Los latinoamericanos ¿somos occidentales?

Muchas cosas han pasado en este siglo, y la década rica en acontecimientos que lo antecedió, como para mantener las mismas coordenadas para ubicar y ubicarse en determinadas posiciones ideológicas y políticas.

Ya fue bastante compleja la década de los 90, cuando, por ejemplo, el término "izquierda" se usó para identificar a los que pujaban por una transición rápida hacia el capitalismo en Rusia (Yeltsin y sus socios, incluido, en segundo término, Putin), para no hablar de una clase obrera partidaria del capitalismo y las posiciones más conservadoras en Polonia. En aquel contexto, la "derecha" pasó a ser la etiqueta de los viejos comunistas que intentaron darle el golpe de Estado a Gorbachov.

Luego nos conseguimos un proceso de globalización, bajo la hegemonía indiscutible de los Estados Unidos, que despertó las ilusiones de los neoliberales del mundo, en una Humanidad unificada en virtud del mercado libre, la democracia estilo anglosajón y la INTERNET. en esas mieles estaban, cuando unos aviones chocaron contra las torres en New York, llamando la atención hacia los fundamentalismos religiosos y nacionalistas que animaban varios conflictos en el mundo.

Casi al mismo tiempo, resaltaron los Partidos Comunistas (sobre todo, el chino) defensores del libre mercado mundial (o sea ¡unos marxistas-leninistas-neoliberales!), y el inicio de las tensiones que muchos, comenzando por el Papa Francisco I (¡un teólogo de la liberación!), caracterizaron como una nueva "Guerra Fría". La crisis del capitalismo en 2008 dejó una secuela de consecuencias (como la caída de los precios de las materias primas, incluido el petróleo, que sostuvo los primeros ensayos de gobiernos "progresistas" en América Latina) que todavía estamos tratando de asimilar. Habría que meter en esta muy rápida lista de acontecimientos la pandemia del COVID 19, también de efectos aún sin un dimensionamiento adecuado.

Algunos comentaristas aluden al "fin de la globalización". Por supuesto, con ello no se refieren a un retroceso del capitalismo mundial; mucho menos a la negación de la generalización de los usos de las TICs en los más diversos ámbitos. En todo caso, se refieren en lo económico a las crecientes evidencias de una profunda recesión mundial, la competencia comercial y por la innovación tecnológica polarizada entre Estados Unidos y China, y, sobre todo, el surgimiento de un "populismo" (término bastante problemático, pero que se ha generalizado) de aires "nacionalistas", racistas y autoritarios, incluso en los países del centro (caso Trump en Estados Unidos, el epítome de esa tendencia de "ultraderecha"). Por otra parte, una de las ilusiones de la época de la globalización, era que el Estado-Nación era una institución en decadencia. Nada que ver: hoy en día el nacionalismo (ya transmutado en chovinismo, suprematismo cultural, religioso o racial, además de nostalgias de imperio) es el núcleo de los discursos políticos.

Es decir, las nuevas coordenadas para la comprensión política del mundo actual, son esencialmente ideológicas y hasta culturales. A pesar de la fragmentación sugerida por este énfasis en lo particular (religión, cultura, tradición histórica, nacionalismo, racismo), hay un elemento de consenso: el predominio de la geopolítica para la explicación de los conflictos, por encima de cualquier otra conceptualización, como podrían ser las de inspiración marxista (o simplemente realistas) que busca siempre una condición económica en los hechos sociales.

Discursos de variadas fuentes, desde el del ideólogo del suprematismo ruso Alexander Dugin, hasta la onda decolonial latinoamericana e islámica, pasando por la ecología política, han tematizado el concepto de "civilización", dándole una extraña vigencia al texto de Huntington "El conflicto de las civilizaciones". Por supuesto, las denotaciones del término "civilización" son diferentes en el discurso de Dugin o Putin (incluso de los shiitas iraníes), a los que adquieren en el ecologista. En este último caso, el concepto refiere al modelo socioeconómico y tecnológico del capitalismo, cuya extensión pone en peligro la vida misma en el planeta, por la destrucción de los ecosistemas, el agotamiento de los recursos, el calentamiento global, etc.

El libro de Huntington ha sido colocado siempre como el opuesto a "El fin de la historia" de Fukuyama, pero también presentaba una visión geopolítica que colocaba a la religión como nota identificadora de las "civilizaciones" que se repartían los territorios del mundo. Ello hacía que la identidad "civilizatoria" de América Latina, quedara poco clara, pues, aunque estábamos marcados por el catolicismo (o sea, el cristianismo) no rendíamos culto a Jesucristo a la manera de los protestantes, que eran el centro de la "civilización occidental".

