Beatles ¿Qué fue eso?

Hay fenómenos culturales que no caben en una explicación simple. Bueno, en realidad casi ninguno lo hace; pero el objeto de estas notas se nos hace demasiado complicado porque le metemos, no sólo conceptos, sino también sentimientos saltarines, inquietos, ambivalentes, hasta incontrolables. Es de esa clase de acontecimientos que revuelven al Ser, en este caso, las nociones fáciles con las que concebimos a la especie humana. Quiero decir, esa turbulencia que se alimentó a sí misma y persiste asombrosamente, sacude esa definición fácil del ser humano como Homo Sapiens, o animal racional, animal político o económico. Con razón la gente que piensa en términos de complejidad, como Edgar Morin por ejemplo, habla también del Homo Demens (el humano, no sólo loco, sino delirante) y el Homo Ludens (Huizinga, historiador y antropólogo hasta llega a decir que todo elemento cultural importante surge de un juego). Por otra parte, el pensamiento humano puede ser lógico, instrumental, "científico"; pero también, al mismo tiempo, mítico, mágico, religioso.

Se ha hablado hasta la saciedad de la beatlemanía. Visto desde lo más superficial, se refieren, primero, a un acontecimiento comercial, a los millones de discos vendidos, la persistencia de las canciones de los Beatles en las listas de éxitos, el brillo de una historia de éxitos inacabable, un "success story" ideal para la literatura de autoayuda. Con un poco más de gravedad, los comentaristas se refieren a la histeria colectiva que desataban en las masas los cuatro de Liverpool y la comparan con otras histerias masivas no tan gratas y hasta peligrosas. Esto, visto con un poco más de concepto, constituyó un pico en la conformación de la industria cultural, ese conglomerado analizado por los teóricos críticos, manifestación máxima de ese rasgo propio del capitalismo, de convertir en mercancía todos los valores, por más trascendentales que parezcan. A eso se refería Marx cuando afirmaba que "todo lo sólido se desvanecía en el aire" por efecto del valor de cambio. Los valores como la amistad, la belleza y el amor, aun cuando McCartney haya cantado para siempre que el dinero no le compraría amor, están en el mercado. Nietzsche llamó a eso "nihilismo". Hay que tomar en cuenta que no fue sólo la música, sino un montón de cosas: las vestimentas, las actitudes y gestos, las maneras de hablar, y de ahí las formas de relacionarse las generaciones y los sexos. Casi nada salió ileso de esa euforia sorprendente. Los Beatles también se convirtieron en mito y hasta, por un momento "más populares que Jesucristo".

Visto más de cerca, el fenómeno tuvo sus etapas, que corresponden también a una evolución propiamente artística, a un desarrollo de los públicos, y a la detonación y explosión de un movimiento inesperado que se revolvió como la clara y la amarilla de los huevos, con las contradicciones fundamentales del "sistema", incluso del Imperialismo.

Digamos que hubo, en primer lugar, la "beatlemanía" comercial, la de 1964 hasta aproximadamente 1966, la "conquista de Inglaterra a los Estados Unidos y el mundo", que satisfizo la demanda de mercancía cultural, o sea, emociones e identificación (canciones de amor adolescente, actitudes traviesas, nuevos cortes de cabello y atuendos de novedosos colores y tejidos) hecha por un nuevo mercado: toda una generación, nacida justo cuando terminaba la segunda guerra mundial, y que vivió un auge económico importante en estados Unidos y Europa durante los cincuenta y parte de los sesenta. ¿Canciones? Desde "Love me do" hasta "Help". Pero vino otra etapa que agrió el inicio.

Las canciones y las actitudes se hicieron más atrevidas. Llegaron a aludir al consumo de sustancias prohibidas que "expandían las mentes". De pronto las letras recordaban la poesía surrealista de los treinta y los cuarenta, con "submarinos amarillos", "martillos plateados" y hasta un descarado "Día de viaje". La música, aprovechando los avances en las técnicas electrónicas de tratamiento del sonido, incorporó efectos nuevos, raros, complicados. Mientras tanto, millares y millares de adolescentes, escuchando todo eso, se iban de sus hogares para deambular por ahí como las órdenes mendicantes de la Edad Media, como la de Francisco de Asís, rechazaban el reclutamiento militar en un país que era un imperio metido en una guerra que no lograba justificar ante sus ciudadanos. Y todos esos jóvenes blancos, de clase media, dejándose el pelo largo, viviendo en común, practicando el amor libre, abriendo las "puertas de las percepciones" (como lo llamaba un libro de Aldous Huxley y el grupo de Jim Morrison) y llamando a "hacer el amor, no la guerra", convergieron con el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, las manifestaciones de rechazo masivo a la guerra de Vietnam, y hasta con grupos que mostraban efigies del Che y Mao, y anunciaban que organizarían la guerra de guerrillas en pleno centro del imperialismo. En las universidades, el movimiento estudiantil, también se manifestaba, y en todas partes. Desde el "Sargent Pepper´s" hasta "Abbey Road" en términos de LP.

