Beep Beep

La verdad no puede explicarse. Cómo es posible que un pueblo calificado de
horda, de lumpen, de violento. A pesar del trabajo cotidiano, metódico y
truculento desarrollado desde la plataforma comunicacional privada del país
durante casi cinco años. Ese pueblo, de pronto, masivamente, a pesar de que
los medios, como ya va siendo una aberrada tradición, no lo reflejaron en
las pantallas. Una masa enorme, desde todos los puntos del país, llenó las
calles de Caracas por el llamado de Chávez, supuestamente derrotado,
obligado a aceptar el referéndum, según alardeaban ciertos comunicólogos que
son actores políticos con mejor perfil que Enrique Mendoza, por ejemplo.
Digamos que Marta Colomina es mucho más interesante que Cecilia Sosa, y así
por el estilo. Ese pueblo constantemente descalificado y postergado,
manipulado y engañado por la acción mediática que busca distorsionar no sólo
su realidad sino sus esperanzas, ese pueblo ha tenido, si ustedes quieren,
un mágico sentido crítico, pues, sin atender a mayores envenenamientos y
casi perfectas manipulaciones, obedeció al llamado presidencial. Pareciera
que, nuevamente, la oposición es víctima de su trampa.

No hay mejor cartoom, ni más contemporáneo, que aquel del coyote y el
correcaminos.

-Beep, beep...

Como el correcaminos, el pueblo sigue tan campante a su líder, conectado a
la vida. Y ¿el coyote? Consumido, chamuscado, lo sabemos, sin pensar en sus
errores, vuelve a intentarlo infatigablemente.

Recuerdo las escenas de esa historieta y no puedo sino pensar que sería una
alegoría inmejorable de la trágica historia de los oposicionistas y sus
convicciones.

El Coyote no acierta a pesar de su hambre voraz (necesita energía, es decir,
comerse al correcaminos, que por lo que se ve en este desierto es el único
alimento disponible). Sin embargo, falla.

El correcaminos no está ni mínimamente calificado, ni informado;
prácticamente no planifica. Es el atacado, es la presa. Pero el correcaminos
parece disfrutar mucho de la vida y hasta de las paradojas del destino. No
vive para su enemigo, ni siquiera se defiende de él. Se dedica a defender su
aptitud, la velocidad, la ligereza, la pureza de ser el correcaminos que es.

Mientras tanto, el coyote (financiado nadie sabe por quién) compra los
últimos recursos tecnológicos para la ejecución de sus planes, que a pesar
de las variables (casi siempre aparentes), tienen el mismo fin: acabar,
matar, atrapar y preferiblemente aplastar al correcaminos. Cada escena. Cada
implementación de las ideas y su respectiva e ilustrada planificación, algo
arrogante, a veces desesperada y siempre desesperante. Todas las ocurrencias
del coyote redundan en su obsesión. Sus amigos dicen que ya no es cuestión
de hambre o necesidad, que atrapar al correcaminos se ha tornado el único
sentido de su vida. Es conmovedor si fuese una historia de amor, pero esta
que contamos es una historia de odio.

Las iniciativas del coyote, una y otra vez, concluyen en la derrota. El
coyote, a pesar de su avidez, o precisamente por ella, termina siendo la
víctima de sus inventos. Los abismos parecen llamar la atención del coyote.
Es un clásico la nubecita de polvo allá abajoooo.

Arriba, una vez más, el correcaminos triunfa.

-Beep, beep

Nadie entiende cómo el correcaminos supera cada una de las trampas mortales
que le tiende el coyote. Al correcaminos lo salva la inocencia y el
ejercicio de la vida. Su velocidad, su alegría. Y, notable atributo, su
falta de resentimientos. El correcaminos cuando se convence que ha sido y
está siendo perseguido por el coyote, hace lo que le es propio: sigue con su
vida ágil y contento.


-Beep, beep,

No conozco al coyote. Tampoco lo he padecido, al menos no directamente
(aunque víctimas de los paros y del golpe fuimos todos). Pero si el coyote
sigue por el camino que va, y llega a ser un estupendo derrotado, puede ser
que hasta yo me conmisere de él.

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Stefanía Mosca - La Jiribilla


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