Isabel Padilla dijiste llamarte. Cierta o falsa, tu identidad es lo que menos trascendencia tiene. Lo importante es que te vimos a través de Zurda Konducta el martes 26 de febrero. El blanco de tu ropa, copia fiel de la vestimenta que usan en La Habana las cubanas gusanas amamantada desde Miami, contrastó con tu oscuro y brutal comportamiento ante el lente del sintonizado programa de Venezolana de Televisión.
Como poseída quien sabe por cual mala yerba infernal, te portaste a lo Juan Charrasqueado: en pocos segundos arrasaste con todo, dejando al descubierto –como suelen hacerlo- el rancio desprecio que ustedes los automojoneados oligarcas destilan hacia nosotros, los soñadores de un mundo más justo y, como dice la canción del guariqueño Gino González, hacia “los de la esquina, el sancocho y el dominó”.
Inexplicablemente, dejaste colar un arrebato de cochino e inesperado gesto de semicortesía: dijiste que te orinabas la cámara del programa cuando en realidad quisiste decir que te la miabas. Hasta allí, Isabel Padilla, nada de ello nos afectaba porque para tu despecho y el despecho de los tuyos, estamos vacunados contra tan despreciables y enfermizas estupideces. Donde te comiste la luz, chica, fue cuando insultaste a Doña Helena Frías de Chávez, a su vientre, a su bendito vientre, el vientre que alojó durante nueve meses a nuestro Comandante Eterno, “ese bicho”, como lo adjetivaste.
En lo particular, Isabel Padilla, espero que la sabia naturaleza te haya concebido el don de haber parido. Sólo así, y luego de pasado el efecto de la trona de odio que te dominaba, tal vez algún día logres sopesar lo delicado de tus trastornadas palabras.
Seguro estoy que la mujer del vientre bendito, Doña Helena, te perdona tan desatinado juicio. Ojalá que también lo hagan quienes sí sienten respeto y amor por la Patria. Me gustaría, ciertamente, aunque eso no puedo asegurarlo.
¡Chávez vive…la Patria sigue!
