Reflexiones sobre la columna de Antonio Aponte “El camino del santo”

El camino del revolucionario

La riqueza es como el agua salada, mientras más se bebe más sed produce.

Arthur Schopenhauer


La corrupción de valores –que no sólo la corrupción explícita y manifiesta- es sin duda uno de los más grandes desafíos que tiene la Revolución Bolivariana por delante. La pesada carga cultural inoculada por años de capitalismo no se borra en un dos por tres. Menos aún, cuando la vida diaria va colocando al revolucionario en el difícil trance de administrar con criterio radicalmente revolucionario ciertos beneficios y privilegios que le resultan naturales y justificados dado su “sacrificio” y entrega.

El dinero, como el poder –van siempre juntos- poseen una fuerza esclavizadora difícilmente resistible. No en vano Jesucristo recordaba que no se puede servir a Dios (el pueblo) y al dinero, porque se terminará traicionando a Dios (al pueblo) y siendo esclavo del dinero. Siempre sobrarán argumentos justificadores para ignorar esa desviación y suponer la voz profética que reclama como “cosa de envidiosos”. No obstante es difícil, muy difícil, acordarse de las necesidades del barrio –salvo elucubraciones y masturbaciones mentales de autocomplacencia- cuando se está bien instalado en un hábitat cómodo, se viaja en carro de lujo o se banquetea opíparamente “porque uno tiene derecho”.

Es precisamente esta desviación la que vemos esplendorosamente desarrollada en las sobrevenidas clases medias “revolucionarias” De ordinario la persona de esta nueva clase media no es un oligarca venido a menos sino que por el contrario, es una persona que ha ascendido súbitamente económica y socialmente. Al saborear el dulce encanto de la vida burguesa –porque tiene su encanto, por supuesto- la conciencia de clase hace aguas y se asfixia. Lenta pero inexorablemente el modo de vida y el estatus van mellando el filo de la conciencia de clase. Se acostumbra al buen vivir, al buen vestir y a esa paz sin sobresaltos de la urbanización cerrada a los “molestos pata en el suelo”. Como encantado por una suerte de magia, mira hacia arriba, hacia los verdaderos oligarcas y termina identificándose con ellos, aspira a ser como ellos, adquiere sus gustos y en la misma medida, comienza a mirar hacia abajo con horror y espanto para alejarse de lo que fue y no quiere volver a ser más nunca. Cualquier política real destinada al establecimiento de una sociedad sin clases y sin propietarios privados de medios de producción le comienza a resultar inoportuna y hasta escandalosa. Esa “nueva” filosofía la inocula a sus hijos, consejos tales como: “estudia para que subas, mírame a mí”, “a mí me costó mucho pero aquí estoy…”, “el que le echa bolas progresa…” son los más comunes al enviar a los hijos al colegio privado, porque “mis hijos merecen tener lo que yo no tuve”

Ningún sector social es más refractario al modo de vida comunitaria y socialista que esta nueva clase media. Estos personajes pobres de solemnidad hasta hace unos pocos años que de repente se encuentran saboreando las mieles de la “dolce vita”, no tienen las razones del burgués capitalista, sus razones están ancladas en el temor visceral a la pérdida de los bienes y comodidades adquiridos. Aquellos que aún perseveran en el discurso revolucionario –al menos en un buen número- lo hacen porque viven de ese discurso. Le encuentran el sentido utilitario al discurso y lo explotan, pero el abismo entre el dicho y el hecho es cada vez más ancho e insalvable. Sólo que al final el discurso se enfrenta a la dura prueba de la ortopraxis, porque el socialismo no es cosa de discursos o consignas sino de conductas y ejemplos, como nos decía el tan invocado en afiches y franelas, Che “La conducta revolucionaria es un espejo de la fe revolucionaria y cuando alguien que se dice revolucionario no se conduce como tal, no puede ser más que un desfachatado”.

Frente a estas desviaciones perniciosas y el momento siempre delicado del proceso revolucionario una angustia se instala en el corazón de las comunidades y sus voces proféticas. Si se señalan las desviaciones siempre se corre el riesgo de que estos señalamientos sean aprovechados por la reacción contrarrevolucionaria. Por cierto, cuando señalamos desviaciones no nos referimos a la corrupción explícita, esa debe ser asunto del sistema judicial, nos referimos no a delitos penales sino a las desviaciones de la esencia revolucionaria, los corruptos son ladrones vulgares de la peor especie y deben ir a la cárcel, los otros son un lamentable fraude ideológico y hacen, si se quiere, aún más daño, es a estos que nos referimos.

