Cuando una persona, a quien se puedan referir sus contemporáneos o más adelante la historia, por ser una personalidad brillante que marca un hito en la evolución de la Humanidad (o las Humanidades como particularmente afirmo), realiza una obra prometida o no (como juró la suya Simón Bolívar en el Monte Sacro), está realizando su más precioso sueño, pero no está pensando en adjudicar su nombre a ese proceso; de hecho, con muchos, la historia ha sido injusta i los ha olvidado; con otros, excesivamente generosa i le da su cognomento a algo que no lo merecía. Realizada su magna obra libertadora, Bolívar no pensó en “bolivarianismo” o Carlos Marx, en “marxismo” porque muchas veces, hasta tomado como “movimiento, doctrina o ideología” se desvirtúa, por lo cual algunos dicen que si Cristo volviera al mundo no seria partidario del “cristianismo”, ni Marx del “marxismo”. También creo, i lo comparto con Nietzsche, que “algunos hombres se componen de más personas, y la mayor parte no son personas en absoluto”. Unos encierran en su espíritu la genialidad; otros son menos que mediocres, la casi nada en absoluto. Por doquier predominan las cualidades medias que importan para que la persona se perpetúe para bien o para mal, como elementos de intromisión; por eso, la que puede ser “más personas” es porque transciende i muchos de los que le comprenden le siguen, cualidades naturales del líder. Entonces, como personalismos, según autores como Abbagnano, se manifiestan en tres doctrinas distintas: la teológica, la metafísica i la ético-política.
Las dos primeras, a mi juicio, no les doi importancia; lo religioso por dogmático i anticientífico no lo admito, aunque otros están en libertad de contemplarlo; lo metafísico, menos, pero lo ético-político es del mundo contemporáneo i lo será siempre. Los hombres guías o líderes de los pueblos, trascienden no solamente por su posición política, sino por ese binomio ético-político que le da solidez a sus actividades i sueños. I entre esos sueños que tienen fundamento en la conducta humana, orientada su práctica por la moralidad elevada a rango filosófico como es la ética, resulta lo más adaptado a las soluciones que aspiran los pueblos para sus necesidades básicas i la marcha hacia otros logros que alcancen, como decía el Libertador, la “mayor suma de felicidad posible”. El mundo del presente i el futuro, es de vida planetaria; aunque existan fronteras impuestas i arbitrarias i fronteras sobre todo idiomáticas i de costumbres e idiosincrasias, existen los trotamundos del pensamiento, algo así como El Caminante de Herman Hesse, que borra las fronteras i encuentra bellos todos los caminos. Por eso, transcender, para muchos es aplicable solamente a la doctrina teológica, o doctrina según la cual hai apariencias sensibles detrás de los fenómenos, pero realmente en nuestras realidades del presente, es más una doctrina según la cual hai realidades fijas, de derecho i de verdad que dominan los hechos i no dependen de ellos. El chavismo, conceptuado así por otros, no por el líder de este proceso de cambio, no está imponiendo una doctrina, sino guiando su realización en ideales genuinos de nuestro pasado, como el pensamiento de Bolívar, de Simón Rodríguez i los que le siguieron –Sucre, Urdaneta, Vargas− i en la actualidad por una norma fundamental, consenso de un pueblo, como es la Constitución. No nos estamos yendo aquí a lo estrictamente filosófico, en lo escolástico o lo kantiano, porque son pocos los hombres de la política o de las luchas sociales que, en su quehacer o lucha van primero a lo teórico filosófico. Así, adelanto, el chavismo no ha pretendido ser doctrina, ni siquiera en el sentido más primitivo que es: enseñanza; Dieritich tiene razón al decir que es algo complejo, puesto que, auque se usen en política dos clases de métodos para orientar, el analítico o de invención, i para hacerse entender, el de síntesis, en conjunto se puede llamar doctrina, o sea lo que se enseña, se afirma i por generalización se le considera verdad; o doctrina tan como se enseña en el Derecho, respecto al texto de la ley.
Esta revolución pacífica, tampoco encaja en el concepto estricto de ideología, sin que por ello, no siendo ni doctrina ni ideología en el criterio tradicional, deje de tener un firme apoyo teórico i una proyección definida hacia la praxis. El término revolución, tan alarmante para algunas personas alejadas del estudio diario, “ha quedado asociado al concepto de cambio, ya sea en cualquier aspecto de la existencia humana” (Joseph M. Vallès), advirtiendo que no todos los cambio son revolucionarios, porque suelen confundirse con transformaciones o transiciones, por lo cual vale la pena preguntarse ¿I cuál es la distinción? (Sin pensarlo, la oposición está tan detenida en el tiempo i en el manejo de los conceptos que, cuando quieren desconocer la Constitución i el sistema democrático, hablaban de “un gobierno de transición”, aunque pregonando una Venezuela “nueva” mientras era un regreso al pasado).La diferencia, dice el autor citado, está en que “las revoluciones apuntan a la transformación radical de las estructuras económicas, sociales y políticas” i eso precisamente, es lo que está haciendo claramente el proceso revolucionario bolivariano. Por ello, muchos no prestan atención cuando el presidente dice: “este gobierno no es el gobierno de Chávez, sino el gobierno del pueblo” no porque ya sea absolutamente así, pero se está en la ruta de otorgar poder al pueblo, en el sentido de hacerlo participar en el destino de la nación. Las revoluciones dice Vallès, “Pretenden influir en todos los ámbitos de la vida colectiva, sustituyendo a los grupos sociales dominantes, creando nuevas instituciones y revisando el modo de legitimación de la autoridad y el sistema de valores que lo sustenta. Intentan establecer un
Así, este proceso que vive Venezuela, es producto de los cambios radicales que están propuestos teóricamente en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, lograda por pasos revolucionarios sucesivos; elecciones, constituyente, referendos, etc. hasta llegar a tener una carta magna, refrendada por la voluntad popular que señala el camino, donde el hombre es el centro de todo el proceso, porque fundamentalmente la economía no es teoría para la acumulación de riquezas, sino ciencia del hombre i para el hombre, para elevar u optimizar la calidad de la vida. Importa o no que, por el apellido de quien la lideriza, se llame chavismo o cualquiera otra designación. Lo definitivo lo impondrá el tiempo i la historia, como lo ha hecho con el bolivarianismo, asentado en la grandeza de un hombre excepcional, cuyo pensamiento transciende los siglos. Empero, la necesidad idiomática de designar, señalar o definir, nos permite que hablemos de chavismo, para entendernos. Los pueblos a medida que maduran o toman conciencia de su lugar en el tiempo, el espacio i la historia, evolucionan necesariamente hacia el logro de la soberanía, que no es otra cosa que la plena libertad, la igualdad i la justicia. Acaso entonces sea una de las mejores definiciones de revolución, la breve que expone Tocqueville: “Momento histórico en que se acelera una evolución precedente”. No puede haber marcha atrás. Ya no valen reformas; hai que hacer como pregonaba Simón Rodríguez o Carreño, “inventar, inventar, así erremos” lo que siempre será mejor que copiar, imitar o someterse.
(Continuará)