La decadencia misma del caos de la corrupción en el actual
sistema de realidad del neocolonialismo imperialista, aparte de evidenciar una
pestilente descomposición en todas sus estructuras, ha logrado proyectar en la
estrategia de sus objetivos hegemónicos precisamente lo característico de su
naturaleza putrefacta. Tan sólo en una sociedad que haya perdido la orientación
originaria de su cosmovisión e identidad sobre la tierra puede dejarse
arrastrar por el desequilibrio de sus arrogantes pasiones. La desmedida
obsesión por gastar, consumir y acabar con lo que debiera ser lo más sagradamente normativo de su
entorno circundante, sólo explica el aberrante desprecio y actitud como esta
“racionalidad” comporta lo que no es de su inmediato interés, es decir el medio ambiente entendido como un todo
delicadamente en equilibrio y estructuralmente sujeto bajo la complementariedad
entre sus formas orgánicas e inorgánicas. No es para menos pero hoy en día la
revolución bolivariana de Venezuela se enfrenta a una civilización –si puede
llamársele todavía así- más enfermiza y enfermizante, de claro comportamiento
sicótico y disociada, que ha registrado la historia. Una sociedad agonizante e
impaciente por liberar sus contradictorias e irracionales emociones asesinas y
suicidas. Una sociedad racistamente hipócrita, con licenciado pensamiento para
someter, esclavizar o desaparecer lo que se atraviese delante de sus
maquinaciones.
Pero
cuales son las causas y ganancias para que a esta –incluso- desnacionalizada
sociedad o secta trasnacional, por eso de que los capitales son golondrinos, persista y
encuentre bajo una avanzada y sofisticada plataforma tecnológica,
comunicacional y militar, la pretensión de impulsar una globalización meramente
criminal y chupa sangre, inicio definitivo de una infame y nueva etapa en las
relaciones internacionales, marcadamente signadas
por el terrorismo de las guerras preventivas, en función y a merced de un particular y estratégico
interés: consolidar la hegemonía
económica, cultural y militar de una nueva supersociedad o supersecta. El Consenso de Washington no es más que la conveniente manera de lograr articular y
organizar los desmedidos esfuerzos por no entorpecerse o pisarse la manguera mientras las grandes superpotencias –G-7- saquean las riquezas de los pueblos y del mundo, literalmente
acabándolo si fuera preciso. El mantenimiento del estado actual de esta
realidad necesita imperiosamente no sólo de la completa eliminación de interruptores
económicos, todo
lo alcanzado en materia de derechos humanos, laborales, de ciudadanía, etc.- al
igual que la correspondiente eliminación de cualquier impulso por mantener una
contestataria y critica resistencia moral, cultural, nacionalista,
ambientalista y de autodeterminación. Tal es el grado de descomposición de esta
sociedad que en un principio pensar que estos mismos halcones del pentágono estuvieron ligados secretamente con el derrumbe de
sus propias Torres Gemelas fue tan descabellado como lo es hoy
dudar que ellos mismos fueron los que introdujeron las drogas a los barrios
humildes de USA, para así frenar el avance
contestatario de las Panteras Negras. El apoyo a Noriega en el narcotráfico internacional, La Guerra del Opio en China;
podrían ser sólo algunos de los ejemplos como el imperialismo internacional
mediante la Corrupción
y el Caos han establecido formas de control social, económico, político,
cultural y militar. La actual basura de todo lo relacionado con el
entretenimiento comunicacional (televisivo y holliwoodense) sólo se justifica a
razón de minar y ridiculizar la moral y los ejemplos de probidad que, en todo
caso, podrían combatir un estado tan corrosivamente descompuesto como el que
hoy sobrevivimos. (próxima entrega la parte Final).