Reforma y revolución, choque de intereses contrapuestos

“Nuestro país y nuestro pueblo viven el momento de una crisis revolucionaria, donde los viejos esquemas políticos sufren el impacto desgarrante de la lucha entre lo caduco y lo nuevo que nace y crece con inusitado vigor”.

Fabricio Ojeda, “La guerra del Pueblo”.


A medida que avanza indetenible el proyecto bolivariano (gracias también al oposicionismo obtuso de los sectores que detentaron tradicionalmente el poder en Venezuela), se evidencia cada día la existencia de una profunda diferenciación entre lo que el pueblo venezolano percibe como revolución y lo que la dirigencia “revolucionaria” entiende al respecto, situación que –tarde o temprano- obligará al mismo Presidente Hugo Chávez a pronunciarse abiertamente, dando preferencia a alguna de las dos posiciones y arriesgándose a sufrir un revés mayúsculo si opta por seguir la tendencia reformista de tales dirigentes, en lugar de la tendencia revolucionaria y popular que aúpan y protagonizan, Constitución en mano, las masas populares. Tal diferenciación comienza a tomar cuerpo y a manifestarse, por ejemplo, en contra de las candidaturas impuestas que, no obstante, apenas constituye la cresta del témpano.

Tras cinco años de resistencia y victorias populares, las masas exigen su cuota de participación y su propio espacio político. Máxime cuando demostraron su aptitud y madurez política para afrontar el reto de ganar el referendo convocado por la oposición. Están cansadas de observar cómo los “dirigentes” de la revolución repiten las mismas actitudes y se envuelven en el mismo tipo de corrupción que tan bien caracterizaron a sus antecesores puntofijistas durante el largo tiempo de cuarenta años de democracia representativa. De ahí que su cuestionamiento esté dirigido, principalmente, contra aquellos que, aprovechándose de la oportunidad, abordaron el portaaviones Chávez y pretenden hacerlas sumisas a una línea de conducta absolutamente contradictoria y contrarrevolucionaria que no guarda relación alguna con lo que ellas entienden y exigen como revolución. Será el pueblo, acompañado de una vanguardia todavía dispersa de revolucionarios, quien derribe los personalismos representados y agrupados en los principales partidos “chavistas”, y la grave amenaza que encarnan y que haría zozobrar o desviar los objetivos principales del proyecto bolivariano, entre éstos, el de darle “todo el poder para el pueblo”, una vieja consigna soviética que fuera retocada a propósito del proceso que tiene lugar en Venezuela, pero que, al parecer, nadie estaría dispuesto aún a concretar efectivamente, ya que implicaría trastocar la concepción misma del poder, socializándolo o traspasándolo directamente al pueblo, edificando una nueva institucionalidad democrática, diferente en todo a lo que pudiéramos conocer.

Es imperioso que se entienda que una revolución jamás podrán impulsarla los contrarrevolucionarios y reformistas que ocupan actualmente los cargos de dirección en el proceso revolucionario, así se llenen la boca de palabras altisonantes que destaquen la idea de la revolución y juren una fidelidad perruna al Presidente Chávez.

Los intereses contrarrevolucionarios y antipopulares de la nueva cogollocracia imponen que se creen las condiciones apropiadas para que se dé un salto cualitativo en la profundización y adelantamiento del proceso revolucionario, sin que esto signifique simple retórica o maquillaje cosmético. El choque de intereses y de visión de las cosas entre ésta y las amplias mayorías populares tiene que dilucidarse sin dilación ni justificación alguna. De hecho, el desencantamiento progresivo entre éstas últimas, apunta al desplazamiento y a la sustitución de tal “dirigencia” por una que esté más consustanciada e identificada con las expectativas populares y con el postulado ideológico de la revolución permanente.

De ahí que el panorama actual tienda a establecer un abismo prácticamente insalvable entre la dirigencia seudorevolucionaria y el pueblo que, de agudizarse, arrasaría por completo con la primera y encaminaría al segundo a una revolución de profundo contenido y protagonismo social, acelerando las conquistas populares y haciendo irreversible la confrontación de clases, hasta ignorada y evitada.

Como proceso, la revolución bolivariana tiene que destruir los viejos paradigmas que rigieron la sociedad venezolana y construir otros, nuevos y verdaderamente revolucionarios. De ello dependerá, en mucho, su vigencia y las posibilidades que tendrá para enfrentar las distintas amenazas, incluso externas, que la cercan. Esto implica echar a un lado, radicalmente, todos los convencionalismos y todas las comodidades cómplices a que nos acostumbraron en el pasado inmediato y que pervirtieron el sentido de democracia que debiera prevalecer, incluso, por encima de cualquier militancia.-



*Candidato al CLR-Portuguesa por el Movimiento por la Democracia Directa (MDD) y el Partido Comunista de Venezuela (PCV).

Homar Garcés,
mandingacaribe77@yahoo.com.mx
¡¡ rebelde y revolucionario por siempre !!






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Homar Garcés(*)


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