“Antes de comenzar, lo hago por el principio”, pareciera ser expresión del sentir popular en la zona de la laguna de La reina, que toda una leyenda creó, cuyo epicentro está en las cercanías del pueblo de Higuerote, adyacencias de los Totumos. Esta historia repleta de devenires e ires de habitantes autóctonos y semblanzas de su conversación diaria, recoge el fruto de la creación no creada, de la ingenuidad hecha materia, del bautizo de las cosas y hechos del como ven, sienten y palpan su propia realidad.
La cultura comienza por el uso del idioma, más bien, el uso del idioma se enriquece con la incorporación sistemática de modismos y americanismos (nuestro caso), en el lexico organizado de la Real Academia. El coloquialismo en su afecto y defecto cuando se emplea a nuestro juicio se hace en forma excluyente. No uso las palabras cual uso hacen de ellas la expresión vulgar, sino me refiero a ellas excusándome con una, precisamente expresión tan odiosa como esta: “como se dice coloquialmente”, en lugar de utilizar la palabra tal cual aparece en el real diccionario del pueblo llano.
No es la crítica nuestra lo que va a acabar con ello, es su uso constante y permanente de manera directa y sin muletillas tal cual lo hace Brito Garcia. No hay nada tan bello, elegante y preciso que el uso de las palabras y frases que irradian y surgen del decir popular. “Cual casabe y arepa y vivo como me da la pepa”; “mero, lebranche y jurel y tan solo 50reales venían en él”.
Expresiones de la vida, del vivir diario, “ese negro es como el sol, de verlo encandila”, en fin de cuentas un resumen de apología de la existencia, parte de la cultura auténtica y voraz de lo extraño , qué se ha hecho para que esa creación se convierta en arte, en el de la vecina, el pescador, el lanchero, el tamborero, el guarurero, el silbador, el que canta , el que baila y se mueve al son de lo que dice y expresa sin palabras. Podemos decirlo con orgullo, jamás nuestra historia, no la que nos contaron, la que estamos viviendo y haciendo nosotros mismos, ha dicho presente, por nuestra tierra, por nuestro pueblo, por nuestro río, por el mar de todos y el cielo infinito que nos ofrece la página para escribir los mejores versos.
La savia que brota del árbol de la vida de estos seres hermosos, inventivos para justificar la existencia ante el sol que los ilumina y les da vida, no deparan en soltar sus tremenduras idiomáticas que alguna vez se convertirían en uso ancestral y de lo cual demuestran el orgullo ante los visitantes. Correcciones en el hablar de los que pisan tan legendarias tierras como por ejemplo el vaso no es de agua, no me digas que la arepa está redonda, si está en el agua aún es un pez, son iluminaciones de la pureza y la manera de ver las cosas en forma concreta.
Quién aprende de quien, pareciera que impusiera como un umbral a ver por todos y todas, los reflejos del vivir para la vida, la anuencia no permisada de decir las cosas sin rigores, alejada de convenciones preelaboradas, sencillamente la utilización de vocablos extraídos de la propia tierra, como una ostra que pueda que traiga una sorpresa.
Nos nutrimos de ello, para escribir cuanto se escribe de manera referencial y tangencial, pero nuestra conversación aleja la posibilidad del uso discrecional al menos, de modismos, creativas frases, encajes idiomáticos de palabras y términos que no modifican el sentido de una frase, en fin, estamos en presencia de un hecho que debe ser estudiado en presencia y campo, hechos y secuencias que nos impulsan a decir, “quien no aprende de lo que ve y oye se convierte en un ignorante de lo que escribe”.