Esa constelación de protestas, de explosiones orgiásticas, de imaginaciones rebeldes, llegó a una cima que se pareció demasiado a una revolución, e incluso asumió ese nombre tan amado y odiado a la vez. Todas las estrellas de esa constelación eran diamantes del cielo cantado por Lennon ¿Revolución cultural? ¿Por qué no? En China, por supuesto que fue una sangrienta lucha por el poder entre facciones enemigas dentro del PC, pero se le recubrió con un rechazo a todos los valores tradicionales. En Europa y en América también. Se cuestionaron las instituciones: desde la familia, la monogamia, hasta la universidad, los Partidos Políticos y el Estado. Justo entonces, en esta culminación de la rebeldía, los propios Beatles, la banda sonora de esta revuelta, se fragmentaron.

Reducirlo todo a la fealdad de Yoko es una necedad lamentable. El fenómeno había llegado a su tercera etapa, quizás la más fulgurante, pero también la última, la que indicaba su final. Lennon ya les había advertido a los revolucionarios melenudos que, si portaban fotos del Presidente Mao, no lograrían agrupar mucha gente ("Revolution", 1968). Pero dos años después, en 1970, llamó a conquistar todo el "poder para el Pueblo" e incluso levantó la bandera feminista, llamándole la atención a los mismos combatientes acerca de cómo trataban a sus mujeres y señalando que "la mujer es el negro del mundo", o sea, la "esclava de los esclavos". Entre 1969, fecha de la ruptura del cuarteto (y del festival de Woodstock, canto del cisne de los hippies según Roger Daltrey, vocalista de The Who), y 1971, fecha de lanzamiento de "Imagine", Lennon financió y acompañó en movilizaciones, a trotskistas, maoístas, "Panteras Negras" y las mujeres del furioso feminismo de "NOW". Apoyó a los extremistas que sabotearon la convención demócrata entre otras "travesuras", más allá de la huelga de la cama. Naturalmente, el FBI lo asedió, y las autoridades buscaron como sacarlo de New York.

Este compromiso militante no podían soportarlo los Beatles juntos. Tampoco el fervor religioso de George Harrison. No podía soportarlo Paul, el mejor melodista del dúo de compositores Lennon-McCartney. Ringo no tenía nada que ver con todo eso. Por supuesto que hubo litigio económico. Pero, más que ello, las potencialidades sociales (y, por tanto, políticas) de esa ola de sentimientos rebeldes, de ese neorromanticismo, de ese peligroso flujo lúdico, de ese fervor por un mundo nuevo a inventar, donde no hubiera ni Paraíso ni Infierno, ni religiones, ni propiedades, ni estados, sino sólo "la hermandad del Hombre", no podía ser soportado por la beatlemanía. La cáscara del huevo de oro se rompió y nació otra cosa.

Y sin embargo… el encanto siguió y sigue allí. Es la música, por supuesto. Esas complejidades armónicas que iban más allá de la tónica, dominante y subdominante. Esas armonizaciones de voz tan cercanas a los clásicos en "Because", "Here, there and everywhere", etc. Esas instrumentaciones sinfónicas, ecos, ruidos electrónicos, rock audaces, tiernas baladas dignas de Schumann (la trillada "Yesterday", "Long and winding road"). Es la lírica también, claro; esa introversión de los versos que sucedió a las rimas fáciles de las tontas canciones de amor adolescente (desde "Help": la descripción de una crisis existencial), esos delirios psicodélicos y surrealistas, esos poemas minimalistas, agresivos, chispeantes, esos ingeniosos juegos de palabras y hasta las consignas directas de algunas "lennoniadas". Es todo eso junto, compuesto, presentado en una ejecución más que competente, por lo menos genial.

Pero ahora, después de tanto desencanto, de tanto derrumbe de socialismos falsos presentados como "reales", de tantas nuevas guerras y exterminios, de tantas atrocidades, de tanto fascismo micro, macro y meso, de tanta amenaza de destrucción al Planeta, a la Humanidad, a los valores más elevados, después de la abolición de la confianza en sí misma de la Humanidad que ha sido capaz de tanta brutalidad, odios, crímenes; el encanto de esa música, de esa actitud, de esa inocencia de "hacer el amor no la guerra", "todo lo que necesitas es amor" y "la palabra es amor" nos sigue enamorando.

¿Será la nostalgia algo revolucionario? ¿Por qué no, si lo han sido, por igual, el odio y el amor?



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Jesús Puerta


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