Resulta por lo menos incongruente con los más elementales principios, no sólo éticos sino estratégicos, tratar de avanzar en la construcción de un nuevo modelo de sociedad confiando permanentemente su implementación práctica precisamente a quienes más encarnan todo aquello que se pretende derruir y que incluso trabajan de manera más intensa en la obstrucción del proceso.
A lo largo y ancho del país es ya una norma la contratación casi exclusiva, por parte de ministerios, gobernaciones y alcaldías, de empresas abiertamente comprometidas con el golpismo, cuyo modus operandi para hacer inmensas fortunas saboteando a la vez a la revolución es, por lo general, cuadruplicar los montos de las obras contratadas para, una vez cobrado el adelanto de la misma, que por lo general asciende a 60% o 70% del monto "inflado", no verse para nada en la obligación de culminar el trabajo.
De esa manera, el país se va llenando de obras inconclusas que le cuestan a la nación hasta tres y cuatro veces más de lo que hubiera costado su realización con empresas honestas, y que generan un alto grado de descontento y frustración entre la población.
La única explicación de este dislate, que hoy representa uno de los más grandes peligros que acechan a la revolución, es que la empresa privada sería la única en el país que dispondría de recursos, maquinaria y experticia en los distintos servicios que se requieren y ello obligaría de manera inevitable a su contratación.
Claro, si el sistema financiero que la revolución ha creado con tanto esfuerzo continúa operando bajo el esquema capitalista, de ofrecer grandes créditos empresariales solamente al que tiene capacidad de respaldarlos con costosas garantías, dejando la política de atención al pueblo sólo para aquellos proyectos de compras de vehículos o viviendas de bajo costo (es decir, que fortalecen el sector más pudiente de la sociedad), será entonces muy difícil desarrollar un parque empresarial verdaderamente revolucionario.
Bajo este esquema de no invertir (¡¡¡o arriesgar!!!) en la formación de un nuevo empresariado, comprometido con el país y no con la contrarrevolución y la búsqueda frenética de la riqueza fácil, el logro de la transformación se hace no sólo costoso sino cada vez más lejano.
Periodista