Un accidente en la autopista Francisco Fajardo dejó delicadas y preocupantes fracturas en un amigo conductor. Su acompañante falleció semanas después. Los primeros auxilios que recibió en el Hospital Carreño estabilizaron, en principio, la crítica condición. El personal que lo atendió en esa instancia cumplió con su deber, señalan familiares. El segundo martirio para el desdichado y sus también desdichados parientes vino después, cuando por limitaciones del centro de atención el personal profesional determinó que las operaciones de rigor se practicarían ¡un mes después!
En la Clínica Nueva Caracas, en Los Chaguaramos, aceptaron intervenir al herido siempre y cuando presentase un informe elaborado por quienes lo asistieron en el hospital que popularmente fue conocido como El Pescozón. “Yo te lo hago” dijo uno de los médicos tratantes “pero eso sí: si lo llevas a la clínica donde trabajo”, agregó con sangre fría sumando un nuevo sufrimiento a los dolientes que aún medio mitigaban el dolor producido por el suceso.
“Si pagas 18 millones te lo opero mañana mismo” agregó el “profesional” de la medicina, traidor –sin duda alguna- del juramento hipocrático que alguna vez hizo al recibir el cartón que seguramente debe conservar en un vistoso sitial de la guarida privada en la que desangra a otros incautos amantes de la medicina mercantilizada.
De nada valieron los ruegos de la humilde familia del accidentado. El gran carajo de inmerecido título y adjetivo de Doctor fue siempre indolente. Insensible. Tanto o más que la clínica que como reza un documental de VTV, en este caso hizo concierto para delinquir.
Las diligencias de la empresa en la que trabaja el chofer, la de sus familiares y hasta de gente de buena voluntad que sin conocerlo aportó su grano de arena, dio con un quirófano que lo operó sin mayores requisitos. Mientras tanto, en el Hospital Pérez Carreño un hampón de bata blanca merodea a la caza de próximas víctimas. Hay que cuidarse de él.
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