A Luis Arconada Merino, in memoriam

De bicentenarios

 

El presente texto es, en primer término, un acto de desagravio a la memoria de todas las personas que murieron combatiendo imperios desde hace quinientos diecisiete años y tres meses (contados desde el 12 de Octubre de 1492), pues sabemos que el rechazo a la invasión ibérica comenzó al mismo tiempo que ésta.

Desde el emblemático Guaicaipuro, hasta la gesta de Manuel Gual y José María España, pasando por el pozo de rebeldía profunda que representa en nuestra historia José Leonardo Chirinos, el colocar en la más reaccionaria de cuantas efemérides podamos tener en nuestra historia, el 19 de abril de 1810, el hito a partir del cual contar los años de combate a los imperios y al imperialismo, es un insulto desconsiderado a nuestra memoria histórica y a sus protagonistas más significativos.

En segundo término pretendo fijar posición sobre algunos bicentenarios que se dan en el curso de las próximas dos décadas.

Para el 19 de abril de 1810, este pedazo del mundo que por decisión de la corona española se llamaba Capitanía General de Venezuela, tenía tres siglos de invasión-ocupación que podemos dividir, sin precisiones que no se pretenden, en uno de conquista y dos de explotación colonial. Pasemos rápidamente la mirada por el siglo XVI para ver a Guaicaipuro y a Diego de Losada, para recordar nuestra formación escolar sobre aquella guerra en la que Guaicaipuro era el derrotado y el triunfador, o sea Diego de Losada, era el héroe. )Por qué se bautizó si no, con el nombre de Diego de Losada, a calles, avenidas, escuelas y liceos? No despachemos al siglo XVI sin recordar el caritativo sistema de la Encomienda y la no menos caritativa institución de la esclavitud.

Los dos siglos de coloniaje que amanecen aquel Jueves Santo 19 de abril de 1810, nos presentan una sociedad estratificada racialmente, donde el color de la piel denota la pertenencia a uno de los dos grupos humanos posibles: los blancos y los pardos.


Los blancos se subdividían en blancos nobles, como Simón Bolívar, que se caracterizaban por no trabajar, vivir de las rentas y del trabajo esclavo; y blancos de orilla, como José Tomás Boves, que sí tenían que trabajar para vivir. Los pardos eran el conjunto social más numeroso, pues eran todos los que tenían la piel en diverso grado oscura. Desde los achocolatamientos de mestizos y mulatos que podían llegar a ser bastante claros, hasta el moreno aceitunado de los aborígenes, el negro azul de los procedentes del África sub-sahariana, y de entrambas sangres, india y negra, la negritud silente del zambo. Los pardos se subdividían en libres y esclavos.

A la estratificación racial se corresponde una estratificación económica y del poder político. Esto es, los blancos nobles, en su inmensa mayoría criollos, o sea, nacidos en América, poseían en vidas y bienes casi todo lo que se podía poseer: tierras, plantaciones, rebaños de ganado, esclavos, fortunas desmesuradas. Los blancos de orilla, en su mayoría peninsulares, podían soñar en hacer la América. Algunos pardos libres podían contentarse más o menos con las migajas que podían recoger de la mesa de los blancos, y los pardos que eran esclavos, quienes desde no poseer ni sus vidas, a duras penas podrían llamar suyo el mendrugo que se llevaban a la boca, el harapo que disimulaba su desnudez y la palma que, a modo de techo, minimizaba los estragos de la lluvia.

Políticamente, el conflicto social más notable era entre blancos nobles y blancos de orilla por obtener cargos administrativos que otorgaba la corona, pero el poder no estaba en discusión. Los amos del valle no consentían discutir lo que seguían considerando un derecho de conquista que se heredaba de generación en generación. Para una síntesis de los valores morales de los blancos nobles, líderes omnímodos de aquella sociedad, recordaremos el llamado Derecho de pernada que era la facultad del amo para desflorar a sus esclavas núbiles; y las negritas pagapeos, que eran niñas esclavas que las señoronas mantuanas se llevaban a los oficios religiosos en la catedral para poder darles un coscorrón cuando ellas, las amas, dejaban salir sus ventosidades.

Si  Napoleón no hubiese convocado la conferencia de Bayona en mayo de 1808, en la que obligó a la abdicación, tanto de Carlos IV como de Fernando VII, y designó a su hermano José Bonaparte (el popular Pepe Botellas) Rey de España, no hubiese habido nada que recordar de aquella Semana Santa de 1810, en la que la consigna que se gritaba y se escuchaba, de acuerdo a lo aprendido en las Nociones Elementales y Ejercicios Prácticos para 4° grado de primaria de A. Díaz de Cerio, era (Viva Fernando VII, muera Pepe Botellas) y el saldo organizativo de aquella jornada fue una organización tan revolucionaria que se llamaba Junta Restauradora de los Derechos de Nuestro Rey Don Fernando VII.

