Durante décadas los caribeños en lo general y los venezolanos en lo particular hemos disfrutado a más no poder de las sonoridades que nos ha brindado el complejo musical de la zona histórica y geográfica donde estamos asentados. Hemos bailado a plenitud, y cantado, y asistido a centenas de conciertos de todo tipo. También nos hemos deslumbrado con los virtuosos de la música, y en el caso del Caribe Urbano, siempre hemos sentido inclinación por los ‘solos’, cumbre individual del virtuosismo que luego genera estudios, tertulias y recuerdos.
El caso de los timbaleros es sólo uno. Con la disculpa por algún olvido, hay nombres inolvidables en el caso de la exposición popular de este instrumento. Guillermo Barreto, Kako, Willie Rosario, Amadito Valdéz, Orlando Marín, Nicky Marrero, Joey Pastrana, Many Oquendo, Willie Bobo, Jimmy Sabater, Orestes Vilató, Tito Puente…
Importante es también el nombre de Rafael Cortijo por el valor agregado de la significación social que imprimió en su momento al timbal como herramienta de resistencia en la música de su país, Puerto Rico. Tampoco debemos olvidar que Eddie Palmieri fue primero timbalero antes de que la imposición hogareña por el piano lo condujera a la genialidad. Menos debemos olvidar que Pablo Tito Rodríguez fue también un timbalero, arropado con gloria por sus condiciones de director de orquesta, líder y cantante.
En ese mar de nombres grandes deben inscribirse unos cuantos venezolanos los cuales, sin mayor auxilio por parte de la publicidad y el mercadeo han hecho lo que tenían que hacer en el momento indicado; sólo que los grandes mecanismos de la información no estuvieron, ó no quisieron estar para dar cuenta de la irreverencia, del atrevimiento y del aporte.
Y he aquí, ahora, en Caracas, un hecho muy significativo e importante. Músicos formados en la academia, con average en la ejecución sinfónica y puesto ganado en otras ramas del saber, asumen la defensa de sus compañeros formados en la calle, acompañados sólo por sus ganas y desvelos, y a veces por la vergüenza de saberse excelentes y huir de la confrontación por no haber tenido un título de ‘músico’. Asumen la defensa protagónica del calor popular, que también los ha formado en buena medida a ellos.
Cambian los tiempos inevitablemente y la aparición del libro “Timbaleros en Caracas” apuntala ese cambio. El viejo predominio del canto sobre la expresión corporal de la música, de la composición definida sobre el arte de improvisar, y del individuo sobre la comunidad que lo generó, tan propio todo ésto del eurocentrismo, ha ido cayendo poco a poco. Y ha ido cayendo gracias a la periférica resistencia de formas culturales que se negaron a morir y que dieron vida más bien a una suerte de “Neo sincretismo” urbano en el Caribe. Porque así como nuestros ancestros africanos introdujeron sus ritos, santos y cantos en los ritos, santos y cantos del conquistador, así los marginados centenarios de la cultura occidental introdujeron la herencia en estos tiempos para que hoy puedan resplandecer el baile, la improvisación, las voces no supeditadas a la melodía, las sonoridades que se entienden con sabor, las descargas, y esa clave que los vuelve locos…
A los intentos de esquematizar lo producido por el pueblo se le oponen nuevos intentos libertarios, porque la música no escapa, es imposible, a los procesos sociales.
Timbaleros…
“Timbaleros en Caracas” tiene un importante subtítulo: “Visión de una ciudad a través de un instrumento”. Para hacer posible el libro (porque todavía no es fácil hacer entender el código social de la música) el músico académico y sociólogo (feliz combinación) Jesús Mieres, en plan de compilador, no sólo le transmitió el reto a Alberto Borregales y a Jorge Dayoub, músicos como él, sino que contagió con su visión a la Alcaldía de Caracas, a Fundarte, a Fundapatrimonio y a la Fundación Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, actualmente en las sensibles y amplias manos de Mercedes Otero. En ese libro, bautizado el pasado viernes en la capital que hoy cumple años hay cuatro capítulos que van guiando al lector a través de la historia, el calor social, el estudio y la vivencia directa.
Alberto Borregales, músico y filósofo introduce en la “genealogía de un instrumento: el Timbal”; Jesús Mieres, músico y sociólogo aborda “lo sociológico en las expresiones musicales urbanas”; Jorge Dayoub, músico y profesor de profunda y sensible visión, aplica ésta a los “Patrones y rudimentos” del instrumento. Pero además hay un capítulo muy especial con entrevistas a “Timbaleros en Caracas”, que en definitiva marca el título de la obra.
Con intentos como éste Caracas va bien encaminada hacia la conquista de su principal espacio, que no es otro que el de la identidad- pertenencia, base de la recuperación de la auto estima colectiva, de la ética y la estética y de nuevos espacios para que los sueños dejen de ser tales y se conviertan en la alegría de todos. Queda ahora que aparezcan los fondos para hacer el disco necesario y encaminar el ímpetu de muchos hacia otras obras escritas y grabadas, igualmente necesarias.
Sabiendo que más allá de la capital venezolana hay interés por el tema y por el libro, a riesgo de un reclamo, el único correo a mano para hacer solicitudes es jesusmieres@hotmail.com. en el entendido de que se podrá solicitar y adquirir esta obra en las instituciones que la auspiciaron. “Qué le pasará al cantante, timbalero…”
Recuadro
Los entrevistados
Frank Hernández, ‘el pavo’, Alberto Borregales, Alfredo Padilla, Patricio Díaz, José ‘cheo’ Navarro, Joseíto Rodríguez, Frank Márquez, Rubén García y Jesús Mieres. La presentación del libro fue escrita por Gabriel Jiménez Emán y el prólogo por Mercedes Otero. Las fotografías son del músico y astrónomo Luis Tomás García. La dedicatoria de la obra sólo dice: “A la gente, razón de ser del timbalero, y a Caracas, al ritmo del timbal…”
La obra tiene un costo de Bs. 25.000 y está a la venta en las librerías Kuai mare y Fundarte