La mafia en el movimiento sindical

Hace más de cuatro años en el Destacamento Regional 8, tres sindicalistas de la construcción se tomaron una foto histórica para pactar un compromiso de no agresión. Habían ocurrido alrededor de nueve asesinatos, cuyas víctimas raramente se les recuerda, quizás porque para la prensa era más interesante llamarlos por sus apodos como el Monstruo Milton, el Caraqueño, etc. En ese entonces la violencia sucedía en los portones de Caruachi y cientos de trabajadores se quejaban de esperar una oportunidad mientras eran víctimas del tráfico de puestos de trabajos. Debe ser un negocio lucrativo el matar trabajadores de la construcción e incluso se acepta este método de supervivencia en una forma de jungla de cemento. La mafia y la política trastocaron el movimiento sindical y de manera particular el sector de la construcción. Cuántos políticos no ven en los trabajadores un semillero de votos, y cuantos sindicalistas no ven en la política una inversión para el futuro, ¿la inversión?, pues los trabajadores que en masa y cuando gritan son una fuerza política envidiable.

Hay mucho dinero en el sector de la construcción, por supuesto también mucha explotación, y la cultura de la violencia parece un circo de la realidad en el que todos somos responsables del grado de descomposición de esa sociedad que se sorprende, indigna, ruboriza cuando salen a escena los asesinatos en el sector de la construcción.

Pero son miles de hombres maestros en la soldadura, en colocar ladrillos casi con la vista. Hombres con una fuerza descomunal que saben de plomería, de albañilería, carpintería, pintura. Hombres que con las manos convierten el corazón de una roca en una represa hidroeléctrica. La mayoría de esos hombres visten sencillo, llevan una bolsa plástica y toman cerveza con los amigos. Entre ellos conocen al maestro de obra, al que sabe, el que enseña. Los une algo en común, trabajan, trabajan partiéndose el lomo para mantener esposa, hijos, padres, amantes o tener con qué para vivir cómodamente. Esos hombres tienen dos enemigos, la ignorancia que permite la explotación laboral y la ambición, que los lleva a empuñar un arma contra otro. El sindicato, la política, la mafia, el narcotráfico, son consecuencias de una cultura de violencia fomentada en otros escenarios aparentemente más “limpios y tranquilos”.

Aquella foto histórica mostraba a tres sindicalistas, Manuel Muñoz, Hildemaro Vallés y Ángel Fajardo. Los tres manifestaron su cansancio por la violencia y el deseo de erradicar la muerte de los portones, pero ignoraban que las verdaderas causas de esa violencia seguían intactas. Se escuchan propuestas por organizar el sector construcción, velar por que no ingresen personas con expedientes penales, buscar alternativas a las desgastadas estructuras sindicales, educar para negarse a la estafa de una generación de abogados desprovistos de moral. ¿Y quiénes pueden realizar semejante tarea?, pues los trabajadores de la construcción, bajo normas de base y con instrumentos legales. Solo el trabajador de la construcción conoce la diferencia entre el que sabe colocar un bloque y el que sabe empuñar un arma y mata por la espalda. El resto de opiniones, sugerencias y acusaciones son discursos vacíos que nadie recordará en una semana.

davidjavier18@gmail.com


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David Javier Medina


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