25 de junio de 2009.- Intervención de Fausto Fernández en el encuentro "Intelectuales, Democracia y Socialismo":
I.
El problema del Estado
La debilidad central
del proceso bolivariano ha sido sin duda alguna la ausencia de un abordaje
oportuno, concienzudo, integral y con sentido estratégico del problema
del Estado. Nuestra contribución a esta discusión no pretende agotar
la problemática implícita en toda su extensión, tarea por lo demás
inconmensurable, sino identificar algunas de sus dimensiones e intentar
explicitar las contradicciones que encierran.
II.
Alcance
Nuestra reflexión se
circunscribe a tres dimensiones del problema planteado.
La primera tiene que
ver con la esencia misma del proceso, toda vez que se refiera al problema
de las relaciones Estado-Sociedad.
La segunda tiene que
ver con la gestión territorial, es decir,
con la acción sectorial e intergubernamental en el territorio. Aquí
se analizan una serie de nudos críticos y se hacen propuestas tendentes
a resolverlos.
La tercera está referida
a la capacidad real de intervención del Estado en su ámbito de competencia,
la cual depende directamente de su capacidad para generar recursos financieros
de manera sustentable, esencialmente aquellos de origen impositivo.
III.
Relaciones Estado-Sociedad
La instauración de una
nueva relación entre Estado y Sociedad, vale decir, la resolución
de la contradicción histórica entre esos dos polos, que nunca podrán
estar unidos en una sociedad dividida en clases (y ello a pesar de que
el discurso reproductor de la dominación afirme que el Estado representa
el interés general), supone en primerísimo lugar implantar sólidamente
la democracia, una democracia participativa y protagónica, si efectivamente
se quiere neutralizar al Estado como instrumento político de dominación
de la clase capitalista. Aunque como decía Marx, la emancipación política
no garantiza por sí sola la emancipación humana, que solamente se
alcanza trascendiendo a la sociedad capitalista.
Así pues, una de las
tareas fundamentales de la Revolución consiste en completar la emancipación
política, que implica precisamente resolver la contradicción entre
Estado y Sociedad, al tiempo que se van echando las bases de la emancipación
humana. En efecto, la única manera de no seguir perfeccionando el Estado
como instrumento de dominación de clase es reconciliarlo con la Sociedad.
De lo contrario, el proceso de cambio político no conducirá a la emancipación
humana (social) sino a la transferencia del poder a otro estrato dominante
emergente.
Se trata de que el pueblo
reasuma el control de la vida social, que la Sociedad reabsorba organizadamente
las funciones del Estado, neutralizando la gran capacidad que este último
todavía posee para frenar el desarrollo social. El pleno desarrollo
y consolidación de las figuras de Consejo Comunal y Comuna representa
sin duda una de las salidas históricas a este gran impasse en que han
desembocado muchos procesos de cambio ocurridos bajo el manto del denominado
“socialismo real”. En Rusia, los Soviets fueron despojados tempranamente
de sus atribuciones; en China las Comunas Populares y la arquitectura
institucional correspondiente, que aseguraba empleo de por vida y protección
social, fue desmantelado para dar paso al “socialismo de mercado”,
que no es sino un eufemismo para designar a un proceso brutal y acelerado
de “acumulación primitiva”, llevado a cabo casi en los mismos términos
descritos por Marx en El Capital.
El Estado que nos han
legado está muy lejos de haber resuelto la contradicción en cuestión.
En realidad, la gran mayoría de quienes lo integran comparten la idea
de que el Estado democrático-representativo es la fórmula perfecta,
lo que constituye a su vez la base objetiva y subjetiva de la enorme
distancia que sigue existiendo entre Estado y Sociedad. La pequeña
burguesía presente (enquistada) en el seno del Estado, cuyos efectivos
provienen tanto de la IV República como del nuevo “bolivarianismo”,
lo que desea es que tengamos un Estado “weberiano” un poquito más
tolerable y confortable. Ellos aspiran a que la Revolución se
agote en reformas típicamente burguesas, evitando sistemáticamente
que la misma pueda convertirse en un proceso permanente.
En esta materia, debemos
ir más allá de la reforma de la función pública (inexplicablemente
postergada) de la simplificación de trámites o del gobierno electrónico.
