuera del marco de la correlación de fuerzas y la realidad venezolana. Como resultados, la frustración, el desaliento y la sensación de impotencia son los signos de quienes hoy siguen a los viejos partidos.

Y ¿cuál es la reacción? Podría suponerse que las sucesivas derrotas deberían conducir a una revisión crítica a fin de corregir la estrategia impuesta por la impaciencia, el aventurerismo y la irracionalidad. No ha sido así. En su lugar la oposición se ha ido al extranjero, a fin de obtener en Estados Unidos los recursos que no logra en Venezuela. Ahora, la vieja política depende exclusivamente del apoyo y los dólares norteamericanos. La oposición ha cambiado de escenario. Su suerte está ahora en las manos de George W. Bush, en los laboratorios de guerra del Comando Sur de Estados Unidos, en los laberintos de la OEA, en la ambición de los paramilitares colombianos. El apoyo extranjero es el último recurso de AD-Copei; el último recurso de la desesperación y la irracionalidad.


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Guillermo García Ponce


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