Con una mirada estratégica al tiempo, pero Socialismo, siempre Socialismo

El Estado Burgués y llos "cantos de ballenas"

La igualdad ante la ley, en  los asuntos públicos o ante las decisiones de poder niegan toda posibilidad de que en una sociedad dividida en clases pueda existir verdadera democracia. El dogma neoliberal que propugna la “libertad” en todos los ámbitos de la vida niega en esencia el hecho de que la libertad para esclavizar a unos ciudadanos o la libertad para apropiarse de los medios de producción supone la existencia de esclavos, en un caso, y proletarios obligados a vender su fuerza de trabajo para poder subsistir en el otro.

Extraordinariamente coherentes con ellos mismos, los capitalistas defienden la libertad de esclavizar a millones de seres humanos; defienden la libertad milenaria de aprovecharse del trabajo esclavo de la mujer en el hogar, generando plusvalía al capital, sin reconocer un solo centavo por ello; defienden la libertad de convocar a guerras sanguinarias colocando al proletario en el frente de batalla para su beneficio; defienden la libertad de migrar sus capitales donde les convenga, y en definitiva, defienden la libertad de explotar a la humanidad y la naturaleza en su propio beneficio. Esa es fundamentalmente la ideología burguesa y no otra.

La democracia burguesa, cuya única legitimidad deriva del derecho al voto cada cierto número de años, también tiene una historia que desnuda su falacia. En nuestro caso, me refiero a Venezuela, no bien terminaron la obra de asesinar moral y materialmente al Libertador y sus planes de integración, libertad y justicia, proclamaron una Constitución Nacional (1830) que excluía del derecho a elegir a cualquier persona que no tuviese tierras o rentas según determinaba la ley, de esta forma la República quedaba en las manos de la misma oligarquía que había detentado el poder económico durante la colonia. Las exigencias para ser electo eran aún mayores, excluyendo de esta manera a la inmensa mayoría del pueblo que había derramado su sangre por la conquista de una independencia que lo devolvió a la explotación y la esclavitud con mayor grado de fiereza que cuando las sufría en nombre de la corona española.

Resulta claro que la base de la ideología burguesa no se encuentra en los principios de igualdad, fraternidad y libertad como derecho para todos los ciudadanos, sino al contrario en la defensa de sus intereses. El Estado burgués es un instrumento al servicio de la clase dominante. No resulta difícil demostrar a nuestros obreros o campesinos la naturaleza parcializada del Estado burgués colocado siempre al servicio de los intereses de sus amos. Nunca habremos visto a los tribunales del trabajo fallar a favor del obrero; los tribunales mercantiles fallar en contra de los intereses del banquero, o simplemente, la guardia nacional o la policía disparando contra los bancos usureros y ladrones por haber robado sus ahorros al pobre sino que, al revés, siempre reprimiendo al pobre para proteger al banquero. No requiere pues de análisis profundos. Banqueros, comerciantes, académicos, ministros, generales o jerarcas de la iglesia, todos provenían de la misma clase social: la oligarca o burguesa. Los pobres siempre estuvieron excluidos de esos cargos. Algo cambió –podrían decirme- cuando el proletariado aprendió a organizarse y reclamar algunos derechos. Es el tiempo en el cual algunos pobres –debidamente amaestrados por el sistema- pudieron acceder a ciertos espacios hasta allí reservados para la burguesía. Nació así la llamada “clase media”.

La corriente obrera reformista se aprestó a gobernar con la burguesía. Incluso llegaron a formar gobiernos casi totalmente conformados por representantes de la socialdemocracia. Le cayó al movimiento revolucionario la capuchina de Karl Kautsky y compañía. La esperanza de un gobierno democrático conciliador, capaz de superar las contradicciones de clase, árbitro imparcial ante los conflictos de clase, se hizo presente como una droga adormecedora en la conciencia de la clase trabajadora, otorgando un balón de oxígeno a la clase explotadora burguesa, una suerte de “utopía realizable” que tanto daño ha hecho a las luchas revolucionarias. Dentro del campo revolucionario tampoco faltan los “colaboracionistas” del capitalismo hoy día. Con su mensaje de paz, diálogo y conciliación alientan letalmente esa esperanza. Esa tarea ejecutada a todo lo largo del siglo XX por la socialdemocracia hoy la cumple el reformismo restaurador con graves consecuencias, porque confunden, alientan falsas esperanzas, en definitiva: entorpecen.

El Estado burgués jamás podrá ser instrumento revolucionario. La forma en que está organizado, sus jerarquías y sus reglas lo unen indisolublemente a la filosofía burguesa. Los altos funcionarios, aquellos que perciben buenos ingresos, incluso con posibilidades de acumular cierto capital jamás defenderán la propiedad social y, al contrario, estarán casi siempre dispuestos –salvo excepciones- a encontrar argumentos para apoyar la buena marcha de una economía capitalista. Mientras la economía y el acceso al crédito esté controlada por el capital financiero, jamás se podrá emprender una tarea revolucionaria de socialización de los medios de producción sin que este poderoso sistema active el sabotaje de los proyectos: fuga de capitales, especulación con los precios, negación de la cartera de créditos, contrabando de extracción de bienes necesarios para la alimentación y la vida, el mercado negro de divisas, la caída de la producción de bienes esenciales, desempleo, etc., etc., son sólo algunas de las medidas inmediatas que toma el capitalismo –con la complicidad de las poderosas raíces que conserva dentro del Estado burgués- para hacer naufragar el proceso socializador.

Cuentan que siendo Ministro de Economía de Cuba, el comandante Ernesto “Che” Guevara solicitó revisar algunos pagos por compras del gobierno cubano. Al hacerlo percibió que buena parte de las facturas tenían como beneficiarios a empresas capitalistas. Llamó la atención a sus subordinados y les dijo su consabido “al capital, ni tantico así”, empleando para ello una parábola, un cuento pués: “¿Conocen el cuento del huevo y la piedra? –les dijo- miren, con el huevo arriba y la piedra abajo, o con el huevo abajo y la piedra arriba…siempre se jode el huevo” Con el huevo arriba o abajo en las pretendidas “conciliaciones” con el capitalismo siempre se jode el socialismo. Es imposible utilizar las “herramientas melladas del capitalismo” para construir el socialismo. Todo proceso revolucionario con verdadera vocación socialista se enfrentará siempre a ese drama: o capitula ante el Estado burgués, alimentando y vigorizando el capitalismo, o rompe con ese Estado, sustituyendo las relaciones de propiedad capitalistas por las relaciones de propiedad social de los medios de producción, todo lo demás es cuento y río de hojas, o como me decía un viejo luchador y maestro, allá cuando apenas adolescente nos iniciábamos en estas luchas y algunos camaradas –ya por aquellos tiempos- nos venían con cuentos de camino, “Muchacho, eso es meterle cuento al palo pa’que se rían la bolas”



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Martín Guédez


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