“…probablemente las generaciones futuras nos maldigan por lo que le estamos haciendo, y me temo que las acusaciones de genocidio y biocidio no faltarán en su recriminación”
Jorge Riechmann
“…cuando una innovación tiene el riesgo de dañar de manera irreversible el ambiente para las generaciones futuras y la información respecto a los efectos de esa innovación se conoce en el futuro, entonces la generación actual debería abstenerse de introducir la innovación, de manera independiente de la probabilidad y magnitud del daño, de la magnitud de los beneficios para la generación actual y del grado de altruismo hacia las generaciones futuras”
Richard B. Howarth
En este articulo y en los próximos escribiré (se hablará) sobre la aplicación de criterios de equidad intergeneracional mediante un modelo donde la generación presente (GP) tiene la opción de introducir innovaciones que aumenta su bienestar, pero que implica el riesgo de perjudicar irreversiblemente el bienestar de las generaciones futuras (GF) por medio de un daño ambiental. Es decir, se trata de responder a la siguientes preguntas: ¿tienen las generaciones presentes (GP) la obligación de conservar para las generaciones futuras (GF) las condiciones naturales heredadas a su vez de sus ascendientes? O por el contrario, ¿pueden hacer un uso más o menos indiscriminado del medio ambiente en busca del beneficio propio aunque ello suponga consecuencias fatales sobre las generaciones venideras? ¿por qué no debe hacerse todo aquello que los medios técnicos permiten hacer?¿hasto donde llega la responsabilidad con las (GF).
Las mujeres y hombres de este siglo XXI tendremos que encontrar soluciones a los problemas derivados del riesgo que representa la técnica para la pervivencia digna de la naturaleza humana y su entorno natural.
Nos encontramos ante una herencia recibida cuya administración nos ha sido encomendada y a la que no puede moralmente dilapidar. El poder que la tecnociencia ha puesto en manos de nosotros los humanos ha determinado tal mutación de la capacidad de incidencia de la acción humana que ésta ha acabado por constituir una amenaza para el sistema de equilibrios sobre el que se sostiene la biosfera y la realidad misma del hombre. Por eso puede afirmarse sin temor a exagerar que, en relación con la naturaleza, los efectos del poder técnico del hombre han llegado a alcanzar en nuestro tiempo una escala planetaria. Piénsese, si no en la gravedad de los problemas que plantean al hombre “fenómenos” como la desertización, recalentamiento terrestre, desaparición de especies, disipación de flora, agotamiento de recursos, contaminación atmosférica, contaminación acuífera, mareas negras, reducción de la capa de ozono, vertido incontrolado de productos químicos, desaparición de combustibles fósiles no renovables, lluvia ácida, alteración de los ecosistemas, erosión del suelo, deforestación..., son algunos de los múltiples términos que la humanidad no ha tenido otro remedio que introducir en su dialéctica cotidiana.
En el curso de la historia humana se han realizado acciones, que han tenido consecuencias evidentes para las generaciones futuras. Hasta hace unos trescientos años cabía suponer razonablemente que cada generación habitaría un entorno natural muy semejante al de sus antepasados. Las modificaciones que la industria humana podía introducir en la naturaleza eran limitadas en extensión y apenas afectaban a los macroprocesos naturales básicos, que seguían su curso autorregulado conocido desde siempre. La humanidad no podía afectar permanentemente la composición de la atmósfera, el caudal de los ríos o la química de los mares. Sin embargo, el desarrollo de las fuerzas de producción a partir de la Revolución Industrial, y particularmente durante los últimos 120 años, ha ido introduciendo modificaciones en el medio natural cada vez más extensas y profundas, hasta el punto de afectar equilibrios no sólo locales sino globales, y hacerlo de maneras que la autorregulación natural de los ecosistemas ya no alcanzaría a compensar incluso si cesara la acción humana sobre ellos.
Nos encontramos así con un poder en nuestras manos para producir modificaciones globales definitivas del entorno natural. Como todo poder, éste plantea cuestiones de justicia y equidad en su utilización. La idea es, ampliar la responsabilidad hacia el medio desde la justicia intergeneracional. Junto con el tema de la extensión de los efectos ambientales adversos de la actividad humana, está también el problema de su perduración en el tiempo. Muchos de esos efectos son irreversibles o pueden establecer nuevos equilibrios de largo plazo desfavorables a la vida humana. Ello plantea una cuestión de justicia y equidad intergeneracional. La máquina industrial capitalista ha dejado a cada generación humana en capacidad de afectar radicalmente el medio en que deberán vivir las siguientes generaciones. Esto en sí mismo no es extraño.