Transformar la asimetría Estado-Sociedad en una unidad orgánica, con
otras finalidades, exige un cambio profundo que haga al Estado menos
refractario e inaccesible, un Estado amigo, nunca dominante y siempre
dirigente, un Estado cuya legitimidad nadie pueda contestar. El cambio
planteado no se puede diseñar en condiciones de laboratorio. Es preciso
que la acción colectiva lo invente, pero hay que generar el espacio
para que tales iniciativas cristalicen y se consoliden.
No es de extrañar que
el gran éxito de la Revolución hayan sido las “misiones”, que
representan una suerte de “para Estado”, es decir, una manera distinta
de tratar los problemas. Aún admitiendo la existencia de cierto burocratismo
en el desarrollo de las misiones, la evidencia es que han sido la punta
de lanza de la acción revolucionaria del gobierno. Son una cabeza de
puente en dirección de la Sociedad, en cuyo desempeño el control social
debe ser permanente, constituyendo desde es punto de vista un invalorable
herramienta para la educación y concientización del pueblo.
Ahora se trata de que la totalidad del aparato estatal se vuelque sobre la Sociedad, vaya a su encuentro de manera proactiva. Los funcionarios públicos deben subordinarse a la voluntad popular; tienen que convertirse en facilitadores del proceso de cambio estructural, deben obviamente cumplir con las funciones que les son inherentes, pero al mismo tiempo tienen que estar presentes en el terreno, percibiendo directamente los problemas y acompañando al pueblo en su solución.
La hipótesis subyacente
a nuestro planteamiento es que una vez que se haya consumado la unión
entre Estado y Sociedad, en el entendido de que no se trata en lo absoluto
de construir un Estado bonapartista o nacional-populista, el Estado
dejará de ser un instrumento al servicio de un sistema de dominación
para convertirse en dirigente de toda la sociedad. Estado y Sociedad,
reunidos en una nueva estructura, representan la garantía de que el
proceso de cambio descanse en una sólida organización.
“Hay que meterse en el alma del pueblo y sacrificarse con él y por él. Ese es nuestro camino, el esfuerzo, el sacrificio, la lucha. Nosotros, los representantes del pueblo, debemos estar en primera línea, en los pueblos, en los barrios, en los caseríos, a llegar de mañanita a la escuela a ver si es verdad que los muchachitos están desayunando en la Escuela Bolivariana; a la hora del deporte a ver si es verdad que tienen la pelota y el entrenador; a llegar a donde están haciendo las viviendas a ver si es verdad que las están haciendo. Hacer asambleas populares por todas partes; reunir a los campesinos, allá en las tierras donde sufren, donde sueñan; ir con los pescadores, a oír sus anhelos, a oírles el alma; hablar con los estudiantes en las universidades; con los muchachos de los liceos, con los desempleados, con las mujeres, con los niños de la calle, con los vendedores de verduras, con los soldados. Ese es el camino, no hay otro camino”. “Nosotros no llegamos aquí a gobernar para hacer acuerdos con los mismos sectores que destrozaron el país. No, nuestro compromiso es con el pueblo. No perdamos de vista eso. Cuidado con la burocratización de los cargos. Cuidado con el gustito a la silla, a la comodidad, al aire acondicionado y al protocolo. Rompamos todo eso, que no nos encadene todo eso porque nos estaríamos encadenando al fracaso, vuelvo a alertar, vuelvo a tocar la campana. Funcionario, del Instituto de Tierras por ejemplo, que se meta en una oficina con aire acondicionado será botado inmediatamente. Esa gente tiene que andar en las sabanas, en las montañas, en los campos, viviendo en carpas en la mitad del territorio y de las tierras”. “Por mi parte, yo sigo yendo a la calle, a la esquina, al hospital, al estadio, a la radio, a la televisión, a las grandes concentraciones o a las pequeñas porque necesito hablar con ese pueblo, oír como ruge, como llora, como siente, como ama y como palpita”. Discursos del 11 de junio de 1999, del 19 de agosto de 2000 y del 10 de diciembre de 2001. |
IV.
