En términos productivos, la verdad es que este país es un caos. No podemos ser absolutos y decir que esto siempre fue así. Y también es complejo puntualizar el periodo histórico en que el caos comenzó. Muchos dicen que todo comenzó con la llegada de los españoles. Estos, luego de “comprender” en su totalidad la lógica del funcionamiento del sistema productivo de los aborígenes, se apropiaron de él. Descargaron su fuerza a través del látigo y se apropiaron de todo. Las descripciones de los viajeros y cronistas funcionaron como guías para que, posteriormente, comerciantes, terratenientes y “empresarios” de la tierra y las especies supieran a dónde llegar y cómo explotar; además, y lo más importante, cómo extraer. Lugo vino la Guipuzcoana en el siglo XVIII y se recrudeció la extracción de nuestra naturaleza.
Nadie vino, durante la colonia, a ver cómo se transfería tecnología. No hubo tampoco capacidad interna de desarrollo de tecnologías nuevas. Un tanto por las realidades materiales, otro tanto porque el mismo sistema de dominación no otorgaba mayores posibilidades. Las formas rudimentarias de nuestros procesos, lo básico del sistema de explotación, conllevó a mayores niveles de explotación de unos contra otros, y la imposibilidad misma de la transformación de las capas básicas que componían a aquella sociedad. Por otro lado, y de forma obvia, esta realidad condujo a que se afianzaran las posiciones de poder y de dominio. En otras palabras, los pobres cada día se encontraban más hundidos en su pobreza, hundidos y de forma casi irremediable.
La producción, el fruto del trabajo de cientos de hombres y mujeres, se escapaba por los puertos. De los puertos de Maracaibo, La Guaira y Puerto Cabello salía la riqueza de nuestras tierras. Riqueza bruta, intacta, solo manoseada para ser fundida y transformada lejos, muy lejos de estas tierras madres. De ella sólo quedaba el dolor del proceso de extracción, los muertos de la cruda realidad geográfica de donde se sacaban, y los maltratados y enfermos del látigo que marcaba el tiempo de la faena.
El siglo XIX llegó con gritos de libertad. En sus primeras décadas vimos a Bolívar, Miranda, Páez, Boves y no sé cuantos más cabalgando por la América en busca de la libertad. Se enarbolaban las banderas de emancipación, de autodeterminación, de no a la explotación. Fueron los primeros 50 ó 60 años del siglo XIX los más cargados de lucha, de sangre, de abandono, de carreras, desolación y lágrimas. La lucha de los padres de la patria nos llena hoy el corazón y nos impulsan a la lucha, pero realmente, en lo material, no dejaron mucho. A finales del siglo XIX teníamos una república hundida en deudas, despoblada, cadavérica, de paisaje mortuorio, con una producción agrícola deficiente técnicamente, a punto de ser desplazada para siempre por Brasil y Colombia. Algunos dicen que llegamos así, pero sin el yugo español, sin embargo, las estructuras de dominación se mantenían intactas. Los ricos, aunque ahora un tanto mermados por los estragos de la guerra, seguían siendo ricos. La meritocracia galopaba con uniforme y soles. Y los pobres, los mismos pobres sobre la misma tierra. Ahora más abatidos, pues la moral se encontraba baja, muy baja.
El siglo XX emergió con un nuevo sistema productivo, la petro-producción. Y con ella, los Yankees. Y con los Yankees y el petróleo, la concesiones, los “presta nombres”, la entrega descarada del país, el neo coloniaje, el dictamen desde el norte, la misma explotación de unos contra otros pero bajo un nuevo sistema, con otra tecnología. La riqueza, ya no verde sino negra, se fue al igual que el oro, al igual que el cacao y el café, al igual que toda nuestra naturaleza. Sólo que ahora nos creíamos un país rico, y con esta máxima de “país rico del caribe rico” nos echamos las fuerzas al hombro. Los presta nombres, ayer terratenientes y hoy petroleros, dejaron las actividades productivas y de explotación al foráneo, puesto que la riqueza, aun en eslabones intermedios de la producción, igual llegaría, solo que más fácil.
Con el petróleo nació una cultura, y no fue precisamente la del trabajo. El petróleo era mucho, muy demandado y de grandes costos. Además, representaba una materia no por todos, para no decir que para muy pocos, conocida. Así que, a través de las concesiones, los sectores alineados al Poder del Estado y del Poder Comercial, se enriquecieron, sin plantearse nunca asumir la producción en sí misma. Algunos dicen que esto respondía a las capacidades mismas de la técnica en Venezuela. Quizás en esto haya, parcialmente, algo de razón, pero no es argumento de justificación luego de los años 40 en adelante. El dinero “fácil”, la alineación de la política nacional con la norteamericana, la desfachatez de los sectores “productivos” (o más certeramente “con capacidad de emprender producción”) y la incapacidad de tener políticas productivas nacionales, condujo a Venezuela, a la “nueva Venezuela rica”, a la economía de puerto. Vendíamos petróleo y comprábamos lo que de él realizaban. Y todo lo demás, pues también se compraba con los petro-dolares. Somos un gran mercado. Si, para que extraigan el petróleo y coloquen sus productos terminados.
Ante toda esta avanzada del petróleo y su nueva cultura, la agricultura moría. Murió, ciertamente. Del espacio de tierra cultivable, solo menos de un 40% se encontraba productivo en los años 70, década de la llamada “Venezuela Saudi”. Y si algunos dicen que de la frontera agrícola no se trata el tema, pues también se puede decir que la tecnificación del campo ha sido muy pobre. La mecanización de la agricultura y su tratamiento especializado aun no termina de arropar totalmente al campo.
Somos un caos, y es que venimos de un caos. Caos producido por los españoles, continuados por los yankees y avalado y profundizado por aquellos venezolanos que, en capacidad de producir, simplemente se quedaron conformes con las rentas. De ahí que la llaman parasita. Falta de conciencia de país, quizás. Al final, dan pena y vergüenza.
Hoy los retos son grandes, inmensos. Tecnificación del campo; entrega de poder real de producción y desarrollo a los campesinos y las comunas; diversificación de la producción; incentivo a los pequeños sectores productivos como el textil; y a grandes sectores como el automotriz; mucha inversión en la ciencia, la técnica, la educación; y tantas otras cosas que, en medio de un escenario internacional y nacional complejo, deben realizarse a celeridad, con la participación de todos, para el bien de todos.