Aquí, en las orillas donde el Maracaibo se junta con el golfo de Venezuela, donde nace el Mar Caribe, donde pervive Mohán, el espíritu de las aguas; al influjo del canto secular de los nordestes, entre difuntas arenas viajeras que se imantaron, entre manglares que resisten como la gente de agua de las que venimos, y somos, los que primero recibimos el estruendoso acero del cañón invasor, los que perplejos sufrimos la avaricia criminal de los invasores, los que dimos la guerra desigual por el honor y la vergüenza de ser, de existir como nación, los esclavizados, los diezmados, los enmudecidos en el olvido étnico que produce la derrota; entre los escasos y difuntos hermanos venados, monos, manatíes, toninas, mapaches, conejos, chigüires, dantas, osos, y peces todos que existen invisibles; entre la pobreza que aturde el paisaje y entristece el alma, entre las inagotables energías renovadoras de esperanzas que fluyen de mi pueblo, declaro:
Que he venido al mundo en danza de canoas, cuando un espejo de agua dulce se dejaba amar sin inquisitorias abstinencias, de allí la eterna gravidez por la que el vientre lacustre dio a luz un poema en cada marullo, y, por cada verso que le mataban, la acuosa hembra hacía brotar cardúmenes de rapsodas amantes que inundaban de estrellas las noches fértiles de luna.
Que soy hijo del amor inmenso, de una madre tan traslúcida de alma, tan creadora de luz, que su pecho amamantó gemelos del Popol Vuh, arrozales guerreros del Vietnam y ríos de la Sierra Maestra; su bondadoso corazón de nubes hacía llover alimento en el desierto y alegría en la solitaria penumbra de los desposeídos; cuando cayó vencida por la espada envenenada de la muerte, nos dejó un vacío como el universo, pero suficiente combustible para la travesía de amornauta que debe repoblar de sueños el infinito.
Que sucumbo ante la liviandad del colibrí que punza jardines sin romper un pétalo mientras corta en virutas el aire al frenético batir de sus alas bisturíes; que me seduce el sopor de la tarde con su asoleado éter vegetal, que nunca emprendo un viaje sin boleto de retorno, porque no hay vino ni monumento que refrene mis ansias de volver; confieso entonces que la nostalgia es una pasión celeste en re menor improvisada y aguda, que siempre encuentra mi puerta abierta y desprevenida.
Que en mi pecho florecen templos ancestrales donde se adora al tótem de la amistad; el afecto es un abono solidario para la gratitud la sinceridad la gracia la ternura los sortilegios incontables del cálido tesoro de los amigos, los ángeles terribles de las entregas y las ninfas celestiales de la celebración.
La Amistad es una mano siempre tendida en la oscuridad; la amistad son los frutos cosechados en la senda recorrida; la amistad es el agua gratuita del manantial; la amistad no son los cigarrillos clandestinos del cine, la amistad no es el placer anónimo, amistad es compartir un sendero de vida que nadie diseñó, que nada espera a cambio, que da lo que puede y no calcula los movimientos de la caja registradora para arriesgar…
Comparto que las artes como las lenguas son el camino para descubrir al humano deseable. Esa especie superior que algunos sueñan, sólo es posible en el labriego de tierras resecas, en las amorosas manos de la trasnochada hacedora de arepas, en los músculos forestales del que enfrenta los planes esclavistas, en las maestras que atizan mentes, en los conscriptos que deshielan cimas con sus pies descalzos.
Que tengo el alma repleta de canciones y que en el poema hallo mi vuelo personal para migrar con las gaviotas, lo saben los rincones lúgubres donde suelen ir a descansar las moribundas rockolas, lo saben esos silenciosos compañeros de vida que son los libros. Somos de la palabra hechura y hacedores de su ensueño por la belleza. La palabra como la canción, las dos alas de la libertad, son hermanas y militantes de la Revolución.
Aprovecho para presentarles mis credenciales políticas: miren mi piel enamorada de hogares proletarios. Yo no vengo del petróleo sino de los sudores que riegan la tierra al extraerlo. Nunca tuve propósitos de empresa mercantil porque toda razón de vida es una lucha con alergia al lucro. Es que desde niño soy del partido de los camaradas y a medio siglo del comienzo, siento que lo soy como nunca antes.
Mi Patria es un bosque de árboles de tres raíces y más, de todas las frutas y más, de todas las flores y aún más. La raíz resistencia originaria que en mi nación añú de agua se llama Nigale; la raíz de la magia libertadora es un Simón Bolívar telúrica presencia que arrolla las nefandas quimeras y germina cual mazorca espadas emancipadoras; la raíz amable que florece en ternuras exquisitas de la nombradía y el decoro sin boato ni rebusques insolentes, su nombre Aquiles Nazoa, su credo el poder popular; la raíz que se traga al sol de mediodía y estalla garganta redentora con tiple de cuatro anzuelos y guarales y redes de reunir corazones en el areópago de los insurrectos, cóndor cantor, comandante del amor, Alí Rafael Primera, guitarra guerrillera de José Leonardo, guitarra fusil de Ezequiel Zamora.
A medio siglo andado bajo régimen de utópico albedrío, hoy que los noviembres se visten de colores del ocaso con sones festivos del canto pueblero, donde lo eterno es la intermitencia de un relámpago loco que destila delirios en los impresionistas, entono con mi sangre la gaita que nos hace grey específica y plural; oración por las nacientes de los manantiales, por las cabeceras de las venas de agua que alimentan mi tierra, por la sombra solidaria del cují y el coro irreverente de los loros.
Pido a mis chamanes, a la ancianidad inmaterial que vive entre los caños y manglares, a los sabios mohanes, por la salud natural e incorpórea de mis afectos, por la tranquilidad de todos, porque llegue de una vez la justicia ausente.
Celebro la infinitud del amor que crea la vida, único hechizo tangible en mis creencias, constatado en la conmovedora cotidianidad de los hijos, en la placidez del hogareño café despertador, en la sabrosa plenitud de la familia.
Veo con alegría la caminata que ha emprendido el pueblo soberano tras los pasos de la gesta bolivariana. No me es indiferente la suerte de cada gajo de este continente mundo universal. El imperialismo es mi enemigo personal y le temo a la envidia como a la traición. Esos tres monstruos causan daño y dolor por donde pasan. Me declaro en combate permanente contra esa tríada de muerte.
Las fuerzas que me quedan las apuesto al contingente del sueño socialista. No espero instrucciones para darme al quehacer constructivo. Tengo la heredad en plena producción lista para el compartir fraterno.
Escribo este Manifiesto con las letras que logré rescatar del pizarrón de mi primer grado, con un lápiz que papá me dio y mi mamá afiló mientras tejía con poemas las hamacas de los mangos combatientes, para dejar constancia explícita de mi perseverante vocación de hermano dispuesto a honrar cuentas pendientes y custodiar la memoria que las almacena.
En gratitud profunda por vuestra
compañía, quedo a las órdenes del amor, para cuanta tarea le sirva a su inagotable
causa.