Incluso antes de llegar al poder la revolución bolivariana ha estado amenazada. Ha sido la reacción natural de fuerzas hegemónicas que al ver en peligro su poderío económico, político y cultural recurren a todas las tácticas que conocen –violentas y no violentas- para preservar el status quo. Es la dialéctica de un sistema social, como el venezolano: capitalista-rentístico, dependiente-importador, subdesarrollado, excluyente y perpetuador de las desigualdades.
En su libro Venezuela Violenta, el gran economista y escritor barinés Orlando Araujo, retrata de cuerpo entero las miserias de esa oligarquía importadora y explica cómo la burguesía comercial consiguió, en connivencia con el viejo Estado adeco-copeyano, la fórmula perfecta para aplastar a la incipiente oligarquía industrial.
Según describe Araujo, tras el forcejeo de algunos años, una oligarquía se impuso a la otra, afianzándose la ineficiente economía de puerto, típica de los enclaves petroleros; improductiva, pero muy lucrativa para los “grandes cacaos” que monopolizaron la banca, así como los sistemas de distribución y comercialización de los principales bienes y servicios.
Junto con Araujo, una generación aguerrida y brillante de investigadores sociales, se consagró a estudiar el fenómeno del subdesarrollo venezolano y latinoamericano, para tratar de hallar explicación a sus causas y esbozar el camino hacia su superación. Hombres como Armando Córdova, Gastón Parra Luzardo, Francisco Mieres, Héctor Silva Michelena, Héctor Malavé Mata, Domingo Felipe Maza Zavala, Salvador de la Plaza, Miguel Acosta Saignes, Máx Flores Díaz y tantos otros se atrevieron a desafiar las teorías dominantes de su tiempo (1960-1970), en la búsqueda de un pensamiento económico propio, que nos permitiera –como dice Aaronian- “vernos con nuestros propios ojos” (2007).
Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín (1989) y la desaparición de la URSS, la Teoría de la Dependencia fue descalificada, aplastada y hasta satanizada, al punto que muchos de sus propios impulsores luego la desecharon, porque se impuso de manera avasallante el Consenso de Washington. Entonces, se expandió como pólvora la globalización y los países más atrasados quedaron a merced de los capitales “golondrina”, que ahora también se les conoce como fondos buitre.
La herencia nefasta
El costo social de tamaño desatino fue terrible. Cuando Chávez llegó al poder en 1999 consiguió un país completamente en ruinas, con índices de pobreza y miseria de alrededor de 70%. El hombre de Sabaneta se erigió cual David bíblico contra el Goliat de las oligarquías internas y externas. En el terco empeño de saldar la deuda social, el Comandante se ganó el odio acendrado de los poderosos. Rápidamente, vino el golpe de Estado de 2002 en formato Allende y después, con momentos de distinta intensidad, la loca violencia de las Guarimbas y los recurrentes episodios de voracidad especulativa e intermitencias en el abastecimiento, derivados de la guerra económica.
Tras el fallecimiento del Comandante Chávez a principios de aquel aciago año 2013, hemos asistido a un despiadado recrudecimiento de los ataques para “hacer chillar la economía”, al mejor estilo de la doctrina Nixon-Kissinger (1969-1973). De alguna forma lo han conseguido, en parte porque el paquidérmico Estado burgués sigue intacto, lo que deja la mesa servida a criminales inescrupulosos de cuello blanco y a revolucionarios de pacotilla que medran en el seno de distintas instituciones; pero fundamentalmente porque persisten los males estructurales de una economía dependiente y altamente importadora.
El viejo refrán adeco de que en Venezuela resultaba más barato importar que producir, resume la esencia del modelo económico heredado por la revolución en 1999. Hablamos de un país que entró con retraso al siglo XXI y que culminó el siglo XX con una infraestructura precaria o inexistente, en términos de parques manufactureros, vialidad, sistemas de riego, centros tecnológicos y plantas agroindustriales, por citar sólo algunos elementos. Todo ello constituye rasgos característicos del subdesarrollo tan estudiado por Córdova (1967) y demás autores mencionados, pero que desde la óptica del sistema ya no cuentan. “Somos atrasados porque somos brutos y somos brutos, porque somos pobres”, sería la lógica de trabajos surgidos en pleno boom globalizador como el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” (1996).
En este momento de dificultades, cuando las mafias del contrabando y la especulación han ganado tanto terreno, no podemos perder de vista lo esencial. No para justificar la corrupción y los desatinos en materia económica que han existido y son indefendibles, pero sí para no caer en el craso error de la desesperación o la visión cortoplacista, que nos suma en la desesperanza o más bien en la anomia.
Los avances alcanzados en revolución son tangibles, a pesar de los precios exorbitantes y los agobiantes problemas de escasez. En la actualidad, mucha más gente puede cubrir necesidades básicas que antes eran privativas, como por ejemplo la ingesta de carne de res, de pollo o de cerdo. Como ha dicho el presidente, Nicolás Maduro, en esta nueva prueba será clave la madurez política de nuestra población, porque fuerzas oscuras apuestan a la violencia y el caos de un modo irresponsable y cínico. Al parecer esos factores olvidan que de las guerras se sabe cuando comienzan, más no cuándo terminan y mucho menos cómo.
Hoy más que nunca tenemos que saber que no podemos ceder ni un milímetro del terreno ganado a las oligarquías, para eso es necesario despojarnos de cualquier vestigio de conformismo y hacer de nuestra vida cotidiana una pequeña trinchera de lucha, luce como la mejor manera de honrar el legado de Chávez en la palabra y en la acción. Nuestro compromiso es con la historia, si debemos optar entre vencer o morir, tengamos siempre muy claro que “necesario es vencer”, como dijo el prócer.