"Cuando estoy en el campo, mi vida cambia
Mi casita de adobe, esa es mi estancia"
(Juan Gabriel)
Lo nuestro no es solo retórica es una realidad, la actividad agrícola, la vida del campo productivo constituye una de las actividades mas liberadoras que ha inventado el hombre. La agricultura en su conjunto pone al ser humano en contacto íntimo con la naturaleza, allí se desnudan todos los placeres que la vida nos dá. Así, toda la familia de alguna manera se integra en la actividad de sembrar y producir el alimento que nos proporciona el sustento diario. El tener un pedazo de tierra fértil y cultivarla es un privilegio que nos acerca al mundo real de lo que significa el buen vivir. La vida campesina tiene ese tono humano y divino que nos convierte sin darnos cuenta en seres privilegiados de este mundo.
El placer de sembrar y cultivar representa ese momento de la vida en que nos convertimos en tierra productiva y fertil, es el instante mágico en que de modo natural nos juntamos tranformandonos en terrón que más tarde deja salir las maticas que brotan tras el golpeteo de la lluvia que nos regala la madre naturaleza para darnos ese soplo de vida que nos acompañará hasta volver al polvo que realmente somos.
El conuco es visto de modo despectivo como minimizando esta actividad productiva y creadora de quiénes vemos la agricultura y la producción de alimentos como un placer y no como una mercancía. Claro que la agricultura debe darnos rentabilidad y garantizar la fuerza económica para salir a flote con nuestro emprendimiento familiar, pero esta actividad va más allá, pues el alimento que producimos en el campo no es una mercancía es un bien natural responsable de la vida.
Cosechar y comer algún fruto cultivado con nuestras propias manos proporciona un estado de placer que nos eleva y acerca al mundo divino y prodigioso que mueve la vida en su conjunto, ese momento nos nuestra y nos reafirma que la madre naturaleza es el centro de la vida y nosotros apenas somos una parte de ella, somos una de las especies que habitamos y compartimos con otras miles el placer de vivir en este planeta adornado de vida, sabores, olores y colores.
Todos esos traumas provocados por tanta desidia disparada desde el sordo y encumbrado mundo gubernamental y citadino que domina el mundo social, todo esa odisea por la que transitamos, la disipamos cuando entendemos e internalizamos que el mundo natural, la vida del campo, el mundo campesino y la agricultura nos hace los seres más privilegiados de esta sociedad que conocemos hoy.
Este mundo merece una civilización NATURACENTRISTA.