Supongamos que el célebre Samuel Beckett volviera a nacer por designio del Dios eterno y que usted amiga o amigo lector se lo encontrara desayunando pizca andina, cuajada y arepas de trigo en el mercado ´´los pequeños comerciantes´´, de la ciudad de San Cristóbal. Imagino que usted se quedaría asombrado al igual que lo haría cualquier mortal amante de la poesía y la literatura clásica y moderna, quien sin pensarlo dos veces preguntaría: ¿Disculpe señor Beckett, está usted esperando a Godot? Seguramente el contestaría con un tono de voz quebrado por la nostalgia: Ah, por supuesto que sí, desde hace mucho tiempo estoy esperando a Godot, para que me entregue el apartamento de tres habitaciones, dos baños, sala, cocina y áreas de servicios, el cual cancelé desde hace seis años pero que todavía no me han entregado.
Sintiendo pena ajena por la situación que le ocurre al señor Beckett, usted camina hacia la mesa del fondo, pero por casualidad de la vida, allí en un rinconcito también están Vladimir y Estragon, esperando a Godot, para que cumpla su promesa y les entregue de una vez por todas la vivienda adquirida con el sudor de su trabajo y esfuerzo. En realidad, estos dos hombres no saben quién es Godot, qué aspecto tiene y si vendrá realmente; pues todas los contactos y las diligencias realizadas para la compra fue a través de la inmobiliaria, que aplicando estrategias diversas ofrecían casas y apartamentos de pronta entrega. Entusiasmados y deseosos de tener techo propio ambos personajes invirtieron todos sus ahorros y ahora andaban en un callejón sin salida.
Mientras Vladimir y Estragon lloraban su tragedia y se juntaban en el abrazo de la nada, aparecen repentinamente un tipo llamado Pozzo, acompañado de un tal Lucky, quienes se sientan justamente tres mesas más allá, también para esperar a Godot. Así, más que la comida, Godot es el hombre más esperado y tan bien el más odiado, porque nunca llega. En el sitio más apartado, en silencio y con poca luz están unos tipos venidos de la cuarta categoría con síntomas de la peste verde, ellos están sentados en la MUD, o mejor dicho mesa de la unidad. Allí hablan de los chanchullos, de los guisos y la mazamorra, de los créditos indexados, del gran negocio con la oferta de apartamentos y casas, las cuales solo están en la mente perversas de quienes manejan las inmobiliarias y las constructoras. Por supuesto, no todos los dueños de empresas constructoras o inmobiliarias son choros y estafadores, sólo me refiero aquí a los de cerámica verde y porcelanatos, quienes para tapar las grietas utilizan hueso duro y simulan con estuco las falsas paredes.
De repente, desde el fondo se escucha una voz que intenta decir algo. Es la voz de Beckett que habla la verdad desde el dolor de la estafa y frustración habitacional. Fíjense ustedes –dice Beckett-, todos estamos esperando a Godot, sin estar seguro que vendrá a entregarnos nuestras casas.
Efectivamente, utilizando la trama ``Esperando a Godot´´, del autor Samuel Beckett para referirnos al robo sistemático de las grandes, medianas y pequeñas constructoras e inmobiliarias, todo se puede sintetizar en una sola palabra: estafa. Ya casi para finalizar alguien lanza un ladrillo para quebrarle las patas a la tal mesa de la unidad.
Politólogo
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