El pernil, esa parte posterior y lateral de algunos animales, por antonomasia referida al cerdo. Corresponde a las ancas en las ranas y a las piernas o culo en los humanos, esto último en tanto ancas y según los colombianos, que amueblan la semántica con la palabra "nalgas".
En la zona del pernil no radica ni el cerebro ni el corazón del animal; es decir, no hay generación allí de ningún proceso cognitivo, ni de conciencia ni siguiera afectivo… a menos que, como ocurre con algunos humanos que nacen con el corazón ubicado en el lado derecho de pecho, nazca alguien por allí con el cerebro en el pernil, vale decir con los colombianos, en el trasero.
Pero que no se generen procesos de conciencia en ese órgano, o sea, el sentido moral o ético de una persona y su capacidad para discernir aspectos de la realidad circundante, no significa que no motive. ¡Por dios, por menos cosas el hombre enloquece! El humano es ese animal con corazón y cerebro capaz de concentrar su ética en un objeto físico y morir por él. Dicho de otro modo, tal vez algo guasón: corazón y cerebro, ubicados en el pecho y la cabeza, respectivamente, un día podrían decidir morir en aras de esa parte exquisita ubicada en el culo de un organismo.
Y, puestos a mirar, figurativamente si usted lo quiere, no lo ha desdicho la historia. El pernil de Helena generó la guerra de Troya por allá mucho antes de Cristo, y puso durante diez años a morir a un gentío en las costas turcas. ¿Locos esos carajos, verdad? Los combates eran cuerpo a cuerpo, al final con un necesario vencedor, por un lado, y un cadáver, por el otro. Fueron los griegos tiempos de Aquiles, Ulises, Agamenón y Héctor. Fueron, pues, los gloriosos tiempos culturales de los exquisitos griegos, artífices del arte racional humano.
Un día un país africano amaneció sin harina de trigo, por dar un ejemplo con algo menos valioso que un pernil, y la gente se amotinó, tomó las calles, se mató a sí misma y, finalmente, depuso al gobierno como al gran responsable. Todo en un lapso de tiempo rápido y tumultuoso, como son los hechos viscerales. Causa, acción, efecto. La argumentación lógica, tonta pero no menos poderosa, según la perspectiva de la vida a través del pernil, podría haber sido esta: se acababa el pan en ese país y ya no habría con qué acompañar al pernil.
Dicen que los venezolanos no desarrollaron el gusto contemplativo, sensual y estético por el trasero de la mujer hasta la venida de la migración italiana, allá por los años de la II Guerra Mundial, cuando despavoridas todas las nacionalidades del mundo vinieron a refugiarse en el país. Presuntamente el morbo por esa parte trasera del cuerpo arraigó entre los locales y desde entonces las mujeres empezaron a tener culos, vale decir pernil, se revalorizaron y muchas se transformaron en unas cuantas Helena de Troya con funestas consecuencias. ¡Si es que el hombre es ese ser de ideas metido en un armazón de carne que lo que hace es darle problemas con sus capacidades éticas y cognitivas! ¡El bajo pernil nubla inmisericordemente los hechos de conciencia y deja inoperativos órganos tan elevados como el corazón y el cerebro!
Jennifer López, para ser más sosos e inmediatos, hace poco aseguró su trasero en varios millones de dólares, y a cada rato surgen por allí subastas de prendas y lencerías que valen fortunas por el simple hecho de haber entrado en contacto con las ancas privilegiadas de algunos seres humanos.
Dicho está: el pernil no tiene conciencia, como dijo en una reunión la alcaldesa Érika Farías abordando de otro modo el mismo tema de este escrito, preocupada porque en la mente de un venezolano, más grave aun de un militante revolucionario, no priven las facultades elevadísimas de contención y moral que conduzcan a la comprensión política de la hora de guerra que vive Venezuela y porque, de manera decepcionante, prevalezcan criterios y acciones que hagan de la visceralidad el dios de la interpretación política. Preocupación válida porque suena inconsistente eso de concebir revolucionarios sin corazón ni cerebros y con traseros voluminosos.
