No sé exactamente cuánto tiempo puede aguantar un humano o animal sin respirar. Sólo sé que poco tiempo. Unos, quizás por razones que sólo imaginamos, simples suposiciones, más que otros. De lo que bien sabemos, por experiencia personal y simple observación, que al poco tiempo de faltarnos el aire, comienza el pataleo. Es un lapso muy fugaz. El pensar, razonar se reduce al mínimo, tanto que el pataleo, estremecimiento corporal, sin gracia ni arte, es como un lenguaje gestual, de señas convenidas desde el inicio de la vida para avisarle al aire que regrese pronto o, a quien se halle al lado, preste la ayuda necesaria. No le importa a quien entre en ese estado de angustia, estremecimiento por prolongar la vida, que cantidad de aire tomar ni siquiera la calidad del mismo; solamente intenta como tragarse la atmósfera toda de un solo templón. No importa que los demás queden sin aire. No tiene ni siquiera ánimos ni pretensiones de escoger. Y todo eso llega en un tiempo tan corto que no alcanza para forjar una idea. El ahogado por sumergimiento y hasta por un paro respiratorio puede morir sin esperar lo necesario para que nadie le ayude. A quien entra en trance de ahogamiento no le da tiempo de asustarse, coger una arrechera y menos llenarse de amargura, apenas intenta aferrarse a la vida de manera mecánica.
El hambre mata más lentamente. Pero no por eso deja de ser más cruel. Quien muere por falta de oxígeno, pese al pataleo o estremecimiento que pudiera ser violento, sufre menos o este es menos prolongado. Justamente en esto, en prolongar la vida en sufrimiento, está lo cruel. En este caso, individualmente o colectivo, hay tiempo de pensar, buscar causas, culpables e incubar resentimientos y rabia.
En mi larga vida he visto rondar el hambre y hasta cerca. He sabido de estertores de las tripas vacías, del aguar de la boca a las horas habituales del comer y el movimiento del aparato digestivo, pese a no recibir nada; sólo atendiendo al reloj que llevamos adentro y los aromas que de lejos lanzan sus señales. O cuando alguien pasó y se paró frente a uno comiendo cualquier cosa.
El hambre, una de las siete plagas que siempre al hombre amenaza, no puede quedar sujeta al dialogar de quienes comen. O mejor, el hambriento no puede dejar que dialoguen por él quienes no la padecen. Sería como un dejar que coman por uno. El hambriento no tiene idea exacta hasta cuándo aguantar y menos esperar. Quien come todos los días y tiene la certeza de poder hacerlo cuando quiera, el hambre que si se tiene en algún momento porque es inherente a la vida, no produce tormento y puede esperar, hasta un diálogo largo, interminable, donde las partes se muestren como carajitos malcriados. Por eso, cuando el hambre no se puede posponer porque lleva ya demasiado tiempo a uno pegado y no por estar distraído haciendo algo importante, sino porque no halla cómo posponerla y el salario no le alcanza, el diálogo debe pasar a manos de quienes hambre padecen. Y ese diálogo debe unirse en una sola voz.
Es como un sarcasmo, una feria, una crueldad que los promotores del hambre o agentes de estos, vayan y vengan en las mejores condiciones, hasta mejor comidos, a dialogar sobre lo que en Venezuela acontece, menos del hambre colectiva. No sé si por que la ignoran, pues las cifras son tan frías como quien a uno en la calle le da un discreto abrazo y le dice:
-"Días atrás supe del padecimiento de uno de los tuyos. ¡Cuánto lo sentí! Te acompaño los sentimientos".
Dicho aquello continúa como si en uno, ese dolor, que nunca él sintió, se hubiese borrado, sobre todo por aquel convencionalismo.
En Venezuela hay hambre. Como decíamos antes, está "pegada de las paredes". Y en abundancia antes sólo vista en los tiempos de guerra; invade espacios que antes le estuvieron vedados. Pareciera que si en algo está teniendo éxito este capitalismo brutal, es que ha sido capaz de producir la mayor contradicción. Unos pocos, corruptos, dentro y fuera del gobierno, estos con ayuda de aquellos, concentran de manera criminal el ingreso y la comida, mientras la mayoría paulatinamente sin cesar, se apodera del hambre. Uno pudiera decirlo al revés, que el hambre entra en el estómago de casi todo el mundo, de quienes trabajan o trabajaron en distintos niveles, porque ella no está haciendo distinciones, siempre que halle gente desguarnecida, no como la que sube los precios desde la fábrica, quien distribuye y vende y sube hasta más de lo que a él le suben, bachaquea con lo que en abundancia le suministran para esos fines desde la empresa privada y del gobierno y, quienes dentro de éstos, por el sacrificio que a la patria brindan, como dispensar para el bachaqueo o ignorarlo, para echarle la culpa a otro, quien no se incomoda porque eso le hagan siempre que le permitan hacer lo que viene haciendo.
Poca gente está quedando entre los bandos que dialogan, acumulan y miran con desdén el acontecer, a quienes los hambrientos de siempre puedan tocarle la puerta para pedirle un pan. A la casa que antes tocaba el hambriento para mitigar su hambre a esta allí halla.
El hambre mata lentamente. La hora del pataleo es bastante retardada. Mientras esta llega, acumula rabia y tristeza que cuando se juntan, pueden reventar no en un pataleo sino como una bomba, porque da tiempo de pensar y el pensamiento es un eficaz catalizador. Cuando el hambre aprieta demasiado, la debilidad que produce por el desgaste, crea un estado explosivo en la mente colectiva. Porque no hablamos del hambre de unos pocos que se desvanece por los mendrugos que cae de las mesas de unos cuantos, sino del hambre colectiva. De esa de ahora que a quien llega a la casa de uno pidiendo un pan, uno no tiene nada que darle sino más bien mira con envidia lo poco que en la bolsa lleva. Hablamos de un hambre acumulada y masiva que descompuesta fermenta, produce gases que se acumulan y presionan.
Mientras quienes dialogan, haciéndole creer al colectivo que es por su hambre, pese a que la señora Delcy Rodríguez, representante del gobierno y de la ANC y Marcos Rubio, del gobierno gringo, como decir el jefe del bando opositor, dicho así porque en verdad ignoro si es valedero hablar de la MUD, se encargan de desmentirse a sí mismos, pues ellos no sienten hambre, menos en los espacios de diálogo. ¿Además, cómo creer que alguno de ellos esté interesado que esto no siga como va? Los empresarios nunca han ganado más que lo que ahora ganan, la mayoría de los comerciantes si le suben una suben dos, los bachaqueros hasta con protección oficial acoquinan a quienes pasan hambre, el gobierno bate records en la recaudación de impuestos y sale a jugar carnaval creando la fantasía de bondadoso, pensando en las urnas. Urnas y hambre bien se llevan.
Los gringos esperan un estallido para mandar marines y contratistas armados hasta los dientes para poner el "orden" y con su "ayuda humanitaria", matar de un tiro a quien patalee en agonía por el hambre.
Por eso el diálogo va como va. Un tira y encoje. Un viajar constante y hasta un engordar. ¡Esto de engordar tiene tantas connotaciones! Todos ellos coinciden en lo que dice el título, es mejor todo siga como va, hasta que reviente la panza colectiva por la presión de los gases que genera el hambre. Si acaso el dialogo entre quienes comen completo pudiera producir algo, sería al puro estilo del Conde Salinas o "El Gato Pardo".