Cuando ejercí el cargo de Vicepresidente Administrativo de Ecopetrol, tuve la oportunidad de tratar a los dirigentes de la USO, sindicato base de dicha empresa estatal. Con ellos mantuve largas y serias conversaciones preparatorias y finalmente aprobatorias de las dos convenciones colectivas que el Presidente de esa entidad y yo firmamos con tan prestigiosa y fuerte organización obrera durante los años 1979 y 1981.
Tenían fama de radicales, incómodos y aun peligrosos líderes comunistas, lindantes con la subversión y la violencia, según la visión que me habían transmitido de ellos algunos altos heliotropos de su Junta Directiva, previniéndome para que no cediera ante sus peticiones, de antemano rechazadas por ellos.
Los veían como tirofijos de overol y no de guerrera y fusil que, según sus preconceptos, escondían al desgaire en las gavetas de sus escritorios de burócratas bien pagados pretendiendo quitarles así toda señal amenazante. Conocí de entre ellos a Luis Eduardo Garzón, actual Alcalde de Bogotá, a Jorge Santos, a Rodolfo Gutiérrez, y a Gabriel Alvis su actual Presidente cuando apenas comenzaba, si no yerro.
Tuve siempre una opinión favorable acerca de su espíritu de lucha, de sus convicciones sindicalistas y, sobre todo, de su amor por la empresa que estimaban como propia en la medida en que era, y todavía afortunadamente lo es, propia del pueblo colombiano.
Coincidentes con mi posición de liberal de izquierda, mis relaciones con la USO siempre fueron cordiales, decentes y respetuosas. Sabían que no era de su clase, pero también que mi conciencia democrática suplía el vigor de sus manos encallecidas de obreros con el trabajo diario que ella cumplía mediante la profesión de principios igualitarios.
Para ellos yo era un obrero del pensamiento, sindicalizado en la cultura progresista, capaz de hacer una huelga de conciencia en defensa de la legalidad de sus derechos colectivos; para mí, en justa compensación a sus méritos como trabajadores petroleros, ellos eran, y lo son sus sucesores, dirigentes verticales y honestos incapaces de hacerles trampas a las propiedades y maquinaria de Ecopetrol como a Colombia toda, a las que rodean de un irrompible cinturón de lealtad.
Después de 35 días de huelga, sin que hubieran matado a nadie ni dañado ninguna tuerca de la empresa pero sí defendido sus derechos con sólida decisión de hombres de dialéctica fe social, y a pesar de que este insaciable gobierno antiobrero destituyó cerca de trescientos miembros del Sindicato, firmaron la nueva convención colectiva, prueba de que su sacrificio fue por el país y no por sus intereses estrictamente económicos a los cuales, además, tienen cabal derecho.
Los perfumados mandamases de la empresa con su Presidente de complicado e importado apellido a la cabeza, así como de innegables tendencias a lo multinacional y al neoliberalismo, han logrado privar a muchos trabajadores de sus salarios, saciando con ello la sed de exterminio sindical padecida por rubios asesores extranjerizantes y neoliberales que vestidos de blanco lino deambulan por los campos exploratorios y de explotación de Ecopetrol o de paño inglés asisten en ese idioma a sus altos directivos de Bogotá, mas no rendir su gran vitalidad obrera.
No obstante la pírrica victoria del Gobierno sobre los trabajadores despedidos, de estos aparecen, imborrables, las huellas de su triunfo por impedir la privatización de Ecopetrol y su entrega a las transnacionales imperialistas. Gracias, trabajadores petroleros, gracias.
Esta nota ha sido leída aproximadamente 1919 veces.