Pesadumbres

No creo que exista en el mundo un país donde la impunidad subsista con mayor amplitud que en Venezuela. Aquí se han cometido delitos delamayorgravedadquepuedan ocurrir en una comunidad y, sin embargo, no existe un solo preso culpable por tales crímenes, y los poquísimos que han estado detenidos, se pueden contar con los dedos de una mano, no lo han estado sino por asesinatos y violaciones flagrantes de la ley.

El golpe de Estado de abril de 2002 fue hasta televisado, nacional e internacionalmente. Como el del 18 de octubre de 1945, fue consumado,elPresidentedelaRepúblicadepuesto, encerrado en varias prisiones y a punto de ser asesinado. Dicho golpe fue considerado como inexistente por una vergonzosa decisión del Tribunal Supremo de Justicia, cuyos miembros responsables de la sentencia aún permanecen en sus cargos, contribuyendo a que el desprestigio de ese alto tribunalsemantengaenlacúspide del teatro judicial mundial.

Por el contrario, los autores de los golpes de Estado de 1962, frustrados no consumados, fueron castigados inmisericordemente.

En 1963, solamente en la Isla del Burro estaban presos más de quinientos políticos, civiles y militares responsables de aquellos delitos y condenados a penas entre 30 y 4 años de presidio. Yo estuve entre los condenados a la pena máxima para un civil, a 17 años, de los cuales cumplí la mitad, entre cárceles y exilio. ¿Cómo se le ocurre a la oposición política, desdeñosa como es y a organizaciones internacionales, sostener que el actual gobierno es tiránico y arbitrario cuando ha sido exageradamente benévolo como sí lo fue el partido de gobierno de Rómulo Betancourt, implacable y severo y hoy en vías de extinción, pero con arrestos de arrogancia? El segundo crimen de alta jerarquía fue la huelga petrolera posterior al golpe, con un costo inconmensurable para el país y dirigido por una escoria ciudadana a cuya cabeza estuvo un gran antipatriota, que por ironía se autocalificaron de meritocracia, el mérito del entreguismo y de la traición; y finalmente, las destructoras y masoquistas guarimbas, que aún se llevan a cabo, por una enloquecida y autoflagelada fracción de la clase media.



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Manuel Quijada


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