“Ahora están atrapados en su propio laberinto. Llegaron hasta aquí con la soberbia de quien detenta el poder económico, con la grosería de quien siente que la libertad de expresión le da carta blanca para denigrar, con la prepotencia de creerse amparados internacionalmente y con la certeza de que el mundo los apoyaría en su aventura. Pidieron contarse. Ya lo hicieron. Echaron el resto para llegar a los cuatro millones. Pero no contaron con que el enemigo crecería también”. Este párrafo pertenece a un artículo de la periodista Mariadela Linares, publicado en el diario “Últimas Noticias”, y refleja con creces la situación creada (y padecida) por la dirigencia opositora en su obcecada ambición de desalojar a Hugo Chávez del poder.
Todos los fracasos protagonizados por la oposición minoritaria –incluido el más reciente, el del 15 de agosto- parten de una falseada interpretación de lo que es la realidad contemporánea del país. su sesgada visión del escenario nacional, ha conducido a estos dirigentes opositores y a sus seguidores a creer que la confrontación es únicamente con Chávez, olvidando que en Venezuela se fue gestando durante cuatro décadas consecutivas y silenciosamente un amplio movimiento de resistencia que tuvo su primer momento de expresión el 27 de febrero de 1989; precisamente, por su ineptitud y ceguera para entender qué tipo de expectativas y sentimientos abrigaba el pueblo venezolano respecto a la realidad democrática. Por ello, apelan a un discurso desgastado, propio de la época de la Guerra Fría y cargado de odio y revanchismo, sin importarle que los confundamos con la más rancia expresión de nazi-fascismo que pudiera existir en este Continente. Pregonan, fronteras afuera, que luchan contra la instauración de un supuesto régimen comunista totalitario en Venezuela, algo totalmente contrario al deseo común de los venezolanos.
Sin embargo, su credibilidad (sostenida día y noche artificialmente por las televisoras comerciales y la industria de la información) ha sufrido un deterioro considerable y esto comienza a resentirse entre sus bases militantes, cansadas de los mismos personajes del pasado puntofijista y de las metidas de pata reiteradas.
A pesar de ello, una cúpula muy reducida de la oposición (compuesta por empresarios, dueños de medios de información, obispos y cardenales, militares prófugos de la justicia y la aristocracia “obrera” cetevista) sigue tropezando con la misma piedra. Para ella, la última opción que queda es apelar al terrorismo y planear, incluso, el magnicidio, sin importar el baño de sangre que pudiera destruir y enlutar a la familia venezolana. En el fondo, esta cúpula heterogénea vive una regresión que no le permite comprender que su postura es suicida y es un detonante para que se radicalicen las posiciones populares a favor del proceso que impulsa Chávez, aún sin ser estimuladas por éste. Esta falta de comprensión y esa identificación abusiva con una democracia representativa que descuidó el bienestar colectivo y se hundió en escándalos de corrupción administrativa sin castigos ejemplarizantes, dada la red de complicidades existentes; es lo que ayuda, entre otras cosas, a que las mayorías cifren sus esperanzas en el proyecto revolucionario bolivariano.
Esta disociación con la realidad social venezolana –alimentada por una dictadura mediática opositora- puede resultar altamente peligrosa para la paz de nuestro país. Un primer indicio de esa peligrosidad la padecimos el 11 de abril de 2002 cuando se desataron las pasiones revanchistas, fascistas e irracionales de la minoría opositora. Una nueva señal en tal sentido estaría ya en camino de producirse cuando se incita a la violencia y a desconocer los resultados del referendo presidencial, amenazando, de paso, con abrir, sin autorización del CNE, las urnas electorales durante los próximos comicios regionales y municipales, con la pretensión de descubrir un fraude inexistente. Lo peor de todo es que esa misma minoría, al regocijarse con el odio, la mentira y una desmedida ambición de poder, está cada vez más adentrándose en un laberinto del cual, difícilmente, podrá salir airosa.
Mientras tanto, el pueblo desoye sus cantos de sirena y sus amenazas apocalípticas, lo cual representa, de hecho, un cambio cualitativo bastante importante en su forma de pensar y de interpretar la política, además de constituir prueba fehaciente de que en Venezuela sí tiene lugar un proceso revolucionario, irreversible y de contenido popular.-