Una miliciana que hizo de todo para ver a Chávez

Credito: Prensa Presidencial

Credito: CiudadCCS

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12/03/13.- La imagen de una joven al frente del féretro del presidente Hugo Chávez con una mano en el corazón y el puño izquierdo arriba le dio la vuelta al mundo para convertirse en un ícono de la continuidad de la Revolución Bolivariana el pasado jueves 7 de marzo.

La imagen, captada por el fotógrafo Efraín González de Prensa Presidencial, se convirtió enseguida en una de las gráficas más difundidas de las actividades en honor a Chávez.

Altiva, leal, combativa y conmovedora, la gráfica llegó a las agencias noticiosas de España, Argentina, Cuba, Estados Unidos y hasta del continente asiático.

De ese proceso, apareció Lisseth Pavón, una joven que a sus 23 años dice que nació en la Revolución, en septiembre de 1989, y su primer recuerdo de Chávez fue a los nueve cuando lo vio diciendo el Por Ahora y ya sabía que se iba a convertir en Presidente.

Lisseth, la quinta de seis hermanos, es integrante de la milicia en el Batallón Pedro María Morantes, y vive en el Barrio Obrero de San Cristóbal, Táchira. Tiene un chamo de siete años que estudia segundo grado “y es también militante revolucionario”.

“Me nació del alma, no lo pensé. Solo quería que el Comandante supiera que está vivo, aquí –dice tocándose el corazón– en cada uno de nosotros y que su legado seguirá vivo en la lucha de cada uno de nosotros”, señala Pavón mientras empuña su mano izquierda arriba.

La Milicia Nacional Bolivariana es un componente de reserva de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, creado por el presidente Chávez el 22 de julio de 2008 y está conformada por cientos de miles de efectivos, entre personal civil y militar.

Sin embargo, la miliciana que vino acompañada por el sargento Ronald Centeno, Comandante de la Milicia en su parroquia; y las también milicianas Emperatriz Becerra, médico de Barrio Adentro y Yajaira Duarte, defensora de Salud, no sabía nada aún de la “cacería”.

Fue su madre, que vino por un día a ver Chávez en la capilla ardiente, la que le daría la noticia. “No lo podía creer, me vine el martes con lo que tenía: 200 bolívares y entre rumores de saqueos. Habían cerrado hasta el terminal de San Cristóbal, pero la misión era llegar a Caracas”, cuenta Pavón, aún nerviosa de la exposición mediática.

Contó que luego de tres trasbordos llegó a Fuerte Tiuna el miércoles a las dos de la tarde.

“Llegamos y esperamos en la Tribuna Presidencial de Los Próceres. Cuando llegó la carroza, estaba destrozada, mi corazón estalló en mil pedazos, se me arrugó de dolor y no podía creer que ahí fuera mi Comandante. Fue duro, pero yo sé que él vive en cada uno de nosotros”, recuerda Pavón con esa voz que caracteriza a los andinos.

Con la misma ropa que salió de casa, una empanada, dos galletas y un poco de agua, Lisseth, Emperatriz, Yajaira y Ronald hicieron el trayecto hasta la Academia Militar. Esperó hasta que en la medianoche del jueves, dieron paso a la capilla ardiente.

“Llegué y quería tocarlo, decirle que nos quitó las vendas, que ahora es que hay lucha y que gracias a él tenemos patria. No tengo palabras para explicar lo que siento por Chávez, es un amor”, dice y hace una pausa, mientras un fino labio inferior tiembla, antes de agregar, “demasiado grande”.

Lisseth por ahora va a retomar sus estudios de Derecho, quiere seguir en la Milicia “para dar ejemplo y seguir la lucha con Chávez y Bolívar como ejemplos”.

“Apoyaremos a Nicolás (Maduro), Chávez no me ha dado nada material, se trata del poder que nos dio a los jóvenes, a todos los venezolanos”, finalizó Pavón.


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