En Venezuela no todo el mundo consumía pernil llegado diciembre y su navidad. Harto es conocido el pasado de desigualdades e injusticias que reinaba durante los tiempos previos al advenimiento de Hugo Chávez y su proceso de transformación nacional. Presas del libre mercado, los venezolanos lo consumían si lo podían pagar, y no se exagera si se asevera que mucha gente ni siquiera sabía de su existencia. Gente había en aquellos tiempos oprobiosos que no conocían siquiera un mediano champú para su aseo personal, y el grueso humano venezolano se concentraba en preparar y degustar las tradicionales hallacas, que es un amasijo de harina y residuos cárnicos en su origen esclavista (la hallaca se inventó en el oriente venezolano por los esclavos de la época colonial), refinada con el tiempo con ingredientes más sustantivos de carne y pollo. Cada quien estaba ubicado en su sitio clasista, con su conciencia ordenada de la clase social a la que pertenecía y que te deparaba el sistema capitalista imperante.
Chávez llegó con su idea socialista y propuso corregir el entuerto, pues no otra cosa es el socialismo: intervención del Estado en el control de los medios de producción para proporcionar una mayor suma de felicidad e igualdad para un pueblo, medios de producción arrebatados de las absolutistas garras capitalistas. Y todos habrán de recordar sus polémicas leyes de tierra, agua y aire que generaron tanta resistencia y guerra con los enquistados burgueses. No paraba de repetir en sus numerosas alocuciones que aspiraba a una poderosa y única clase social en Venezuela, y por ello, pues, no extrañó a nadie que un buen día instaurara esa catajarra de megamercados donde los pata-en-el-suelo pudieran comprar algunas exclusividades de algunos humanos más "poderosos", entre ellas el pernil. Fueron aquellos tiempos en que, también y de pronto, los mismos pelabolas empezaron a disponer de cuentas y asignaciones dolarizadas, tarjetas de créditos, entre otras exquisiteces de las clases dominantes. De haber sido por Chávez, en su sentido de redención de las masas, le habría servido caviar al maltratado pueblo venezolano.
Ahora, de pronto, muchísimos corazones y cerebros pierden la memoria y parecen asumir que en Venezuela lo masificado era comer pernil en diciembre y que esa iniciativa, producto de un esfuerzo de concienciación de un líder, no era iniciativa ni propuesta ideológica alguna sino el indicio de un estado de normalidad del pueblo, un dispositivo de esos que mide la riqueza de una nación, como lo hacen algunos criterios del sistema capitalista, tales como el Producto Interno Bruto y otras linduras, que miden hechos cuantitativos de un mercado cruel de flujo monetario prácticamente inhumano. Para decirlo de una manera grotesca: era Venezuela una gigantesca pierna de cerdo, un anca tremenda, un grande culo.
No se detiene la mayoría en la reflexión que induce a la compresión de que el país anda metido en una guerra contra factores poderosos, exógenos, invisibles (Guerra de IV Generación), que procuran el fracaso y el malestar del pueblo venezolano para naufragar en disturbios, derrocamientos y colonización imperialista. Por el contrario, la reflexión misma deriva en más tensión y en acciones de visceralidad, cuyo súmmum racional es el que sigue: si hay una guerra y el bendito pernil no alcanzó para todos, sea ya porque no lo dejaron llegar desde la importación, sea ya porque el dinero venezolano no es aceptado en el exterior, ¿por qué debo estar yo incluido en esa carestía? ¿Por qué yo y no el otro? ¿Debo constituir yo la cifra del sacrificio, el número silente que no protesta y cierra las calles? ¡Pernil o nada!
Sin duda, una situación dura, engorrosa, comparativa, yoísta, que delata, primero, el acto de pensar con la parte de atrás del cuerpo (pensar desde el pernil) y, segundo, que pinta un grave reto para el necesario proceso de formación e ideologización: hasta ahora luce para la dirigencia que lo que se necesita son monjes que resistan los embates fisiológicos animales (como el hambre y la sed, el egoísmo y la envidia), es decir, niveles superiores de una calidad revolucionaria que haga caso omiso de una carencia en aras de una aspiración libertaria y patria. Trancar una calle por causa de un pernil sería para este anacoreta y su causa dar argumentos al bando opositor para atacar a la Revolución Bolivariana.
Mucho menos la mayoría se detiene a valorar los Comité Locales de Abastecimiento y Producción Socialistas (CLAPS), detrás de cuya creación palpita el espíritu chavista que busca una acción proveedoramente justiciera y evitar carencias entre la población más vulnerable. Los CLAPS suponen una lógica política que se debe comprender: es una respuesta surtidora para la población como medida contra la guerra económica que intenta asfixiar a las masas escondiéndole las especies de primera necesidad en materia alimentaria, textil y de higiene personal. Los CLAPS, con sus defectos, cumplen el cometido y tapan huecos de necesidades, pero su implementación aún está sujeta a errores operativos que dejan vacíos porcentuales en el cubrimiento de dichos huecos, siendo tales cifras con su comportamiento visceral las que han detonado estas líneas.
