¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!
José Asunción Silva
Con éste verso de Nocturno III, iniciamos nuestro escrito que hemos querido ofrecerle al gran poeta de Bogotá, al que, desde estos confines suramericanos sumaba su creatividad a las de José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, Rubén Darío y Julian del Casal para iniciar el modernismo en la poesía latinoamericana a finales del siglo XIX. José Asunción Silva nació en Bogotá el 27 de noviembre de 1865 y residió en el barrio La Candelaria. Hijo del escritor costumbrista y comerciante Ricardo Silva y de doña Vicenta Gómez. Se formó en los bucólicos y fríos bosques de la altiplanicie cundiboyacense, con breve estancia en Europa (París, Suiza, Londres), una breve estancia en Caracas y una rápida visita a Nueva York en donde conoce al Apóstol de la Independencia cubana, José Martí. Eran largos viajes que comprendían el cruce de las cordilleras andinas, el paso por el hermoso río Magdalena y las faenas marítimas del Caribe y del Atlántico. Hombre de una alta sensibilidad por la familia y por la poesía, que con gran abnegación, no conociendo el manejo de la economía familiar maneja la empresa de su padre fallecido y que lleva a la familia a la ruina y desde su gran corazón creo la más hermosa poesía de Colombia, mucha de ella inspirada en la muerte de sus amadas hermanas. El libro de versos (1891-1896) constituye la obra cumbre del gran poeta bogotano y los poemas Crisálidas y Nocturnos I, II y III (dedicados a sus hermanas, Inés y Elvira); Al pie de la estatua en honor a Simón Bolívar; Los maderos de San Juan, entre otros, están entre lo mas granado de la poesía colombiana.
José Asunción, en sus años más tiernos fue considerado un niño prodigio y a los tres años ya sabía leer; estudió en el Colegio de San José, leyó tempranamente a Edgar Allan Poe, su casa era de permanentes tertulias literarias. Muy jóven comienza a apoyar a su padre en la administración de sus almacenes, aunque el negocio iba de traspiés en traspiés. En enero de 1881 fallece su querida hermana Elvira, fue una época en que lo acosaban en extremo las deudas. Comienza a trabajar en 1893 como periodista en el diario El Telegrama, con la columna Casos y cosas. En 1894 inicia su trabajo en Caracas, por designación del Presidente Miguel Antonio Caro, como Secretario de la Legación Colombiana en Caracas. En un viaje hacia Bogota por el Magdalena, la nave zozobra frente a Barrancabermeja, se salvan los pasajeros y los tripulantes, más no la carga y con ellas obras del gran poeta. José Asunción muere en Bogotá la noche del 23 de mayo de 1896. Durante años se ha mantenido la tesis del suicidio, no obstante el intelectual colombiano, Enrique Santos Molano sostiene la hipótesis del asesinato por motivo político.
A continuación una muestra de la hermosa poesía de José Asunción Silva.
Al pie de la estatua (extracto)
Con majestad de semidiós, cansado
por un combate rudo,
y expresión de mortal melancolía,
alzase el bronce mudo,
que el embate del tiempo desafía
sobre marmóreo pedestal que ostenta
de las libres naciones el escudo
y las batallas formidables cuenta;
y su perfil severo,
que del sol baña la naciente gloria,
parece dominar desde la altura
el horizonte inmenso de la historia.
Un mundo de nobleza se adivina
en la grave expresión de la escultura
que el triunfador acero a tierra inclina
con noble y melancólica postura;
y tiene el monumento soberano,
alzado de los hombres para ejemplo,
lo triste de una tumba — do no llega
el vocerío del tumulto humano—
y la solemne majestad de un templo.
NOCTURNO
Una noche,
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
una noche,
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida
como si un prensentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban
y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas. . .
Sentí frío; ¡era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras niveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
era el frío de la nada. . .
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos [y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella. . . ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!. . .