Como era
de esperarse actualmente el proceso bolivariano de Venezuela ha entrado en una
nueva y desafiante fase, tan necesaria como definitiva para su existencia
misma. El verdadero y justo momento de las definiciones, marco de las
inaplazables responsabilidades en el combate sincero y decidido contra la corrupción,
urgentemente ha de ser buscado más allá de la simple y contemplativa forma de
aguardar mecánicas o cíclicas etapas bajo la inercia de la madurez. Lo que
hasta ahora se ha alcanzado en Venezuela significativamente es del aprecio y
consideración de muchos pueblos que ya comienzan ejemplarizar nuestro
compromiso para con la Humanidad y la Historia. Si bien es cierto que los
logros son verdaderamente procuradores todavía aun no son los suficientes, el
enemigo aunque mortalmente herido es igualmente poderoso e inmensamente
corrosivo. La milenaria y seductora corrupción le ha sido el mejor regalo que
han heredado de los anteriores imperios tiránicos de la historia; y bajo la
actual pretensión globalizante de su poderosa industria tecnológica ha logrado
erigir una sociedad mercantilizadamente consumista, carroñera y depredadora,
donde la especulación
y el engaño determinan
el modo correspondiente como se condiciona cualquier tipo de relación social,
económica o política. Del mismo modo debiéramos estar conscientes y claros, si
bien es cierto que el combate a la corrupción ha de ser abierto y sin cuartel,
el mismo implica mucho más que el hecho de sólo penalizar el que algunos
funcionarios, de manera individual u organizada, hagan uso indebido o ilícito
de fondos o influencias tanto en el sector público como privado. La corrupción
es un mal que aqueja a todas las naciones del mundo y tiene un bien
fundamentado origen y pretensión ideológica, por tanto un efectivo combate o
tratamiento necesariamente tendría que orientarse a partir de un estudio
concienzudo de las razones y las causas que verdaderamente la promueven o
inoculan como estrategia de dominación. El tema de la corrupción actualmente,
por el evidente recrudecimiento de la campaña en contra de nuestro Presidente,
adquiere connotaciones de especial y estratégico cuidado, para nadie ya suele ser un secreto que mediante o por medio de la corrupción
pretenderán minar las bases morales de nuestra revolución.
Precisamente en el caso de Danilo Ánderson pudimos observar el grado de
movilización y articulación que el aparato ideológico comunicacional presentó
para no sólo pretender la muerte física del valiente fiscal sino, y por sobre
todo, la muerte moral. Actualmente si bien es cierto que nuestro pundonor
revolucionario nos impulsa, para el fortalecimiento de nuestro proceso, la
depuración, la misma tiene que desarrollarse bajo el más crítico y sopesado
cuidado. Lo hasta ahora visto no es nada en comparación de los que seguramente
vendrá. Cualquier desliz de nuestro lado será utilizado y explotado en
dimensiones apologéticamente descomunales y hasta excomulgadoras. Acusaciones tan variadas
como el narcotráfico, la inseguridad, la corrupción, entre otros, serán lo
continuo y lo acostumbrado de las informaciones que, sin vergüenza alguna,
seguramente tendrán como norte reeditar el clima de zozobra y angustia al cual
fuimos sometidos en los nefastos e infames días del Paro.
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