Ni celebro que los amos se organicen en la defensa de sus intereses, ni conmemoro que el presunto pueblo de Caracas haya aclamado algo tan horrendo como la monarquía en la persona del Rey Fernando VII. Si creo que alguna reflexión es válida es esa de cómo tuvo que prostituirse la historia oficial que nos enseñaron en la educación primaria y secundaria, para que por encima de la resistencia indígena, por encima de las rebeliones de los esclavos afrodescendientes, por encima de la experiencia de los Comuneros de Los Andes, por encima de todos los paradigmas de verdadero combate a los imperios como Guaicaipuro, José Leonardo Chirinos, Manuel Gual, José María España entre otros muchos, se vaya a conceptualizar al 19 de Abril de 1810, una fecha tan goda, tan oligarca, como primera tentativa de Independencia.


Con el 5 de Julio de 1811 la cosa es todavía más ardua porque la noción de Independencia está imbuida del sentido del bien, y desmontar la tramoya de intereses que se ocultan bajo los términos del acta que se firmó, es algo más difícil de explicar. Hagamos algo como una tabla cronológica más amplia, para impedir que el fechismo nos nuble el entendimiento.

5 de Julio de 1811: Declaración de la Independencia

27 de julio de 1812: Capitulación de San Mateo. Miranda rinde sus armas a Monteverde, quien entrando el 30 de julio siguiente en Caracas, pone fin a la llamada Primera República.

8 de Enero de 1813: La Campaña Admirable. Con la toma de Ocaña en el territorio de la Nueva Granada, Bolívar da inicio a una fulgurante ofensiva militar que culmina en Caracas el 6 de agosto de 1813, donde es recibido por primera vez como el Libertador. Se inicia así lo que posteriormente se llamó la Segunda República.

Año de 1814. La rebelión de los esclavos, y en general del pueblo pardo, liderados por José Tomás Boves, contra la opresión histórica ejercida por los blancos nobles, aplastó a la Segunda República. Con las inexactitudes de toda generalización, sigue siendo posible afirmar que Boves, a la cabeza de un ejército de ex-esclavos, derrota a Bolívar que está a la cabeza agonizante del proyecto independentista de la oligarquía mantuana. En Historia de la rebelión popular de 1814, Juan Uslar Pietri nos advierte que bajo las apariencias externas de una defensa de la corona, lo que Boves conduce es la más grande revolución social de que se tenga noticia en la historia de la emancipación americana.

Año de 1815: En la Carta de Jamaica (archifamosa pregunta fija del examen final de Historia de Tercer Año de bachillerato) Bolívar se lamenta, citando a Montesquieu, de que sea más difícil sacar a un pueblo de la servidumbre que subyugar a uno libre.

Examinemos el lustro completo para sacar nuestras propias conclusiones. ¿Qué patriotismo le maduró a los amos del valle en quince meses? ¿Cómo es que el 19 de abril de 1810 vivan a Fernando VII y el 5 de julio de 1811 se independizan de él?

Aquí estamos en presencia de una clase social, la oligarquía, elaborando política, su política, de manera desembozada. No nos perdamos su franqueza. Si Emparan representa a Napoleón y a los franceses, con su tal libertad, igualdad, fraternidad, entonces (fuera Emparan y viva el rey), pero se lo piensan mejor, y ya que España está enfrentando a Francia, se percatan de que ésta es la oportunidad idónea para salir de las horcas caudinas de la Compañía Guipuzcoana, que eran los agentes cobradores de los impuestos del Rey. En el momento en que transformaron a la Independencia en dividendos, en nuevas y mayores cuotas de poder, entonces se tornaron patriotas. A Miranda, al republicano convicto y confeso al que casi despellejan vivo cuando en 1806 entró por La Vela de Coro buscando levantar voluntades para combatir al imperio, a ese mismo Miranda y a su inmenso prestigio militar y conocidísima trayectoria independentista, van a buscar ahora estos neo-republicanos que necesitan un maestro de la guerra que ellos no saben hacer.


No entremos en detalles. Las fuerzas realistas no tuvieron que esforzarse para desbaratar en un año la intentona independentista que no pudo presumir en ningún momento de apoyo popular. Pero entonces, ya en 1813, ¿cómo se explica el vertiginoso éxito de la Campaña Admirable que obliga al gobierno español a capitular ante las fuerzas de Bolívar? ¿Es la designación de Bolívar como Libertador, la manifestación de un apoyo popular que no tuvo el primer intento?