No voy a profundizar aquí acerca de nuestra presunta identidad religiosa, sino más bien voy a aludir al problema de nuestra "civilización". Por eso la interrogante que titula el presente artículo, es tan importante en la actualidad. No es la primera vez que se plantea. Desde la generación de Bolívar, la cuestión de nuestra identidad ha motivado ríos de tinta, como se dice. Desde el Libertador, pasando por Martí, Rubén Darío, Vasconcelos, hasta llegar a los filósofos de la liberación y de la decolonización de hoy en día, es el problema que convoca más abordajes. Es difícil aquí, en este espacio, resumir la discusión que ya abarca los siglos de nuestra formación como parte de la Humanidad. En todo caso, es un problema que implica una definición política urgente y fundamental, de gran actualidad, dados los términos en que se están definiendo los campos en la actual confrontación mundial, sea fría, tibia o caliente (o más bien, congelada, si consideramos las consecuencias en Europa de la falta de suministro de gas ruso en pleno invierno).

Bolívar, en su tan comentada "Carta de Jamaica", todavía expresaba la diferencia entre los criollos mantuanos (clase que representaba), los peninsulares del Imperio y los indígenas, con lo cual se metía en camisa de once varas, al no poder dar una definición de "nosotros", sino por exclusión (no somos ni esto ni aquello). Para Rubén Darío, lo que nos definía era el idioma (castellano) y la fe en Cristo. Para Vasconcelos, formábamos la "raza cósmica" porque éramos mezcla de lo mejor de todas las culturas y razas. Es llamativo que Fernando Mires, en un ensayo de hace unos años, nos ubicaba, sí, en "occidente" por nuestra búsqueda de la democracia, y ya no por la religión o el idioma. A propósito del pasado 12 de octubre, junto a las afirmaciones de identidad con los indígenas ("Día de la resistencia indígena") hubo quien sacó la cuenta de que una gran parte de lo que nos identificaba tenía que ver con el conquistador: idioma, gastronomía, música, etc. Aunque el razonamiento es endeble, malintencionado y hasta absurdo (porque ¿entonces hay que agradecer a la esclavitud de los africanos, el surgimiento del jazz?).

Por supuesto, los latinoamericanos, hoy en día, no nos pueden identificar por la religión, como sería el caso de los iraníes o los árabes por variantes al Islam. Aparte del gran sincretismo pragmático que predomina en la "espiritualidad" de por aquí, somos, si no la cuna, una de las plazas principales en el mundo de la "teología de la liberación". Sobre todo, hay en nosotros unas tradiciones muy fuertes de laicismo en la definición del Estado. Además de republicanismo antimonárquico y del toque tierno de la aspiración de nuestros Padres Fundadores por la unidad latinoamericana. Si es por la vía de la raza, el racismo (¡menos mal!), así como la xenofobia y el suprematismo, son muy mal vistos, son inaceptables, porque además evidencia la ignorancia de la inmensa mezcla de tipos humanos de la que somos resultado.

Entonces ¿qué le decimos a Huntington, a Putin, a Dugin? ¿Que somos "occidentales" porque deseamos la libertad, la igualdad, la solidaridad y, de remate, la independencia nacional?

Pero nos engañamos. Iguales problemas de identidad sufren hoy los rusos, los ucranianos, los europeos y hasta los norteamericanos. El peso que tienen hoy esos discursos culturalistas y geopolíticos son un síntoma de ello. Los conflictos entre proteccionistas populistas y globalistas neoliberales, lo evidencian. Quizás hasta los chinos tienen ese problema de identidad, por su forma tan singular de resolver las contradicciones peculiares de su "socialismo de mercado", del cual reconocen que puede ser únicamente chino.

Tal vez se trata, en fin, de un falso problema, o un problema mal planteado. Nunca somos algo estático, ya hecho, un "Ser" ya resuelto. Nunca A=A. Siempre somos y seremos una contradicción, algo que no cabe en ninguna clasificación simple que ya falla desde el momento de ser excluyentes entre los tipos que utiliza para distinguir. Y, muy importante, ese carácter contradictorio que nos es propio (más allá del "laberinto de los tres minotauros" descrito por Briceño Guerrero) es lo que nos podría unir al resto de la Humanidad, tan conflictiva, tan contradictoria, tan diversa.



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Jesús Puerta


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