La gestión territorial
Como consecuencia de
la descentralización neoliberal de 1989, las autoridades territoriales
comenzaron a desplegar la acción gubernamental en todas las direcciones
imaginables, sin apego a sus respectivos marcos competenciales y sin
recurso alguno a planes, programas y proyectos estratégicos. Se instauró
una total descoordinación en el plano de las relaciones intergubernamentales,
sin instancias formales y estables de negociación y concertación,
ni canales de información y comunicación, ni mecanismos de coordinación
fiscal, ni de supervisón y control de la gestión. Se hizo ostensible
la descoordinación entre los estados y sus respectivos municipios.
Más allá, la existencia de un sistema de transferencias incondicionadas
contribuyó a desincentivar el esfuerzo fiscal y en general la capacidad
de generar recursos propios, particularmente a nivel municipal.
En este contexto, se
atomizaron los intereses territoriales, con la consiguiente dificultad
para que los representantes y agentes de tales intereses se pusieran
de acuerdo sobre prioridades subnacionales o nacionales y para que los
electores pudieran definir sus preferencias políticas a partir de una
visión de conjunto. La gestión territorial se vio caracterizada
por la improvisación, la incoherencia, la duplicación de funciones,
las contradicciones y conflictos, la infracción a las normas, etc.
A continuación se describen
con mayor detalle los principales nudos de problemas y se avanzan las
respectivas propuestas de solución.
Problema:
fragmentación político-administrativa y
reproducción territorial de la dominación social.
Uno de los principales
problemas que confronta la Revolución Bolivariana radica en lo difícil
que resulta la gestión territorial. La fragmentación político-administrativa,
fomentada en gran medida por la lógica de funcionamiento de un Estado
clientelar, y potenciada por la descentralización de inspiración neoliberal
iniciada en 1989 (que le confería preeminencia a la dinámica del mercado
por encima del voluntarismo estatal), constituyen aspectos clave de
esta problemática. La gestión territorial en Venezuela está sobredeterminada
por fuerzas asentadas en estructuras de poder no siempre legítimamente
constituidas, que buscan su reproducción ampliada como estamento social
dominante y privilegiado, independientemente del bienestar de
la población.
Propuesta:
una gestión territorial integrada
Implantar una gestión
territorial integrada, entendida como un sistema basado en la
coordinación y la sinergia intergubernamental, que permita una efectiva
territorialización de las políticas públicas, tanto las sectoriales
a cargo de los distintos ministerios, como las que emanan de los niveles
territoriales de gobierno. Territorializar significa arraigar la acción
pública en el territorio, proyectarla espacialmente; significa movilizar
los recursos del territorio, considerando al territorio como un tejido
de relacionas vitales y en consecuencia de relaciones políticas, sociales
y económicas, entre otras. La finalidad es convertir los territorios
en sujetos de su propio desarrollo. Ello implica sintonizar los planes
y proyectos gubernamentales con la demanda social, teniendo como norte
la activación del potencial endógeno de desarrollo. La gestión territorial
supone generar capacidad institucional y una definición clara de las
intervenciones físico-espaciales.
La conclusión es que
tiene que haber por lo menos una instancia formal y estable de discusión,
negociación y concertación intergubernamental.
Problema:
sistema de planes complejo e ineficaz
El sistema de planificación
y gestión territorial vigente está caracterizado por la existencia
de una enorme cantidad de categorías de planes, la mayoría de los
cuales no son ni siquiera formulados, y cuando lo son cumplen básicamente
una función ritual, que se agota en ceremonias y declaraciones de intención.
Este sistema, en la hipótesis
de que toda la batería de planes fueran efectivamente formulados de
manera consistente, es inaplicable y no permite ajustarse adecuadamente
una realidad compleja y cambiante. En suma, es inoperante para hacer
frente a la demanda social concreta. Lo que ocurre en la práctica es
que el Poder Ejecutivo Nacional programa y ejecuta proyectos de inversión
estructurante en el conjunto del territorio del país, a través de
los distintos ministerios, de manera unilateral y según las prioridades
de cada ministerio. Se supone que tales proyectos deben ser cónsonos
con el Plan Nacional de Desarrollo, pero ello es muy relativo en muchos
casos. En la ejecución de tales proyectos la coordinación intergubernamental
es mínima, cuando no inexistente.
