El pueblo se pregunta, ¿por qué nuestros gobernadores o alcaldes siempre tienen que aparecer en los afiches sonriendo, cuando en verdad la masa no está para bollos? Y andan así en ciento de miles de vallas: arregladitos y en general con cara de redomados bobos. Se acicalan tanto que muy bien con sus poses podrían decorar una peluquería o un ambivalente salón de belleza. Y lo peor es que hasta en los estudios llegan a ensayar posiciones, sonrisas y miradas en cientos de fotos que después retocan con las técnicas del photoshop más avanzadas, para finalmente seleccionar una de entre miles. Pareciera que quisieran esconder con esos arrobos, con esas torceduras de cuello, con esos ojos elevados al cielo, lo que no tienen en la mollera. Será por ello que se arreglan tanto. ¿Es que se podría ver en esas fotos alguna clase de proyecto político? ¿Algún programa? ¿Algún sentimiento profundo y humano?
Desde que apareció el libro “Cómo se vende un Presidente“, ciertos políticos, que se promocionan por cualquier medio, siempre procuran aparecer sonrientes, pujando por una sonrisita bonachona, sí, para que se aprecie cuán buena gente son. Pero a fin de cuentas no pasan de ser figuras de figurín, tan anodinas y lánguidas como esas fotos que adornan las revistas frívolas. ¿Ciertamente, qué querrán trasmitir con esas imágenes, de personajillos adocenaditos, con esos con peinados agominados, con sus rostros empolvados y rasuraditos, someramente sonreídos? ¿Qué será? ¿Podrá tener eso algo de socialista? Usted estas mariqueras no las ve en Cuba por ninguna parte.
Lo que realmente se percibe es: pura vacuidad, vanidad y simpleza al por mayor. En Mérida estas memeces provocan repugnancia porque en cada esquina uno se encuentra la inmensa cara de un bobo que nada hace, que nada cambia, que en nada convence. Esta manera de hacer campaña electoral, poniendo por delante lo ramplón de lo físico por encima de lo que puede mostrar carácter, hombría, nobleza y virtud, fue impuesta por el negocio norteamericano de vender Presidentes.
Por el contrario usted jamás verá el retrato de un prócer, de un sabio, sonreído o con poses. Esa es la gran diferencia. En esta revolución bolivariana deberían prohibirse esa proliferación de vallas costosísimas que si se invirtieran en algo que valga la pena muy bien podrían dotarse con insumos básicos a los hospitales, atender comedores para los pobres o niños de la calle o hacer casas en los barrios más necesitados. Cada vez que veo la faz de estos bobos repelentes, bobos sin alma, bobos ridículos y estafadores, la sangre se me sublevaba. Señor presidente Chávez, imparta una orden en la que se impida que estos bobos se reproduzcan como mosca.
Hubo una vez un Alcaldito que se creyó bello y a este Alcaldito le ha sucedido ahora otro peor pero igualito. Aunque hay que decir que a aquel Alcaldito le encantaban las ferias los toros y las reinas y a este lo hacen delirar igualmente de locura estos bichitos. Cosa seria. Aquel Alcaldito tenía el irresistible presentimiento de que iba a entregar su cetro al que tenemos ahora porque se identificaban y se identifican en lo chic, en lo terrific, en lo frívolo. El uno de la ULA, el otro también. Eso sí, a nadie le queda la menor duda de que aquel Alcaldito se creía muy bello y por eso entre reinas andaba. ¿Y ante estos derrapes qué hacía aquella Cámara Municipal? Seguirle el jueguito. Nada de nada, porque estas Cámaras nunca han servido para nada sino para sacarle con ganzúa la plata al Estado, y por ello de las acciones del Alcaldito de ayer nos encontramos con estos lodos y con estos rollos del Alcaldito de hoy. Al nuevo Alcaldito nos lo merecemos porque no hubo responsables y gente con valor que le diera un para’o a tanto desastre y vagabunderías. Tan “bellos” como chocantes, tal para cual; ambos con esa mirada a lo Carl Gable, que ellos mismos suponen de ensoñación, con entornadas cadencias de arrebato. Aquél salía en montones vallas con su rostro mofletudo y este prepara las suyas con figura de calavera: carteles de carteles por toda la ciudad con esas muchachitas explotadas, en paños menores. La misma mierda de la IV: las eternas Ferias del Ron. Por lo que ahora se cae en la cuenta de cuán parecidos son: como dos gotas de agua aquella de la IV con la mentira que dicen de los que se aprecian de ser de la V.
Debe reconocerse, que desde el ángulo que sea, con el lente que se use, cualquiera fuese la toma, con la pose como se quiera; con la mirada entornada o desentornada, ausente o “soñadora”, lírica o “turbadora” con que se le arregle la jeta, el frontón o las témporas, ambos Alcalditos y el propio gobernador no podrán conseguir una imagen de respeto. Porque previa a esa imagen está el áurea de lo moral, de lo humano, de lo genuino y de lo franco que se lleva en el alma, y en ellos éstos se encuentran totalmente nulos. ¿Se acuerdan de aquella grotesca, artificialísima y detestable sonrisita con la que solía “arrobarnos” William Dávila Barrios en sus vallas, y que para completar resaltaba en sus anuncios la frasecita de “Operación Sonrisa”, bien macabra por cierto? Provocaba náuseas, porque William se creía un atraco, con aquella cabeza de huevo reluciente, y de verdad que el tipo hasta en el asunto de las vallas nos atracaba. Exactamente pasa hoy con el que nos gobierna al que llaman EL BOBO DE LA BEBA.
Hubo un adeco, el más asqueroso de todos en asuntos de imagen, fue aquel otro Alcaldito llamado Rigoberto Colmenares quien con unos mostachitos hitlerianos se robó el show acaparando la contraportada de docenas de miles de Guías Telefónicas de la CANTV. Era tan monstruosa y vomitiva aquella figura que casi todo el mundo tuvo que arrancar su imagen de aquellas Guías. Y es ahora cuando uno le encuentra sentido a esa expresión de ciertos supremos: “con mis jalabolas no se metan”. Porque añadamos que no hay cosa que moleste más a alguien que cuente con una soberana corte de jalabolas, que los jalabolas del contrario.
En fin…
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