No pongo en duda
que –como el mismo Evangelio lo señala- "el obrero merezca su salario". No me
parece alarmante –aunque poco digno de emulación para un cuadro revolucionario-
que cada, persona fruto de su trabajo obtenga beneficios económicos, y que estos
provechos se traduzcan en mejoramiento en la calidad de vida para sí mismo y
para su familia, digamos que en términos generales no es antiético. Lo
inaceptable y nauseabundo es, que fruto del “servicio” al pueblo la persona
salte –literalmente- de caminante desempleado allá por Puente Llaguno, a exitoso
y ostentoso personaje soberbio, distante y siempre rodeado de los oropeles y las
“seguridades” que requiere su “ sacrificada entrega” a la revolución. La razón
es sencilla, el trabajo honesto no genera tales lujos. Si así fuera los grandes
ostentosos del mundo serían los trabajadores y campesinos que son históricamente
los que levantan y acuestan al sol, “usted me perdona don, yo no se filosofar”
como nos decía el padre cantor. Toda forma de salto espectacular en la forma de
vida presupone traición a los supuestos ideales, supone fraude, no es meramente
robo de plusvalía al clásico estilo capitalista, es fraude a los ideales, fraude
puro y simple, redondo y sin poros.
Ese tipo de espectáculo es letal.
Quizás ningún otro antitestimonio lo sea más que este. El discursito
revolucionario en la boca de un farsante es una bofetada en el rostro del
pueblo. El pueblo está acostumbrado a la ofensa inferida por el rico explotador
clásico, pero con este al menos, no tiene que calarse el sermón. Este otro es un
“matavotos”, como dice Luís Britto, o un “matasueños”, como digo yo.
Sencillamente hay que exigirle cuentas y comenzar por cerrarle la boca. El
revolucionario que no vive como tal no merece ser oído. Con ejemplos de vida
propios de pequeños burgueses, el discurso revolucionario resulta cacofónico,
molesto y repugnante, o como decía
Aquiles Nazoa “causa mala impresión”.
La forma concreta de hacer la
revolución pasa necesariamente por un modo de vida socialista. Ser
revolucionario, más allá de las poses, es una experiencia profunda de amor al
pueblo. Pueblo para la revolución es toda persona desde que nos acercamos a
ella. Desde la más cercana hasta la más distante. El pueblo se hace prójimo por
amor. La existencia a nuestro alrededor de miles de personas pobres y desasistidas, a las
que a pesar de tantos logros alcanzados por la Revolución aún no hemos podido
integrar a un modo de vida digno, tiene que desafiar la conciencia del
revolucionario. El pueblo pobre no lo es por un fatalismo. El pueblo pobre es un
pueblo empobrecido, es decir, un pueblo estafado, defraudado, robado, enajenado
del fruto de su trabajo y de su dignidad por los farsantes explotadores de todos
los tiempos, desde quienes por la religión le robaron la divinidad al hombre
–origen de toda la explotación- , hasta estos miserables capitalistas de
nuestros tiempos. Un revolucionario que se enriquezca por el hecho de estar al
servicio del pueblo es un miserable, es simplemente un canalla de la peor ralea,
es un apañador y un restaurador cómplice del sistema explotador
que sólo
merece el desprecio del pueblo. Chávez, que es revolución, Chávez que es
socialismo y este pueblo que con fe y esperanza lo sigue hace veinte años, y lo
esperaba hacía siglos, no merece la compañía de estos
bandidos.
La conciencia
no debería dejar dormir tranquilo a quien se entrega a modos de vida burgueses y
además lo hace a nombre del amor al pueblo. El contraste entre lo que hace poco
era y lo que hoy es debería causarle repugnancia infinita si aún le quedase un
miligramo de vergüenza. Amar al pueblo significa sumergirse en el conflicto
social que crea semejante empobrecimiento. Es hacer una elección política con
consecuencias muchas veces dramáticas en términos personales, familiares y de
grupo. Exige una des-identificación ideológica con los mecanismos del poder. Hay
que amar dentro del conflicto, amar con limpieza de corazón, con sincero
espíritu de igualdad. Al rico, al poderoso, al causante del empobrecimiento del
pueblo, hemos de desterrarlo, en primer lugar de dentro de nosotros mismos. El
proceso de liberación debe comenzar por nosotros mismos. Con franqueza… todo lo
demás produce un asco profundo e insoportable.
En Marzo de 1963, el Che
decía a una Asamblea de Trabajadores: “El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal
ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos
ejemplos, trabajar sobre la conciencia de la gente, golpearle la conciencia a la
gente, demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una
Revolución cuando está en el poder, cuando está segura de su objetivo final,
cuando tiene fe en la justicia de sus fines y la línea que ha seguido, y cuando
está dispuesta, como estuvo dispuesto nuestro pueblo entero antes de ceder un
paso en lo que era nuestro legítimo derecho”. Y yo añado: más ejemplo y
menos teatro camarada, más sacrificio y menos carros lujosos, más cercanía con
ese pueblo y menos escoltas para que me garanticen la vida, más solidaridad
verdadera y menos
pantallería.