La existencia histórica consiste precisamente en construir y habitar un mundo a nuestra medida en vez de adaptarnos simplemente a las condiciones del medio natural. Cada generación pasa el mundo que construyó a sus descendientes, esperando que sea mejor que el que ella recibió. La cuestión estriba en que el mundo humano se apoya necesariamente sobre la Naturaleza. Si alteramos los equilibrios básicos de ésta careciendo de la capacidad para saber exactamente lo que estamos haciendo y qué nuevos equilibrios resultarán, podemos transmitir a las siguientes generaciones un mundo radicalmente peor del que nosotros recibimos. Este es un poder que nuestras generaciones tienen por primera vez en la Historia, y que debe ser regulado por un concepto de justicia y equidad.
Al considerar la necesidad de tener en cuenta los intereses de las generaciones futuras no sólo se va a ver afectado el modo de tomar decisiones, sino también la forma de valorar los impactos de las mismas. Las teorías más divulgadas de la justicia suelen considerar a la persona humana como sujeto de derechos por excelencia. Se trata de la persona humana viva, que es la única con voz propia. La discusión contemporánea sobre el aborto nos muestra hasta qué punto quien no ha nacido aún puede ser despreciado en los debates sociales sobre lo justo. El poder para afectar de raíz las bases de la existencia de futuras generaciones, exige extender el concepto de justicia a quienes no existen todavía pero existirán en el futuro. Resulta evidentemente injusto llevar nuestro nivel de extracción, producción y consumo hasta el punto de desestabilizar las bases naturales sobre las que ellas (GF) deberán construir su propio desarrollo cultural.
Como no sabemos con precisión cuánto efecto desestabilizador se sigue de cada actividad, la responsabilidad hacia las siguientes generaciones pide una actitud razonablemente conservadora. Los debates morales que incluyen la consideración de consecuencias inciertas dependen que otros de la honestidad con que se busque la verdad, precisamente porque esta no es clara.
Se requiere honestidad de los científicos en indagar los efectos de la actividad humana y presentar sus conclusiones con los márgenes de incertidumbre que en realidad tienen. Y se requiere honestidad en elaborar propuestas de acción colectiva razonablemente fundadas en las conclusiones de los científicos.
Ni el optimismo radical de quien sostiene a priori que los mercados y la inventiva humana resolverán cualquier problema, ni el pesimismo de quien anuncia catástrofes sean cuales sean los datos, ayudan al diálogo global sobre el punto adecuado del desarrollo sostenible, la justicia ambiental y la intergeneracional. Cuando están en juego los equilibrios naturales con consecuencias globales irreversibles, el dialogo de donde pueda nacer acción colectiva a escala global es lo primero que debe salvarse .Y el dialogo sólo se salva cuando los participantes buscan honestamente la verdad. Entre los postulados centrales que identifican al utilitarismo están:i) el bienestar de los individuos debería ser el fin de la acción moral; ii) cada individuo cuenta por uno y nada más que uno, y iii) el objetivo de la acción social debería ser maximizar la utilidad general. John Harsanyi agregó que si bien muchos detalles del utilitarismo clásico pueden ser inaceptables en la actualidad, no debe olvidarse que el principio moral y político que siempre ha inspirado al utilitarismo es la imparcialidad respecto a la evaluación de las instituciones sociales, en contraposición al dogmatismo y los intereses creados. Las críticas más comunes al utilitarismo se refieren a la imposibilidad de establecer comparaciones interpersonales y a los problemas para enfrentar satisfactoriamente aspectos de equidad y distribución.
El utilitarismo goza de un status especial en el pensamiento social moderno, no sólo porque el bienestar es la obsesión moderna, sino porque el utilitarismo dice ofrecer un criterio de neutralidad entre las diversas concepciones del bien. El utilitarismo descontado es la opción usualmente utilizada como criterio para evaluar el bienestar intertemporal y consiste en maximizar el valor presente de los beneficios futuros. El aspecto más polémico de este criterio es la ponderación decreciente otorgada al bienestar de generaciones futuras. Su ventaja principal, desde un punto de vista práctico, es que ayuda a obtener series convergentes cuando se trabaja con un horizonte infinito. Asimismo, el uso de un factor de descuento puede justificarse como una manera de expresar nuestra incertidumbre respecto a la existencia de generaciones futuras. En el utilitarismo hay un desplazamiento hacia una ampliación del círculo de la moral desde el momento en que el criterio es el bienestar o el placer, o al menos la ausencia de sufrimiento.
Todo ser sintiente, presente o futuro tiene cabida en los cálculos utilitaristas. Frente a la tradición kantiana que apunta al equipamiento cognitivo como rasgo que discrimina tajantemente entre seres humanos y cosas, la tradición utilitarista se sirve del criterio sensitivo para trazar fronteras a los sujetos de consideración moral.
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