Luego de diez años entre avances y retrocesos, entre victorias y derrotas, entre alegrías y tristezas tenemos dentro de nuestro proceso revolucionario una asignación pendiente y cabe destacar una asignación de importancia extrema. La corrupción. Camaradas que leen este artículo, no hay que ser un experto analista legal-político-económico-filosófico¿?… para darnos cuenta de esta espantosa realidad en la que vivimos, dada por un mal que socava los cimientos de cualquier principio humano fundamental. La corrupción, desde que recuerdo en mi época de niño siempre estuvo presente, en el acontecer más cotidiano podías encontrar frases tristemente célebres como el “cuanto hay pa’ eso” y el igual despreciable “yo no quiero que me den, sino que me pongan donde haiga”. Hoy miramos el presente y nos encontramos con una situación de similar proporción, quizás sea difícil medir si hacia arriba o hacia abajo pero ese no es el punto de todo esto, me refiero a que si hablamos de 10 años de revolución hoy deberíamos estar hablando de cifras considerablemente menores a la corrupción cuarto republicana, no hay excusa, no hay explicación lógica, lo único que podemos hacer es intentar entender las causas y tratar de proponer soluciones viables y efectivas. Si nos ponemos a hablar de culpables debemos culparnos a nosotros como individuos en primera instancia, ya que podemos encontrar metida hasta los tuétanos la corrupción en personas que carecen de necesidades básicas, con esto me refiero a necesidades como la comida, la vivienda, el transporte, etc. En pocas palabras y sin pelos en la lengua encontramos la corrupción en gente que tiene centavo. Esto nos hace pensar en que el problema proviene de la formación. La familia es la principal responsable de la formación y creación de valores y principios morales en cada uno de sus miembros, por ello es importante reflexionar en nuestros papeles de hermanos, de padres, de hijos, en la construcción del hombre nuevo, del hombre bueno. La segunda causa que quiero mencionar, no con esto diciendo que son las dos únicas, es la justicia… o mejor aún hablemos de la impunidad. Todos sabemos o por lo menos tenemos conciencia de que si una mala acción no tiene castigo la misma se repetirá por quien la cometió tantas veces como lo desee y peor aún, incita a que otros se sumen a su proceder. El ejemplo clásico del niño que se porta mal y los padres no lo castigan o reprenden, lógicamente el niño toma la acción como algo que puede hacer y lo seguirá haciendo quien sabe hasta cuando… y quien sabe si cuando se decida reprenderlo ya no sea demasiado tarde. Veo la impunidad como un mal mucho peor que la corrupción ya que si no existiera el primero, probablemente el segundo tampoco. No podemos seguir transitando este peligroso sendero al que nos hemos desviado, si se acusa, se desacredita al acusador, al que tiene poder no se le investiga, el “amiguismo” evita la aplicación de nuestras leyes, el miedo a la retaliación laboral y política impide la contraloría y la fiscalización por parte de los trabajadores revolucionarios del estado, la oposición incrustada y “in crescendo” sabotea y se burla de nosotros en nuestras narices, los organismos de justicia se corrompen al mejor postor… y allí comenzamos todo de nuevo. La solución pasa por la transformación de nuestro sistema judicial, la aplicación de nuestras leyes, la no impunidad a ningún, repito a NINGÚN delito y de ser posible castigar con mayor eficiencia la corrupción en los organismos estatales ya que, aunque muchos no lo han entendido así, es el dinero de todos los Venezolanos el que roban, especialmente de los que menos tienen.
No a la impunidad.
Castigo severo a la corrupción.
¡Patria, Socialismo o Muerte… Venceremos¡
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