El plano cronológico trazado anteriormente nos indica no sólo que fue efímera, sino que a diferencia de la Primera, la Segunda República fue aplastada no por las fuerzas militares españolas propiamente dichas, sino por el ejército de pardos, esclavos y no esclavos, que Boves levantó contra la oligarquía mantuana de blancos nobles que Bolívar conducía.

De ese año de 1814, silenciado lo más posible en la historia oficial que la dominación nos enseñó durante décadas (y al parecer pretende seguir haciéndolo con todo y el proceso revolucionario bolivariano), sólo nos llegaron los ecos dramáticos de la emigración a Oriente de la población blanca, que los ejércitos de Boves degollarían si los encontraban en Caracas a su inminente ocupación. Bolívar recibe al 1815 en calidad de fugitivo por las Antillas y el Caribe.

Hasta aquí, el lustro 1811-1815 nos deja evidenciada una realidad que la historia oficial encubre y disfraza como puede para que su cuento le cuadre. Como lo documenta sólidamente Laureano Vallenilla Lanz en su Cesarismo democrático, la guerra de independencia fue una guerra civil. Una guerra entre bandos que hasta el 19 de abril de 1810 proclamaban unánimemente su sentimiento de pertenecer, desde la Capitanía General de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada, al reino de España. El conjunto de los ejércitos españoles jamás excedió los 15.000 efectivos diseminados por todo el territorio.

Era aquella una sociedad colonial española, en la que un grupo social en ejercicio del poder económico y político, la oligarquía mantuana, decidió una independencia que, por decir algo, no tocaba ni un pelo de la institución de la esclavitud, y que no sólo no fue seguida ni por los blancos de orilla ni por los pardos libres, sino que fue degollada, diezmada físicamente, por el ejército de pardos que Boves dirigió.

Si el 5 de julio de 2011 tengo que celebrar y conmemorar los doscientos años de la propuesta de independencia y de proyecto nacional de la oligarquía mantuana, no podría hacer nada durante el año 2014, cuando se cumple el bicentenario de la rebelión popular más profunda y extensa de nuestra historia, la cual, portando coyunturalmente los estandartes del Rey de España, aplastó esa propuesta de supuesta independencia. Para ese bicentenario, de capital importancia en nuestra historia presente, quisiera tener algunas posiciones ganadas en la batalla por demoler el estoraque de mentiras con que la dominación ha pintado la historia que le conviene. Ciertamente, no me planteo celebración alguna porque las matazones no se celebran y aquella fue una matazón; pero sí es válida una conmemoración del dolor. El dolor de los degollados que pagaron todo el volcán de justificadísima indignación por tantos años de ignominia; y el dolor de los degolladores, porque los ríos de sangre desatada no trajeron la libertad, ni la igualdad, ni la fraternidad por la que uno podía pensar que ellos guerreaban.

De 1815 a 1819 pasan centenares de cosas a las que este texto no puede atender. En términos de efeméride, me detengo a reflexionar ante el bicentenario del fusilamiento de Manuel Piar el 16 de octubre de 2017.


Fugitivo en las Antillas y el Caribe, intentando regresos, tornando a Haití en busca de refuerzos y del asesoramiento político que le brinda el líder independentista y presidente Alejandro Petión, entrando hasta Angostura por el Orinoco y sentando allí plaza, Bolívar pasa esos años en un proceso que algunos estudiosos de su vida dan en llamar, utilizando una palabra griega, la metanoia, el cambio.

Es probable que haya entendido muchas cosas sobre la revolución haitiana y su concepto de República; es probable que haya desentrañado las causas de su derrota ante los ejércitos pardos de Boves, es probable que haya pensado mucho sobre el asunto social de la independencia, lo cierto es que el 15 de febrero de 1819, en la entonces ciudad de Angostura, Bolívar abre el Congreso que se ha convocado sometiendo a la consideración de éste un proyecto de constitución con el que se empieza la discusión sobre la que debería ser la propuesta política que guiase la reagrupación de fuerzas independentistas que, tras la derrota de la llamada Segunda República, se estaba dando en la región de Guayana. Esta iniciativa política, que no se culmina, que queda abierta, y en la que Bolívar plantea formalmente la unión de la Nueva Granada y Venezuela utilizando el término de colombianos, se corresponde seis meses más tarde con una operación militar que, tras una gesta epopéyica, el paso de Los Andes, sorprende y derrota al ejército realista en Boyacá, en las cercanías de Santa Fe de Bogotá, la capital del virreinato, el siete de agosto de 1819, en la que será la primera de las cinco batallas que definirán la caída del imperio español en la América del Sur. Tras esta victoria militar, regresa a Angostura para, ante el Congreso allí establecido, rubricar ese año con la que será su mayor gloria: la proclamación de la República de Colombia el 17 de diciembre de 1819, que debería recordarse como la fecha de su vida, en contraposición al 17 de diciembre de 1830 que será la fecha de su muerte.