Estas cifras, estos vacíos no atendidos, estos yo que comparan, estos perniles que piensan, estos descerebrados y descorazonados orgánicos, estos venezolanos que han trancado vialidades y protestado la carencia, son todos los militantes de la causa revolucionaria, son esos requeridos monjes con cerebro y corazón llamados a la comprensión, a la resistencia, al cambio, a ser sujetos de un real proceso de concienciación y cognición para la liberación nacional en tiempos de guerra. Y no se dice acá que la acción de trabajo de ideologización sea nomás para la literalidad de quien no recibió pernil. ¡Por favor, habría que ver si aquellos que sí lo recibieron no habrían salido a la calle también a expresar su descontento!
La figuración de llamar "monje" a quien no protesta para, con sus acciones, no prestarse para la causa opositora se basa en el tremendo esfuerzo de no hacer caso de fallas autocríticas del proceso revolucionario como las que siguen:
- Desigualdad aún no corregida. La iniciativa chavista de igualar y proveer se caricaturiza con el sector militar, especie de nueva clase burguesa dentro de la revolución, saturada de tantos beneficios que, puestos a comparar, se rompe el patrón: la canasta militar o la de un funcionario de PDVSA, por ejemplo, habrá de pesar más de cien veces que la de un monje comunitario de estos idealizados, que no reciben nada. Ante tal situación comparativa, el hombre-pernil, convertido en monje, debe contenerse para no salir y protestar. No comparar, no envidiar, cero yo, habrá de ser su lema.
- Fallas de organización. Las estructuras de organizaciones comunitarias aún no son realmente comunitarias. No ha ocurrido el proceso de transferencia de poder hacia las comunidades organizadas y siguen las instituciones ejerciendo la dictadura de la administración y de la correlativa omisión e injusticia que nace precisamente de conocer al pueblo desde las instancias del escritorio con aire acondicionado. Se calculan perniles para todos, se compran y no alcanzan. El hombre-pernil extiende su visceralidad hasta donde se le genera la expectativa con el cálculo ofrecido y luego, cuando dicho cálculo no alcanza, ocurre espontáneamente la explosión de descontento entre las masas. El monje idealizado debe primero saber que históricamente nunca tuvo pernil, luego que esencialmente no lo necesita y, finalmente, debe agradecer poder adquirir un poco.
- La corrupción e indolencia. La institución, aún institución sin carácter comunitario, realiza el cálculo, genera la expectativa de provisión sobre la población donde, a través de los CLAP, hará el surtido, y luego ocurre que faltan los perniles por diversas razones: robo, descuido. El pensador-pernil, en el tránsito hacia el monje concienzudo, debe comprender para enmendar, y tolerar el defecto mientras se corrige.
- Ausencia de sanciones, controles. El reto es permanecer sobrado ante el descubrimiento de que los bachaqueros, los informales, venden a precios desmesurados los conceptos que el hombre-pernil que enciende las calles tendría que haber recibido a través de su CLAPS. El monje, puro cerebro y corazón, debe hacer caso omiso de tal afrenta, asimilar el hecho insultante y convertirlo en materia de reflexión y razón para evitar extravíos.
La tarea es ardua; el reto, desmesurado. Esto del pernil es puro materia visceral y da ocasión para reflexionar sobre el fuelle que en revolución hace falta. Contención, reflexión, construcción. Materia cuesta arriba que retrata a cualquier revolución real como un hecho casi utópico de purismo humanista. Toda revolución aspira al humanismo, al hombre modélico, a la necesaria supresión de ese visceral animal que siente hambre y sed de manera tal que la ética y la moralidad constituyan una elaboración sin trampa cárnica. Y el lío se presenta cuando se sabe, se siente, se ve, que aún la evolución humana no deja de ladrar, que la mente sigue necesitando un cuerpo nutrido donde sostenerse y que un trozo de pernil, como un tarro de cerveza, continúan perturbando. Revolución es a idea lo que visceralidad a carne, y un proceso de transformación debe manejar en sinergia ambos compuestos químicos para evitar riesgos de explosión.
Blog del autor: Animal Político