Es imposible evadirse. Se harán los locos, pero sin duda Bush se merecía su zapatazo. Decir en Iraq, y repetirlo en una rueda de prensa, al lado de un presidente pelele de ese país, cuna de la civilización, afirmar que pocas veces ese pueblo había disfrutado de tanta libertad, de tanta prosperidad como desde la llegada de las tropas norteamericanas, es un descaro. Muestra la indolencia infinita de Bush ante la muerte diaria, muerte de civiles iraquíes. Nunca tanto terror, aun si se compara con el horror del pasado.
Las inexistentes armas de destrucción masiva no justifican la invasión y mucho menos la presencia de los marines.
Nunca hubo tanta justicia, dijo Bush; no nos asombra, su liderazgo ha sido capaz de cualquier brutalidad. Aunque bruto parezca el periodista que le lanzó los zapatos, con una buena puntería pero no la suficiente. Los reflejos, la reacción del presidente saliente de Estados Unidos, la potencia de todas las potencias, fue impecable, casi como la campaña de Obama. El último de los zapatos, pasó más cerca que el primero, pero ambos fueron esquivados por el turbio huésped de la Casa Blanca. En el islam, tirarle los zapatos a alguien y decirle perro son los peores insultos.
-No sea perro Bush -y Muntazer al-Ziadi le tiró los zapatos que, irónicamente, podrían ser unos Timberland.
Ahora puede entenderse por qué el sesudo rector de la USB invitó a Mario Vargas Llosa como orador especialísimo a esa casa de estudios. El escritor peruano, seguramente cuando tramitaba su ciudadanía española hace unos años, afirmó con su cara tan lavada y sus muchos dientes, como decía Juan Carlos Onetti, Vargas Llosa en vivo, y no su hijito, afirmó que el islam es un pueblo bárbaro (bárbaro por salvaje, no por foráneo, extranjero). Los hechos le dan la razón: hay que ser un salvaje para tirarle en una rueda de prensa unos zapatos a alguien. Al reputado periodista le rompieron la mano y unas cuantas costillas, quién le manda. Las fuerzas de seguridad tuvieron que neutralizarlo, posiblemente se lo lleven a Guantánamo por terrorista.
Un par de zapatos no pueden tumbar a nadie, y tampoco demostrar ni explicar las causas de la violencia que llega junto a los equipos de reconstrucción o pacificación norteamericanos o los cascos azules (algo salpicados de sangre) en su afán de ayudar y resguardar el equilibrio del mundo. De un modo u otro, en un concierto macabro, irrumpe la violencia en diversas ciudades del mundo. Bombay, Estambul, Congo, Ciudad de México, en Bolivia, Río de Janeiro... Violencia en diferentes ciudades del planeta a niveles catastróficos, y no puedo dejar de imaginar (será mi apego a la ficción como denuncia) que hay un plan global detrás de estas coincidencias que despiertan y avivan antiguos enfrentamientos étnicos, nacionales, urbanos y otros fraguados; las bandas toman las ciudades, la seguridad es una quimera y la presencia militar "humanitaria" es global.
La información y el condicionamiento mediático justifican este paso hacia la psicosis social. La violencia urbana diseminada como un virus, un germen que paraliza la economía y reactiva, convenientemente para algunos, la máquina de la guerra. Ojo pelao: la información y el entretenimiento se han convertido en instrumentos de la injerencia global, a la que no renuncia ni la fuerza imperialista ni la lógica colonialista de las potencias establecidas y atravesadas por una alarmante crisis financiera que amenaza a la humanidad aun en diciembre, cuando la luz de Caracas es más bella.
Escritora