Detengámonos un instante, porque si de estar orgullosos se trata, el del 2019 es el bicentenario para estar orgullosos, a pesar de que ese sea un asunto a desentrañar por el hecho de ese nombre: Colombia.


Muchos pueden sentir que se les estuviera pidiendo estar orgullosos por el nombre de la que hoy llamamos, para no entrar en detalles, hermana República; pero el asunto es justamente ése, que desde 1819 hasta 1830, Colombia no era la hermana República de al lado, sino que era el proyecto de país que Bolívar estaba fundando para los que no éramos como en otras partes, sino que éramos como nosotros somos, mezcla. En el momento en que Bolívar proclama la República de Colombia, el suelo que pisa es la ciudad de Angostura, que está en pleno territorio de la que era la Capitanía General de Venezuela, que pasó a ser el Departamento de Venezuela, porque esa patria que está fundando Bolívar es la patria de los que comparten, por un lado, una misma historia, y por el otro, un mismo proyecto de libertad, igualdad y fraternidad, que son valores intrínsecos de la idea de república. Es por eso que la Colombia que funda Bolívar no tiene noción de sus fronteras, porque el territorio de los que comparten la misma historia, haber sido invadidos, haber sido sometidos a dominación, haber sido esclavizados, haber sido estratificados racialmente, haber sido castellanizados, cristianizados y sometidos a coloniaje, es un territorio de dimensiones continentales. Miranda, quien es el que acuña el término de Colombia desde antes de 1810, cuando publicaba en Londres un periódico llamado El Colombiano, al mencionarla dibujaba mentalmente el mapa de toda Hispanoamérica.

Después de haberse dotado de un motor político de tantísimos caballos de fuerza, esa República de Colombia no conoce la derrota militar. De la sorpresa de Boyacá en 1819, sigue el contundente triunfo en el campo de Carabobo el 24 de junio de 1821. En mayo de 1822, el triunfo en la Batalla de Pichincha determina la liberación de lo que era la provincia de Quito y su inclusión en la victoriosa República de Colombia con el nuevo nombre de Departamento del Ecuador. El Virreinato de la Nueva Granada pasó a ser la República de Colombia, pero eso no interrumpió el camino al Sur. Después de marchas y contramarchas, los ejércitos que comandaban Bolívar y Sucre resuelven entre junio y diciembre de 1824, con los triunfos en las batallas de Junín y Ayacucho, la derrota casi total del imperio español en América y las liberaciones del Perú y del llamado Alto Perú, que en agosto de 1825 se declara República Bolívar. Pero su visión de las fronteras patrias queda definitivamente expuesta cuando al regresar victorioso a Caracas, el 10 de enero de 1827, se plantea, y así lo habla tanto con Páez como con Sucre, organizar una armada para ir a liberar a Cuba y Puerto Rico, que es a donde están confluyendo los ejércitos españoles derrotados en el continente americano. Esa es la noción de patria que tenía Bolívar. Propondría que en el 2027 se conmemorara el bicentenario de la hermandad cubano-venezolana; y sin que yo lo proponga las fechas de las batallas antes mencionadas tendrán, cada una, su muy justificada conmemoración bicentenaria.

Así llegamos a 1830. Desde siempre, pero abierta y formalmente desde la Cosiata en 1826, Páez había conspirado contra la unidad colombiana. Durante esos cuatro años, encontró a quienes encarnarían los intereses oligárquicos que él representaba en Venezuela, tanto en Cundinamarca como en Quito. Fueron ellos el neogranadino Francisco de Paula Santander, y el venezolano radicado en Ecuador, Juan José Flores. Colombia fue repartida a tres y sus pedazos se llamaron Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Ninguno se llamó Colombia porque a la memoria de Colombia había que matarla junto a la de Bolívar, a quien su vida le pareció haber arado en el mar.

No me parece improbable que nos llamen a celebrar y conmemorar el 22 de septiembre de 2030 el bicentenario de la reinauguración de la Venezuela que le terminó conviniendo a Páez y los oligarcas que lo rodeaban. En esa constitución de Venezuela en 1830, para tener derechos políticos había que ser propietario o rentista. No asistiremos. Aquella fue una traición, y las traiciones ni se celebran ni se conmemoran. Se enfrentan.

Dios mediante, a mis setenta y seis años, el 17 de diciembre de 2030, asistiré a la conmemoración del bicentenario del fallecimiento de un señor que dos siglos después de muerto sigue vivo. Se llama Simón Bolívar.

Caracas 23 de enero, 2010



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Santiago Arconada Rodríguez


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