La receta perfecta: Palacio de Miraflores, mi Presidente en su salsa junto a quienes, organizados en un movimiento contra las estafas inmobiliarias y otras injusticias, se niegan a ser víctimas. Escarlatina Rojas Bermellón presidiendo una vital institución del estado, y el presidente de un banco con ínfulas de presidente de banco.
Hablaban los estafados, “directamente con usted Sr. Presidente, porque nadie nos escucha…” y señalaban a sus torturadores: constructoras, bancos, promotoras y -¡Oh sorpresa!- el Indepabis y -¡Oh sorpresa otra vez!- su presidenta.
Agregue un presidente de banco que cree que banco mata República Soberana, cosa que tal vez sea cierta en su monárquica España natal, pero que en esta tierra rebelde como que nanai nanai. Mézclelo con una conversación telefónica con un presidente zambo, sudaca que, para colmo, le diga lo que tiene que hacer… y lo tiene que hacer.
¡Listo!: Titular escandaloso, foto retocada con llamaradas desde la cuales emerge un Chávez maligno -valga la redundancia-. El grupo Prisa descubrió de trancazo que la paciencia del lector tiene un límite, y esta vez, quienes solían dedicar comentarios llenos de grima a cada nota que aludiera al “impresentable dictatorzuelo bananero” -como civilizadamente le llaman-, se voltearon y celebraron la acción soberana de Chávez, exigiendo a su vez que el gobierno español hiciera otro tanto. Incendiaria información que amenazaba con prender por lo que fue sepultada de “Prisa” en remotas páginas internas donde vegetan las noticias que nadie lee.
La segunda noticia que no fue se trata -¡Oh sorpresa!- de la ineptitud -por no ser severa en mi juicio- de la presidenta del Indepabis. Una funcionaria con vocación de impedimento que se dedicó a ignorar, en el mejor de los casos, y a acusar de “saboteadores de oficio”, en el peorcito, a las mismas personas a quienes ella y su institución debían proteger.
La vimos balbucear, mi Comandante Presidente, en el marco de las tres erres, poder popular, en un vano intento por ocultar fracaso de una institución que, en su inquebrantable indisposición para atender denuncias, permitió que, no una, ni veinte, sino miles de familias venezolanas quedaran a merced de delincuentes desalmados.
Ahí había una noticia tan suculenta que no entiendo cómo pudo pasar agachada tanto en los salivantes medios privados como en nuestros medios revolucionarios, dejándome un desagradable gustico a inadecuada coincidencia.
Tristemente Escarlatina sigue ahí, y de algún modo seremos sus cómplices mientras tapemos esta noticia con otra que otros quisieron tapar.