En lo que a ordenación territorial se refiere, la situación es grave. Lo ilustra el hecho de que legalmente esté aún en vigor el Plan de Ordenación del Territorio formulado durante el mandato de Rafael Caldera. El problema en este aspecto radica en parte en una distribución confusa de competencias entre el MPPPD y el MPPA que ha favorecido una especie de acefalía del proceso de formulación del nuevo plan, con la deplorable consecuencia de que al final nadie aparece como responsable del retraso.
La Comisión Nacional
de Ordenación del Territorio, ente en que descansa en ultima instancia
la definición de una estrategia ordenación territorial, es una pesada
figura cuya función ha sido principalmente ornamental, que se ha reunido
muy pocas veces desde su creación en 1983. Para colmo, la clonación
de esta figura en los niveles estadal y municipal, a contribuido a generar
una arquitectura institucional absolutamente inoperante. En una situación
en que los niveles de interlocución entre los Poderes Nacional, Estadal
y Municipal son muy reducidos, cuando no inexistentes, el sistema establecido
no permite que la acción territorial responda efectivamente a una verdadera
estrategia de desarrollo nacional.
Propuesta:
implantación de un sistema integrado de planificación
sencillo y transparente
Hay que reivindicar la
posibilidad de que exista un sistema de planificación, capaz de organizar
presente y futuro con base en una racionalidad distinta a la que impone
el capital. A una sociedad sometida al libre arbitrio del mercado, el
socialismo opone la planificación como tecnología básica de intervención
social. Ahora bien, el ciclo de la planificación lleva implícito
el seguimiento y evaluación, es decir, la observación sistemática
de la ejecución y la mensuración de los impactos, con el propósito
de ajustar el tiro y garantizar el logro de los objetivos trazados.
De ahí que la planificación deba ser un proceso flexible, transparente
y comprensible para todos.
En aras de simplificar
el sistema, se propone eliminar las figuras del Plan Nacional de Desarrollo
Regional y del Plan de Ordenación del Territorio, reemplazándolas
por un Plan Nacional de Desarrollo Territorial (PNDT), que correspondería
a una espacialización del Plan Nacional de Desarrollo Económico y
Social (Plan Simón Bolívar)). En el mismo se subsumirían por
consiguiente los aspectos relativos al ordenamiento territorial, al
equilibrio regional y al desarrollo urbano.
En los niveles estadal,
municipal y comunal se formularían planes estratégicos de desarrollo
cuadrienales, consistentes tanto con las orientaciones del PNDES como
con las del PNDT. En el nivel municipal se formularían además planes
de ordenación y ocupación del suelo, los cuales serían sometidos
a la aprobación de la autoridad ministerial competente. En este esquema
quedarían suprimidos los planes regionales, estadales y municipales
de ordenación territorial.
A fin de acelerar el
desarrollo endógeno y garantizar la equidad territorial, se propone
la creación de “Regiones programa”, que pueden eventualmente no
coincidir con la división político-territorial en vigor, y para la
cuales se formularían planes especiales, negociados y concertados con
todos los involucrados, en cuyo financiamiento y ejecución participarían
los cuatro niveles de gobierno, incluyendo los Consejos Comunales. El
horizonte temporal de tales planes sería como mínimo de 6 años y
su ejecución estaría garantizada mediante Contratos Intergubernamentales.
La coordinación de la formulación, ejecución, seguimiento y evaluación
de los Contratos Intergubernamentales estaría a cargo de las nuevas
Autoridades Regionales.
Problema:
las autoridades locales carecen de vocación de servicio
En numerosos los casos,
la aspiración a ejercer las funciones de alcalde, concejal o miembro
de una Junta Parroquial, no deriva, por parte de quienes se postulan
como candidatos o resultan electos, de una vocación de servicio y mucho
menos un compromiso sólidamente establecido con sus respectivas comunidades.
