La lección de madurez política dada por las mayorías el 15 de agosto, retomando el protagonismo soberano que le corresponde como fuerza motriz de la revolución bolivariana, comienza a ser cuestionada y amenazada por quienes –a la sombra de Hugo Chávez- componen la nueva clase política venezolana. Se nota que algunos de los dirigentes chavistas obstaculizan adrede la construcción del poder popular, coartando (en primera instancia) el derecho constitucional de la ciudadanía de expresar sus opiniones políticas y escoger libremente a sus candidatos. Tales dirigentes no merecen ser llamados revolucionarios, ya que exhiben una actitud netamente reformista que, a pesar de su verborrea “revolucionaria”, demuestran estar más afanados por ubicarse en el poder que por impulsar el cambio de estructura inserto en el proyecto revolucionario bolivariano.
Pareciera que el ciclo de crecimiento de la conciencia revolucionaria de las masas populares tuviera ante sí (luego de una prolongada germinación) un obstáculo insalvable, un reto capaz de generar una situación conflictiva durante la cual se adopten posiciones más radicales y se precipite la caída de esa nueva clase política que –al igual que la oposición minoritaria- no termina de entender que el país es otro y requiere de nuevos escenarios.
Luego de la nueva derrota causada a la oposición antichavista, las mayorías populares empiezan a exigir su propio espacio, ya que están conscientes que el triunfo obtenido se debió, en primer lugar, gracias a su voluntad y esfuerzo, contrariamente a lo que han querido explotar, con un éxito escuálido, algunos gobernantes, candidatos y cogollos “quintorrepublicanos”. No obstante, se les quiere embaucar con una nueva postergación de su rol protagónico, alegando que no hay tiempo para una consulta de base y que, al exigirla, se estarían ubicando del lado del enemigo, ya que estarían fomentando la división de las fuerzas chavistas y la posibilidad de que resulten electos los candidatos opositores. Este es el argumento reiterativo que exponen los integrantes de las cúpulas partidistas y, por supuesto, quienes fueran bendecidos como candidatos.
Sin embargo, las razones expuestas no convencen a quienes mantienen la tesis de profundizar el proceso revolucionario. Para estos, aceptar que algunos candidatos del chavismo estén seriamente cuestionados por las bases, aparte de no estar compenetrados con los valores, principios e ideales de la revolución, es arriesgar la continuidad y vigencia del mismo proceso. Sobre todo, si se observa cómo la mayoría de tales candidatos jamás se han preocupado por crear las condiciones mínimas necesarias para que la revolución bolivariana avance, de acuerdo a lo que establece, incluso, la misma Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Al respecto, hay una incongruencia exasperante que ya las mayorías desean despejar de una vez. Con todo, la nueva casta política busca los mecanismos para evitar que la oleada termine por sepultarla, por lo cual recurre a actitudes aparentemente superadas, propias de la era puntofijista y de la prepotencia absolutista de los reyes europeos medievales; con lo cual acelera, quizás sin saberlo, su pronta sustitución por una vanguardia realmente revolucionaria y popular.
Las condiciones subjetivas y objetivas están dadas. Aunque se carece de una teoría ideológica revolucionaria única que fortalezca la convicción de las masas populares, hay indicios que nos permiten concluir que el proceso revolucionario accederá a un nivel de mayor definición, tanto en el presente, cuando se celebren los comicios regionales y municipales, como después que se sepa quiénes compondrán los gobiernos que éstos originen. Es cuestión de tiempo. Nada ni nadie podrá frenar ese impulso revolucionario del cual se apoderó un grueso sector del pueblo de Venezuela. Y esto es prueba irrebatible de que sí existe un proceso revolucionario en marcha, indetenible e inédito, asumido y legitimado por los sectores populares. Así que nadie, absolutamente nadie, puede pretender que este proceso es suyo y se orientará hacia donde más le convenga. Nada más falso.
¿Qué queda, entonces, para quienes no comparten las imposiciones hechas? Como revolucionarios convencidos, les corresponde emprender una cruzada patriótica y revolucionaria que moldee las herramientas organizativas, ideológicas y políticas requeridas por el pueblo para que se convierta en agente del cambio revolucionario, sin que esto signifique que, de antemano, constituyan esa vanguardia esclarecida de la cual adolece el actual proceso. Se impone que los revolucionarios auténticos contribuyan efectivamente con la construcción del poder popular en todos los escenarios posibles, independientemente de quienes representen el poder. Hay que recordar que la democracia participativa no es sólo un derecho, sino un mecanismo para aumentar notablemente la eficiencia administrativa de la gestión de un Estado al servicio del pueblo. En tal sentido, el compromiso de todo revolucionario es trabajar activamente para que tenga lugar la revolución y convertirse, simultáneamente, en promotor de ese poder popular, protagónico y participativo; de manera que no haya vuelta atrás y sean superadas, tajantemente, las contradicciones presentes en el proceso revolucionario actual.-
*Candidato a Diputado del CLR-Portuguesa por el Movimiento por la Democracia Directa (MDD) y el Partido Comunista de Venezuela (PCV).
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!
HOMAR GARCÉS