Si no la hace a la entrada, la hace a la salida

Colombia, la que tanto amó Simón José Antonio de la Santísima Trinidad.
Colombia, la heredera del nombre que Bolívar aspiraba para la gran nación
suramericana. Colombia, la que debió ser la reina de las naciones.
Esa Colombia, la del gran sueño, es hoy un país que nada tiene que ver
con los anhelos de aquellos que derrotaron en el siglo XIX, a uno de los
imperios más poderosos del mundo.

Como si hubiese sido maldecida por algún Dios, Colombia pare y pare
traidores a su suelo, a su esencia, a su razón de ser.

Es quizás Santander, el Judas de América, el mejor ejemplo de lo que
afirmamos. Él vio en el apoyo que le brindaba la burguesía bogotana y el
entonces naciente imperio gringo, la oportunidad de desplazar a Bolívar y
agigantar su poder. Por ello no vaciló en conspirar contra El Libertador,
la integración suramericana y la creación de lo que los historiadores han
dado en llamar La Gran Colombia, pero que en realidad se llamó Colombia.

La oligarquía colombiana, con las mismas miserias de la venezolana, pero
santanderista hasta el hueso, nunca lo ha mostrado como lo que realmente
fue. Por el contrario, lo asumió como el héroe de la patria e
internalizó de él lo que mejor lo caracterizó: la traición al amigo y al
líder, la falta de solidaridad, la monetización del ideal, la entrega de
la patria al mejor postor y el desprecio por la libertad de los
colombianos.

Ese es el modelo y la figura que a su pueblo han intentado imponer por
siglos.

Por esa forma de sentir la patria y ver la vida es que nadie puede
extrañarse de que Colombia hoy tenga un presidente vinculado al
narcotráfico y al paramilitarismo. Nadie puede decir que le asombra que
el congreso colombiano este lleno de delincuentes con las manos manchadas
de la sangre derramada por miles de colombianos humildes. Nadie puede
afirmar que le sorprende que el gobierno colombiano permita que su
territorio sea usado como base militar de un imperio. Nadie puede
hacernos creer que le parece insólito que Colombia renuncie a enjuiciar a
un soldado gringo que viole a una niña colombiana. A nadie puede
parecerle imposible que Colombia viole el sagrado territorio de la patria
de Bolívar para secuestrar a un enemigo político de su gobierno. Nadie
puede haber sido sorprendido con la cobardía de bombardear a media noche,
y con la ayuda del imperio, a un pueblo hermano y más débil. Nadie puede
asombrarse de que sea Colombia el paraíso del narcotráfico. Nadie puede
negar que le es muy propio a Colombia el sicariato.

Nos engañamos nosotros mismos cuando en nombre del sueño de Bolívar
dejamos que Colombia haga y deshaga. La oligarquía colombiana y los
gobiernos que de ella han surgido y surgirán, serán siempre como hasta
ahora han sido.

Con el puñal escondido, con la mentira de por medio, con la envidia
propia de Santander, con el desprecio por los sueños de nuestros
libertadores actuarán siempre los eternos poderosos de Colombia.
Ojalá y el presidente Chávez aprenda de esta última jugarreta del
gobierno de Uribe y de una vez por todas entienda que gobierno colombiano
que no la hace a la entrada, la hace a la salida

Agosto 2009
arellanoa@pdvsa.com


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Alexis Arellano


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