Sigue imperando en gran medida el sistema de incentivos que caracterizó
a la IV República. Con las debidas excepciones, se puede afirmar que
el itinerario de un político típico en Venezuela pasa por el acceso
a una serie de trampolines que lo van proyectando, y posibilitando su
ascenso a posiciones de poder cada vez mayores. Uno de los instrumentos
básicos de esa movilidad vertical, más allá de la sagacidad y capacidad
de maniobra del político en cuestión, es la clientela que se conforma
alrededor de su figura y del poder financiero que detenta. Por su parte,
la lógica de la clientela es de estricta rentabilidad: apuesta al ganador,
asumiendo los riesgos inherentes a tal operación, con el objetivo de
obtener prebendas.
Propuesta:
instaurar mecanismos estrictos de control de la gestión municipal
Es preciso desmontar
ese sistema perverso de incentivos. Se trata de disuadir a quienes aspiran
acumular poder político y/o enriquecerse mediante el ejercicio de cargos
de elección popular, poniéndoles obstáculos en el camino, haciendo
que el ejercicio de las funciones de Alcalde, Concejal o miembro de
Junta Parroquial, represente no sólo la consagración de un compromiso
sino también un verdadero desafío.
Es necesario instaurar
un mecanismo de tutela administrativa y control de gestión municipal
verdaderamente eficaz. Hoy en día, ni el Ministerio de Interior y Justicia,
ni la Contraloría General de la República, cumplen cabalmente esa
función clave. El nuevo sistema debe prescribir la obligatoriedad de
que los candidatos formulen al inicio de su gestión (durante el primer
trimestre, por ejemplo) un plan estratégico cuadrienal de gestión
local, sin lo cual se suspenderán, al inicio del segundo semestre del
período gubernamental, las transferencias financieras procedentes del
Ejecutivo Nacional, exceptuando aquellas partidas destinadas al pago
del personal. Más allá, dicho plan debe establecer objetivos sectoriales
claros y mensurables, de manera que puedan ser objeto de una auditoria
de gestión sistemática y periódica. El incumplimiento de objetivos
y metas podrá dar lugar a sanciones, incluyendo la suspensión del
mandato y, de persistir la voluntad de incumplir, a la convocatoria
de nuevas elecciones. La propuesta concreta consiste en fortalecer la
instancia responsable de los municipios en el Ministerio de Interior
y Justicia y, de no ser factible, crear una unidad ad-hoc, aunque tenga
un carácter provisional, en el MPD.
Problema: pereza
fiscal y corrupción en la recaudación de
impuestos locales
Las amplias competencias
tributarias del Poder Público Municipal no son plena y cabalmente ejercidas.
El producto del impuesto sobre la actividad económica supera con creces
al obtenido por el impuesto territorial, cuando debería ser exactamente
lo contrario. La recaudación de este último está muy por debajo de
su potencial recaudatorio, lo que ocurre con muchos otros impuestos
y en particular con la patente de vehículos. La contribución por mejoras,
que permitiría al Estado recuperar las plusvalías que su acción genera
en el territorio, no ha sido hasta el presente implementada en ausencia
de la ley correspondiente. Cabe señalar que no existe un régimen uniforme
a escala nacional en materia de impuesto sobre la actividad económica,
de manera que se impone una regulación que mantenga la presión fiscal
municipal dentro de ciertos parámetros.
Sobre la base de la competencia
tributaria municipal se genera un foco permanente de corrupción. La
Dirección de Hacienda o de Rentas Municipales es un cargo muy codiciado
por quienes sólo ven al sector público como fuente de ingresos, así
como los cargos de fiscales y otros agentes involucrados en la recaudación.
Estamos hablando de un foco estructural de corrupción en la gestión
municipal. Generalmente la información que manejan las Direcciones
de Hacienda no se divulga, ni siquiera cuando la solicitan autoridades
de niveles gubernamentales superiores. La única información disponible
es la que contiene la Ordenanza de Prepuesto, que no refleja exactamente
el proceso de ejecución físico-financiero del presupuesto. En resumidas
cuentas, en esta materia reina la más completa opacidad. En lugar de
ejecutar los recursos, numerosos responsables municipales optan por
depositarlos en bancos privados para cobrar parte de los intereses generados.
Más allá, las autoridades
no hacen uso de sus prerrogativas impositivas para regular el desarrollo
económico, urbano y en general territorial de sus respectivos municipios.