Un pueblo haciendo historia, para ser capaz de transformarla a partir de la etapa heredada, requiere de estas voces de radicalidad profética. Sin estas voces y ejemplos de vida radicales no hay marcha y ni siquiera hay camino. Una revolución sin estos carismas pierde su capacidad de analizar el presente, y sobre todo de tender hacia el futuro. Todo será un arroz con mango pasto de farsantes expertos en el arte del mimetismo.
Cuando las cosas no están bien, tiene que ser la denuncia con el ejemplo la que rompa el silencio sin tolerar componendas: el desvío en la conducta del revolucionario es una clara evidencia de la ausencia de la conciencia de clase y el compromiso revolucionario. Voz profética es aquella que va siempre poniendo las cosas al descubierto situando a la persona frente a las exigencias inapelables de una revolución socialista (camino, y sólo camino al comunismo)

Es imprescindible pero dura la tarea, porque esa praxis revolucionaria puede resultar para muchos tremendamente antipática, dura y desabrida, incluso insoportable, execrable y excluible. El modo de vida socialista tiene que ser deseado, amado y practicado como única manera de contagiarlo. La vida digna y compartida con el pueblo no puede estar en la escala de los deseos por debajo de la tendencia a vivir como un burgués.


Un Revolucionario verdadero tiene que llevar su vida virtuosa y austera con alegría. No como si fuera una lápida pesada que le impone el destino sino como algo deseado que causa paz interior y un sentido de libertad profunda. Francisco de Asís –no es el único caso, pero es el que se nos ocurre ahora mismo- era un joven rico, abrazó la vida auténticamente cristiana y para hacerlo, delante de todos y en un tribunal, se desnudó y renunció a todo –aún a las ropas- para hacerlo libremente. Toda su vida transcurrió a partir de ahí dentro de la más digna y noble humildad, así como dentro de un escrupuloso y feliz desprendimiento de los valores materiales de vida. Nunca permitió que sus “hermanos” (jamás permitió –por ejemplo- que fueran padres o curas) llevaran nada o construyeran casas donde llegaran, conocía muy bien, de primera mano pues él era rico de verdad, el veneno letal del acomodamiento para el misionero. Se es o no se es y Francisco lo era, no le costaba serlo, era inmensamente feliz siéndolo y punto. Sólo el amor fue su eterno compañero. Lo mismo podemos decir de muchos otros ejemplos: Bolívar, el Che… y tantos y tantas que han llenado las páginas de la historia de gloria y no de cuentas bancarias, casas o lujos.



Ser cristiano, ser bolivariano o ser guevarista significa hacer lo que hay que hacer con desprendimiento y sin esperar recompensas. Por eso, y por el delicado momento de definiciones que estamos viviendo, yo me pregunto: ¿Cómo podremos denunciar el sistema egoísta y salvaje capitalista si en cuanto tenemos la oportunidad asumimos los mismos principios y antivalores del sistema? La Revolución necesita del buen cuadro revolucionario como el pez del agua. Cada día, cada hora y cada minuto, el modo de vida espléndido, manirroto y tarambana debe estar sometido al auto cuestionamiento desde lo más profundo de la conciencia del propio revolucionario, debe cuestionarlo el niño con hambre y sin escuela, la madre “mapa” (madre y padre al mismo tiempo) del barrio, la viejita y el viejito solitarios, el campesino olvidado y asesinado por los terratenientes o el obrero súper explotado, amenazado en el barrio por paracos, mientras sube cada día las escaleras del cerro sin que nadie le guarde las espaldas . Si se es indiferente a estos reclamos de la conciencia vanos serán los discursos, las pendejadas y radicalidades de libreto, escritas o dichas frente a una cámara o un micrófono sin mojarse, sin encharcarse, con ínfulas de estúpido juez omnisciente. Se debe luchar cada día por hacer que tengan pan los que tienen hambre y hambre de la verdad los que tienen pan. Se debe luchar cada día por hacer tanto como se pueda para derrotar el capitalismo y sembrar la sociedad socialista, sin explotadores y explotados, sin panzones ni manganzones por la “gracia de Dios”, sin apropiación privada del trabajo y la vida de los obreros y campesinos de nuestra tierra. Así debemos –creo- entender “esto”.

Patria y Socialismo…o Muerte!!!


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Martín Guédez


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