El pasado 16 de diciembre se cumplieron diez años del fenómeno metereológico que ocasionó la “tragedia de Vargas” con miles de muertes y desaparecidos; destrucción de casas, edificios, parques y avenidas. Las lluvias torrenciales caídas durante horas sobre las cumbres y faldas de la cordillera, juntaron su fuerza destructiva y descendieron por los callejones que desembocan sus vaguadas en el mar Caribe, transformadas en torrentes demoledores que arrasaron todo a su paso.
En perdidas materiales y de vidas humanas, la “Tragedia de Vargas” es la consecuencia del fenómeno metereológico más grande ocurrido en Venezuela. La fecha quedó indisolublemente unida al hecho histórico del día anterior – 15 de diciembre - cuando el pueblo venezolano por primera vez en su historia participa en un referendo consultivo para aprobar o improbar la Constitución que regiría los destinos de la República.
Pero hay un fenómeno telúrico del cual el próximo 2 de febrero se cumplen 400 años, “El Cataclismo de El Volcán” ocurrido entre Bailadores y Tovar, que hizo “volar por los aires un cerro”, según el relato escrito por Fray Pedro Simón en sus “Noticias Historiales de Venezuela” (Tomo II. 2ª Edición. Academia Nacional de la Historia. Caracas. 1987. p. 271), Allí, diferentes fenómenos físicos se juntaron: un “argallo” construido por el río Mocotíes que socavó el pie del cerro; un “corrimiento” provocado por la posible temporada de lluvias que unida a la posible existencia de una laguna en la cumbre del cerro, produjo su deslizamiento sobre la capa de arcilla y roca, fenómeno que tuvo como fulminante, el terremoto del 2 de febrero de 1610, a las dos de la tarde. Necesidad y casualidad se juntaron para desatar las fuerzas de la naturaleza. El “cerro voló por los aires”; se estrelló contra el cerro El Carrizal que está al frente, sobrepasó su altura; taponó el valle; represó el río y dio lugar a la formación de un lago de cuatro kilómetros de largo por uno de ancho, donde, por la profundidad de sus aguas, podía navegar un navío. Cinco meses después, el 24 de junio, la presa reventó y la fuerza demoledora del agua partió la meseta La Galera en dos. La garganta por donde corre el río creó un desnivel entre el lecho o vaguada y el alto de la presa (cien metros), que sirvió a mi abuelo y a mi padre para instalar (1931), la Planta Hidroeléctrica que durante cuarenta años surtió de energía y luz eléctrica a Bailadores, La Playa y Tovar.
Nací y me crié sobre el “cerro que voló por los aires” y dio origen a leyendas que atribuyen los hechos naturales a decisiones míticas, como castigo a la maldad del hombre que habitaba en el sitio donde cayó el cerro. ¡Qué desperdicio! el de los dioses que desatan un fenómeno de tal magnitud para destruir la “maldad” de un hombre y exaltar la “bondad” de un fraile que momentos antes pasó por el sitio, pidió posada y le fue negada ¡Se salvó de milagro!
Ignorancia, temor y castigo son los elementos de la creencia, presentes también el 26 de marzo de 1812 en el terremoto que sacudió a Caracas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto, Mérida, y que los frailes atribuyeron a “castigo de dios” por la Declaración de Independencia (1811) e hizo que Bolívar pronunciara la celebre frase, “Si dios se opone lucharemos contra él y haremos que nos obedezca”. Frase, que es la verdadera y no la eufemística muy conocida y repetida.
“Creencia y Barbarie”, es el título de mi nuevo libro, en el cual analizamos la pregunta ¿Por qué en el siglo XXI la humanidad sigue atada a creencias míticas surgidas en la prehistoria como fruto de la ignorancia del hombre en el conocimiento de los fenómenos de la naturaleza? ¿Dónde queda el caudal de conocimientos aportados por la Ciencia?
leonmoraria@cantv.net
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