Propuesta: que
el SENIAT sea el agente de percepción de los impuestos municipales
Designar al SENIAT como agente de percepción de los impuestos municipales, lo cual no implicaría en lo absoluto despojar al municipio de sus prerrogativas tributarias. Ello permitiría desmontar el sistema existente, racionalizar la recaudación y acabar de plano con la corrupción en esta materia. Los fondos recaudados serian restituidos a los municipios, los cuales podrían hacer uso de los mismos girando contra sus cuentas respectivas en el Banco del Tesoro o en la Tesorería Nacional. En este esquema las autoridades municipales no tendrían fondos a su disposición en el sistema bancario nacional, serían solamente ordenadores de pago, mientras que la función de pagador recaería en un agente distinto.
Problema: ausencia de cooperación intermunicipal
La implementación por
parte de los municipios de fórmulas de cooperación intermunicipal
es todavía muy escasa. Existe, como se ha dicho, una estructura perversa
de incentivos que no permite la cooperación intermunicipal.
Propuesta: conformación
de mancomunidades que asuman las funciones supramunicipales
La figura de la Mancomunidad
permitiría romper la rigidez inherente a los límites político-administrativos
y socioeconómicos, y generar economías de escala en la producción
de servicios. En general, todas aquellas funciones de administración
local que poseen componentes supramunicipales podrían ser asumidas
en el marco de sistemas de cooperación intermunicipal. A fin
de incentivar la cooperación intermunicipal se podría subordinar la
asignación de recursos financieros por parte del Ejecutivo Nacional
a la conformación de mancomunidades.
V.
La insolvencia crónica del Estado
Sólo un Estado fuerte
y con gran capacidad financiera puede asumir con posibilidades de éxito
las grandes tareas que se le imponen al sector público en materia de
desarrollo social y económico. La renta petrolera y los niveles actuales
de recaudación tributaria son insuficientes para dotar al Estado del
músculo financiero y de la capacidad institucional indispensables para
emprender la reconstrucción nacional. Los niveles de inversión pública
deben aumentar sustancialmente. Se estima que la contribución petrolera
a las arcas del Estado representa un 17% del PIB y que la tributación
aporta por su parte 9 % (promedio entre 1990 y 2004). En conjunto,
ello está muy por debajo de los recursos fiscales de que disponen Brasil,
Argentina, Uruguay o Costa Rica, para no hablar de los niveles de tributación
en Europa, Japón y EEUU, donde por cierto prevalecen los impuestos
directos a la renta y al patrimonio, en contraposición a lo que ocurre
en América Latina1. Esta situación no es imputable a los
instrumentos tributarios aplicados, sino a un sistema venal y fuertemente
cargado de impuestos indirectos, que exonera y otorga beneficios fiscales
a los sectores de mayores ingresos, y tolera altos niveles de evasión
por parte de esos mismos sectores en lo que atañe a su renta y patrimonio.
En suma, el sistema fiscal venezolano no ha logrado establecer una distribución
progresiva de la carga tributaria entre los estratos socioeconómicos,
en función de la renta y el patrimonio, ni así tampoco una articulación
y armonización entre las potestades tributarias de los distintos niveles
de gobierno.
Únicamente la acción
pública puede mejorar el nivel de prestación de servicios públicos
a la población, y así ha ocurrido y sigue ocurriendo por cierto en
los países capitalistas centrales, donde la ola neoliberal no logró
a pesar de sus esfuerzos desmantelar la capacidad prestacional del Estado.
Actualmente en Venezuela, dichos servicios tienen una cobertura territorial
y poblacional insuficiente y adolecen de múltiples fallas. Sin servicios
públicos de calidad, confiables y universales, la vida y la producción
social se resienten; se fortalece la estratificación social, se polariza
el espacio social y económicamente y se debilita la cohesión nacional,
todo lo cual torna inviable la realización de un Proyecto Nacional,
que por definición supone un gran consenso de la Sociedad. El verdadero
desarrollo sólo es posible en condiciones de elevada integración social,
cuando la población de un país se autoreconoce como entidad única
e irremplazable de cara a los demás. Sin el común denominador que
significa un nivel adecuado y estandardizado de prestación de servicios
públicos, tal objetivo es imposible de alcanzar.
Una vez más, sólo un Estado dirigente y solvente puede encarar esta difícil tarea.